Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9,11b-17

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.

Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto».

Él les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta». Y ellos hicieron sentar a todos.

Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud.

Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

Palabra del Señor

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Tras escuchar lo que los Doce le cuentan al regreso de la misión, Jesús “se los lleva y se retira con ellos en dirección a un pueblo llamado Betsaida” (v.10). Su intención es clara: de un lado, los quiere aislar del fervor nacionalista a ultranza que habían suscitado en las aldeas judías con su predicación (por eso se los lleva hacia Betsaida, fuera del territorio propiamente judío); por otro, quiere hablar en privado con ellos sobre el reinado de Dios y su misión, a fin de corregir visiones y expectativas equivocadas.

Los Doce, convencidos de que Jesús los ha escogido aparte como grupo de élite, protestan por la presencia del gentío de seguidores. Quieren desentenderse de esas multitudes que no secundan sus planes y que para ellos son un estorbo. Por eso, se acercan a Jesús para decirle que los despidan.

Jesús no comparte su deseo ni su exclusivismo. Tiene otra cosa en mente. A ellos les toca darles de comer, eso forma parte de su tarea de anuncio del Reino. Les contesta “Dadles vosotros de comer”. La negativa se reviste de sentido común: hablan de lo poco que tienen y de la necesidad de comprar.  Sus categorías son las de la sociedad injusta que el Reino interpela. Continúan contando y alimentándose con los valores a los que Jesús les había invitado a renunciar cuando los envió a la misión: “No cojáis ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero” (9,3).

Ahora les descubre y les pone de manifiesto que la lógica y distintivo del Reino van por otro camino: en el compartir lo que se tiene, ahí está la solución. Compartir es un gesto que no tiene límites; cuando se comparte hay de sobra para todos; el amor es siempre abundante. Jesús toma la iniciativa y comparten lo que tienen; los discípulos son intermediarios.

La multiplicación de los panes y los peces es el único milagro común a los cuatro evangelistas. Es un relato lleno de simbolismo eucarístico. Las expresiones “tomó el pan”, “lo partió”, “se lo dio”, aparecen en el mismo orden aquí que en los relatos de la institución de la eucaristía.

En la narración quedan claramente resaltados, como expresión de lo que es el Reino, el don de Dios y el compartir humano. La eucaristía, celebración y expresión de lo que debe ser el nuevo pueblo de Dios o la comunidad cristina, no es auténtica y se contradice a sí misma si quienes participamos en ella no somos solidarios; si quienes decimos ser seguidores de Jesús no compartimos lo que tenemos.

Ulibarri, F.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Lc 9, 11b-17: La Eucaristía es nuestro pan de cada día.

Restan las peticiones que se refieren a nuestra vida de peregrinos. Por eso, sigue así: Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6, 11). Danos los bienes eternos, danos los temporales. Prometiste el reino, no nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en tu presencia; danos en la tierra el alimento temporal. Por esto decimos de cada día; por esto hoy, es decir, en este tiempo. Cuando haya pasado esta vida, ¿pediremos acaso el pan de cada día? Entonces no se nos hablará de cada día, sino de hoy. Se habla de cada día ahora, cuando a un día que pasa sucede otro. ¿Se hablará de cada día cuando ya no habrá más que un único día eterno?

Esta petición sobre el pan de cada día ha de entenderse de dos maneras: pensando en el alimento necesario para la carne o también en la necesidad de alimento para el alma. El alimento carnal para el sustento de cada día, sin el cual no podemos vivir. El sustento incluye también el vestido, pero aquí se toma la parte por el todo. Cuando pedimos pan recibimos con él todas las cosas. Los bautizados conocen también un alimento espiritual, que también vosotros estáis seguros de recibirlo en el altar de Dios. También él será pan de cada día, necesario para esta vida. ¿O acaso hemos de recibir la Eucaristía cuando hayamos llegado a Cristo y comencemos a reinar con él por toda la eternidad?

La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día, pero recibámoslo de manera que no sólo alimentemos el vientre, sino también la mente. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que, agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. Lo que yo os expongo es pan de cada día. Pan de cada día es el escuchar diariamente las lecturas en la Iglesia; pan de cada día es también el oír y cantar himnos. Cosas todas que son necesarias en nuestra peregrinación. ¿Acaso cuando lleguemos allá hemos de escuchar la lectura del códice? A la Palabra misma hemos de ver, a ella oiremos, ella será nuestra comida y nuestra bebida como lo es ahora para los ángeles. ¿Acaso necesitan los ángeles códices o quien se los exponga o lea? De ningún modo. Su leer es ver; ven la Verdad misma y se sacian de aquella fuente de la que a nosotros nos llegan unas como gotas de rocío solamente. Hemos hablado ya del pan de cada día, porque en esta vida nos es necesario hacer esta petición.

Sermón 57, 7.

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Me sitúo dentro de esta escena evangélica. Y me sitúo, a la vez, en cualquier eucaristía en la que participo. Jesús nos sienta a todos con igual dignidad. Nos alimenta, me alimenta. Nos hace compartir su don.

No hay eucaristía, ni habrá multiplicación de los panes si no respondo evangélicamente a la invitación de Jesús: Dadles vosotros de comer: Orar es escuchar tal invitación.

Pido ser capaz de vivir la experiencia del compartir y la solidaridad todos los días, en cada momento de la vida. Dejo que Jesús rompa mis esquemas egoístas e insolidarios.

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Señor Jesús, Tú que te has quedado, Tú todo, hombre y Dios verdadero en las especies de pan y vino, dándonos tu Cuerpo y Sangre como alimento de vida eterna, abre nuestro corazón
y nuestro entendimiento para darnos cuenta de la dimensión de tu amor y de tu presencia viva en la Eucaristía, para que buscándote te encontremos, encontrándote Tú nos transformes,
transformándonos vivamos más unidos a ti, siendo Tú todo para nosotros viviendo nosotros en ti y por ti, estando Tú en nosotros y nosotros en ti. Que así sea.

ORACIÓN

Señor Jesucristo,
que en este admirable sacramento
nos dejaste el memorial de tu Pasión,
concédenos venerar de tal manera l
os sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que podamos experimentar siempre en nosotros
los frutos de tu redención. Que vives y reinas con el Padre.