“Nosotros somos misioneros de la fe;

vosotras vais a ser misioneras de la caridad,

y todos juntos seremos apóstoles de la esperanza”

(Mons. Ochoa.)

 

 

Este 31 de octubre estamos celebrando el día misionero de la congregación con motivo del 83 aniversario de la ordenación episcopal de monseñor Francisco Javier Ochoa. Al hacer memoria de este acontecimiento cerramos también este mes misionero extraordinario convocado por el papa Francisco. Sin duda alguna, este mes ha estado signado por acontecimientos especiales, como son el Sínodo de la Amazonia y la presencia de Cleusa en la “Tienda de los Mártires”, que ha funcionado junto al Sínodo como un espacio organizado para la reflexión y oración en torno a la vida de los mártires y su memoria.

Recordar a monseñor Ochoa es rememorar su historia, su vida misionera y liderazgo; sus virtudes heroicas marcadas por el amor al corazón de Jesús, por el anuncio del evangelio, por la disponibilidad y audacia para entregar su vida en favor de los pobres, los alejados, los sin Dios. Monseñor Francisco Javier es modelo de vida misionera para nosotras; su obra y acción nunca pasarán y en sus escritos encontramos su personalidad, su amor a la justicia y su creatividad para manifestarnos que la misión estuvo latente en su corazón y le movió en todo para la honra y gloria de Dios.

El papa Francisco ha insistido en que en nuestras comunidades se procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, donde no se pueden “dejar las cosas como están”, y por eso nos reta a constituirnos en “estado de misión”, dejando el “miedo para poder realizar una acción misionera capaz de transformarlo todo, de forma que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto preservación”. Se nos insiste también en una Iglesia de bautizados, protagonistas, discípulos y misioneros, y por ello, necesitamos fortalecer la misión compartida con los laicos que han recibido el carisma para enriquecer a la Iglesia y expandirla en todos los lugares donde nos encontramos.

Bendito sea Dios que nos ha regalado la Iglesia, sacramento universal de salvación, donde cada una, por el hecho de ser bautizada es Iglesia y visibiliza el reino de Dios con el testimonio de su consagración para la misión.

Las abrazo en el amor de Cristo Jesús, misionero del Padre, resucitado, quien nos adelanta en el camino.

 

Nieves María Castro Pertíñez, mar

 Superiora general