El precioso simbolismo de la entrada de Jesús en Jerusalén según Lucas

 

En el desarrollo de la celebración litúrgica del domingo de Ramos hay un simbolismo que muchas veces pasa desapercibido. Se trata de un arco que diseña el giro que estamos llamados a hacer en el interior: después de los cantos de alegría y de exultación en la procesión de ramos nos vamos sumergiendo progresivamente en el silencio contemplativo, abismal, que genera la proclamación de la Pasión de Cristo. Exultar y callar, caminar y reposar, proclamar y escuchar, es la dinámica del domingo “de ramos en la Pasión del Señor”. El domingo de pascua haremos el movimiento contrario. Pues bien, este doble movimiento está representado en el evangelio de Lucas que leemos este año.

 

¿Cómo podríamos hacer de forma más consciente y provechosa el primer movimiento? Ciertamente dejándonos conducir por Jesús, en calidad de discípulos que toman atenta nota de las indicaciones que van apareciendo en el evangelio.

 

En el evangelio de Lucas encontramos cinco imágenes significativas en el ingreso de Jesús en Jerusalén. Los invito a considerarlas con sencillez y a descubrir en ellas algunas pautas.

 

Primero, un camino cósmico presidido por Jesús (Lc 19,28). En Lucas, el de Jesús en realidad es un camino cósmico, una ruta hacia el Padre, que pasa necesariamente por una muerte que es síntesis de una vida totalmente entregada y de abandono en las manos de Dios, quien no deja caer al suelo la existencia del hijo fiel. Entramos a Jerusalén pero la mirada está puesta en un horizonte mayor, donde el Padre exalta a Jesús “como Jefe y Salvador” (Hch 5,31), porque él es “el jefe que conduce a la vida” (Hch 3,15). 

 

Segundo, una misión en burro (Lc 19,29-34). El envío de discípulos para preparar la entrada de Jesús, retoma elementos característicos de los relatos misioneros: “dos”… “id”… “fueron”. Cuando está a punto de empezar la última y decisiva, Jesús da nuevas lecciones sobre la misión. El querer montado en un humilde pollino, gesto de humildad, nos recuerda de qué manera Jesús ha venido y sigue viniendo al encuentro de la gente. Por su parte los discípulos deben dar explicación de su proceder, dialogan. 

 

Tercero, cielo y tierra en único canto de alabanza (Lc 19,37-38). En la noche de la navidad cantaron en el cielo los ángeles y en la tierra se alegraron los humildes pastores, ahora proclama en la tierra y con inmensa alegría “toda la multitud de los discípulos”. El canto litúrgico suena familiar: “Paz en el cielo y gloria en las alturas”. Jesús es reconocido como “el Rey que viene”: uno que se inclina, un buscado que descubrimos como buscador. Jesús es el “viniente”.

 

Cuarto, piedras que cantan (Lc 19,39-40). En Jerusalén hay una piedra con carita de niño que le muestran a los peregrinos distraídos como “la piedra que habría cantado”, obviamente es un chiste. Pero el sentido de “si éstos callan gritarán las piedras” es claro: lo que se experimenta en el discipulado con Jesús se vuelve incontenible. Quien encuentra a Jesús no lo puede callar, hay que proclamar aun cuando nos manden a callar, hay que profetizar sin miedo, hay que dejar que el corazón y la voz canten. “No podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20).

 

Y finalmente, las lágrimas (Lc 19,41-44). Un giro de ciento ochenta grados enfoca ahora a aquellos que se quedaron en actitud de piedras. El gozo no distrae la percepción profética de un panorama de violencia, de dolor y de devastación que se aproxima. El panorama podría ser distinto si se recibe la visita del salvador: en medio de esa ciudad está a punto de transitar el portador de paz, cuya misión traza la ruta de Dios hacia la plenitud de vida. Pero la violencia se estrellará contra su propio cuerpo desnudo en una dolorosa pasión. Curiosamente sus lágrimas, como lo han entendido tantos exegetas, son las de un corazón en el que entra en sintonía profunda el sufrimiento de Dios y el sufrimiento de un pueblo. Son lágrimas misericordia, no de castigo.

 

Las imágenes anteriores podríamos considerarlas también como tres coordenadas que recomponen un universo espiritual: una coordenada espacial representada en el camino, el ingreso en burro en Jerusalén y luego por medio de la cruz en la gloria; una coordenada temporal contenida en el tiempo de la visita, la que ya han reconocido y proclaman los sencillos, pero que encuentra resistencia en la dureza de la ciudad religiosa; y una tercera coordenada, parecida a la tercera dimensión de la existencia, la del impulso de amor y de dolor que circula entre Jesús y la ciudad santa.

 

Este año podemos darnos una semana santa diferente. Repasemos las indicaciones del evangelio y dispongámonos a hacer una entrada bien hecha, con Jesús, en Jerusalén.

 

P. Fidel Oñoro, cjm

Marzo de 2013


Fotografía: http://www.oscarhumbertogomez.com