Con motivo del mes extraordinario misionero convocado por el papa Francisco y en el marco del Sínodo de la Amazonia quiero hacerles llegar este mensaje que nos recuerde con esperanza la alegría de nuestra consagración para la misión y la urgencia de la Iglesia por salir al mundo a anunciar a Jesucristo, quien es la Salvación de todos los pueblos.

Tenemos una historia que contar y un presente que vivir. La historia está hecha por los testigos que dieron vida a la obra del Espíritu. El Espíritu actúa donde quiere y cuando quiere y suscita hombres y mujeres de Dios para que encarnen el Evangelio y lo comuniquen desde el convencimiento, el coraje y la fe profundas. Nuestros fundadores y todas las hermanas que nos precedieron han testimoniado con el ejemplo y la entrega esta acción del Espíritu. Demos gracias durante este mes por estos testigos, recordándolos en nuestras oraciones, en nuestras reflexiones comunitarias y apostólicas, y en nuestras motivaciones para reavivar el fuego de la misión en cada una.

Nuestra consagración religiosa radica íntimamente en nuestra consagración bautismal. Cada una de nosotras está doblemente incorporada al misterio de la Iglesia, a su misión, y a su razón de ser. Hemos sido bautizadas y enviadas en razón de nuestro bautismo, y en la fórmula de nuestra consagración hicimos compromiso de una entrega total, sin impedimentos, a través de nuestros votos, a testificar nuestro amor preferencial a Cristo y a los hermanos.

Hoy las invito a cada una recordar aquel primer impulso que nos hizo salir de casa, dejarlo todo y a mirar horizontes llenos de sueños para responderle al Señor. Cada una, desde la vocación misionera que recibimos, buscaba estar allí donde la vida clama, servir allí donde la obediencia nos puso y amar con todas nuestras fuerzas a Jesús, entregándole todo nuestro ser.

Este mes la Iglesia se levanta en pie de guerra para reanunciar al único y verdadero tesoro que mueve la historia y los corazones de los hombres. Jesucristo es el misionero del Padre, el enviado, y por Él y para Él hemos sido convocadas a dar razón de nuestra fe. No perdamos esta oportunidad eclesial para reavivar el fuego de la misión y creernos sobre todo, que cada una es misionera, enviada a testimoniar el amor de Dios.

Tengamos una mirada de fe y misericordia hacia esta humanidad desde los lugares donde estamos. Salgamos de todo aquello que nos impide una acción misionera, que brote de un amor incondicional al Señor, y seamos presencia significativa para nuestros hermanos más necesitados.

Con motivo del Sínodo de la Amazonia, queremos especialmente con la ayuda de todas, realzar la figura de Cleusa. Ella sigue viva en el clamor de los pobres y en los desafíos de sus innumerables problemáticas: asesinato de líderes, mega proyectos, contaminación, que produce muchas enfermedades (sobre todo en los niños), narcotráfico, problemas sociales asociados, proliferación de sectas, falta de misioneros y un sinfín de etc. Cleusa sigue siendo la voz de los sin voz, y sigue removiendo también nuestra conciencia, para que nuestras acciones guiadas a la luz del Evangelio, sean audaces y respondan, así sean pequeñas, a las mismas acciones que hizo Jesús, coherentes con la justicia y en defensa de la vida.

Las invito a salir a los caminos, a las calles, a los hogares, a los corazones de tantas personas necesitadas de una palabra, de un silencio, de una presencia, de una mano tendida. No nos quedemos en nuestra zona de confort, ni actuemos según nuestros propios criterios, sino que, juntas, en comunidad, podamos percibir el soplo del Espíritu que nos impulse a sacar lo mejor de nuestra unión con el Señor en compromisos que den vida. 

Nieves María Castro Pertíñez, superiora general.