Hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados…

INTRODUCCIÓN

El tema de este Domingo lo propone claramente el mismo Jesús ya que, en estos breves versículos del evangelio de Mateo nos repite por tres veces ¡No temáis! Unas palabras que necesitamos escuchar hoy más que nunca. La terrible experiencia del “corona-virus” a nivel mundial, nos cogió de sorpresa y totalmente desprevenidos. Lo mismo que la guerra contra Ucrania o los fuegos devastadores, Las consecuencias han sido terribles. ¿Cómo no tener miedo? Sólo Jesús, vencedor de la muerte, puede abrirnos horizontes de esperanza.

LITURGIA DE LA PALABRA

1ª lectura: Jr 20,10-13

2ª lectura: Rm 5, 12-15.

EVANGELIO (Mt. 10,26-33)

No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos.

MEDITACIÓN-REFLEXIÓN

  1. El miedo nos paraliza.

Jesús, después de la Resurrección, se encuentra a unos discípulos “encerrados por miedo a los judíos” (Jn 20,19). Unos discípulos llenos de miedo no pueden salir a ninguna parte. Esta Iglesia que debe dar al mundo la gran noticia de la Resurrección, está frenada, paralizada por el miedo. Sólo cuando Jesús aparece se llenan de gozo y salen a llevar la buena noticia al mundo entero. Sin experiencia de Resurrección no se puede vencer el miedo y la Iglesia que “debe estar en salida” está  anclada en el pasado, replegada sobre sí misma, lamentándose de ir perdiendo fieles cada día, sin horizonte, sin ilusión, sin esperanza, sin futuro. Sólo un encuentro vivo con el Resucitado nos hará perder todos los miedos.

  1. El miedo nos esclaviza

En el escrito a los hebreos se nos dice algo asombroso.: «Cristo vino a liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Heb. 2,15). Cristo no sólo vino a librarnos de la muerte sino del miedo a morir. El miedo a morir nos hace vivir como esclavos. El evangelio de hoy nos anima a poner toda la confianza en un Padre maravilloso que no permite que caiga un pájaro al suelo sin su permiso y tiene contados hasta los cabellos de la cabeza. Tenemos un Padre que está al tanto de todo y nos quita el miedo a vivir y el miedo a morir. Dios no quiere esclavos que le sirvan por miedo sino hijos que le sirvan por amor. Es interesante un testimonio del siglo V de San Pedro Crisólogo: “El mismo Dios nos enseña a orar: Padre Nuestro. Nos empuja a orar así y nos lo manda. Por eso seguimos la gracia que nos llama, seguimos el amor que nos arrastra, seguimos el cariño que nos invita. Que Dios es nuestro Padre, lo siente nuestro corazón, lo confiesa nuestra alma, lo proclama nuestra lengua. Y todo lo que hay en nosotros corresponde a la gracia y no al temor; porque quien de juez pasó a ser nuestro Padre, quiere ser amado y no quiere ser temido”. Dios quiere que vivamos con la libertad de hijos de Dios.

  1. El miedo no nos deja disfrutar

Uno de los males mayores del miedo es que no nos deja disfrutar de la vida. Dios ha creado para nosotros un mundo maravilloso y quiere que lo disfrutemos. Que disfrutemos del sol, de la brisa, del agua, de un bello atardecer, del canto de los pájaros, y de toda la creación. Y quiere aún más que disfrutemos de la amistad, del compartir juntos una mesa, del cariño de las personas. Pero, sobre todo, quiere que disfrutemos de Dios. Quiere que desterremos para siempre esas imágenes de Dios que nos asustan y nos distancian. Que disfrutemos de un Dios que es Padre que nos ama con locura; que disfrutemos de Jesús, nuestro amigo y nuestro hermano que ha ido a la Cruz para expresarnos lo que nos quería; y de un Espíritu Santo que es Amor y tira de nosotros hacia la unidad.

PREGUNTAS

  1. ¿Tengo miedo? ¿A quién tengo miedo? ¿Siento que el miedo me paraliza y no me deja realizarme? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?
  2. ¿Tengo miedo a morir? ¿Hasta el punto de esclavizarme? ¿Qué debo hacer para ser hombre libre, sin miedos ni sobresaltos?
  3. ¿Qué imagen de Dios llevo dentro de mí? ¿La imagen de un Dios que me da miedo, que me frena? ¿O la de un Dios que me hace disfrutar de todo?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

En nuestra vida, Señor,

estamos «llenos de miedos»:

a la violencia, a los robos,

a la muerte, a estar enfermos.

Como cristianos tenemos

también «miedo al Evangelio»,

porque ser creyente implica

persecuciones, desprecios.

Es verdad que es muy humano

sentir miedo y desconcierto,

cuando los hombres violentos

quieren «matar nuestro cuerpo.

Pero, Tú, Señor, nos quitas

miedos y desasosiegos,

al ponernos en las manos

del Padre que está en el cielo,

Si el Padre cuida a los pájaros

y cuenta nuestros cabellos,

¡cuánto más protegerá

a sus hijos predilectos!

Buscamos seguridad

en el poder y el dinero.

El que confía en Dios tiene

«un seguro a todo riesgo»

Señor, queremos vivir

como los «niños pequeños»:

Confían en sus papás

y nada les quita el sueño.

(Versos de José Javier Pérez Benedí)

Fuente: Diócesis de Aragón