Hace unos meses me correspondió preparar el retiro comunitario de mes y pues el tema que el Espíritu Santo me suscitó para ello se titulaba “Yo he resucitado, ¿y tú?” por lo que invité a mis hermanas de comunidad a que tomaran un envase, le echaran tierra y agua y colocaran allí una semilla de frijol, la cual representaría durante el retiro la vida de cada una. Por supuesto que yo también hice lo mismo.

Al terminar el retiro iba a tirar el envase, pero luego pensé: ¡déjala todavía, a ver qué pasa!

Puse el envase en el piso, en una esquina del ropero y me olvidé de ella; ¡claro!, alguna vez le eché agua.

Pasaron los días y… ¡Algo nuevo estaba brotando! ¡No me lo podía creer! De la semillita estaba saliendo un tallo. Este proceso ya lo había visto antes en la escuela, pero no le había dado el sentido que ahora le di. Parece un suceso insignificante, pero Dios estaba diciéndome algo. Por eso le puse a la planta “Opus” que significa “Obra” una obra que no es mía sino de Dios.

Este acontecimiento me hizo reflexionar en varios aspectos de mi vida que quizás tu también te sientas identificado (a); te compartiré dos de ellos:

1. El Señor obra en el silencio. A veces es un silencio que no se entiende y pareciera que no dice nada, pero ahí está obrando y lo único que pide de nosotros es que confiemos. Nuestras vidas muchas veces se ven envueltas en este misterioso e incomprensible silencio, como si Dios estuviese ausente pero ¡no! No es así. Como el frijol que iba creciendo, levantando la tierra poco a poco y en silencio, así también obra Dios. Él nunca quita su mirada de nosotros.

2. Ver la transformación de la semilla en planta produjo en mí una alegría inexplicable que me hizo salir de mi habitación e ir en busca de una hermana, y luego de otra, y otra… quería que todas supieran que estaba feliz y que se alegraran conmigo.

Cuando el Señor obra en nuestras vidas y somos conscientes de ello, de que algo en nosotros Él transformó y nos ha hecho renacer, queremos dar testimonio, no queremos guardar ese amor proyectado en alegría, queremos que los demás también experimenten lo mismo.

En conclusión, querido lector, ¡déjate sorprender por Dios! Él sí que sabe preparar sorpresas en silencio. Él es el único que puede dar vida donde parece que todo está perdido. Él es el único que puede darte esa alegría tan inmensa e indescriptible en la que tú quieres que otros participen. ¡Anímate a descubrir la mirada de Dios en tu día a día!

Jasmeiry De La Cruz, MAR