Experiencia del Primer Año de Noviciado

 

El tiempo es como un pajarito libre y escurridizo que no se deja retener por nada ni por nadie; que me hace mirar atrás con asombro al darme cuenta de lo rápido que ha pasado este primer año de noviciado, el año de las convicciones, como lo he bautizado.

 

Año de las convicciones porque me ha permitido enraizar mi respuesta vocacional en Jesús; a Él le he descubierto de una forma nueva, mucho más cercana, mucho más misericordiosa, mucho más humana, mucho más real. La vocación, tal vez antes vista en un plan de romanticismo, ahora tiene otro pilar: la causa de Jesús, el Reino. Reino que espera de mí una opción real por el amor traducido en verdad, justicia, paz y fraternidad. Y todo ello tiene que ver con los preferidos de Jesús. Ya sabemos quiénes son. 

 

Estas son palabras mayores; palabras que me confrontan y me hacen caer en la cuenta de mi pequeñez. Sin embargo, así, pequeña  y débil, Él me sigue invitando a caminar. He descubierto que sólo el encuentro cotidiano con Jesús da sentido a este camino y da la fuerza necesaria para avanzar. 

 

La Palabra ha tenido un papel protagónico, tanto en la vida de oración como a nivel académico. Me he sentido llamada a profundizar en ella en ambos aspectos, a no dejarla coja para no correr el riesgo de espiritualizarla y desencarnarla o de vaciarla de su fuerza transformadora. 

 

La vida comunitaria, con todo y los roces que todas conocemos, ha sido una gozada. La casa-comunidad noviciado a veces tiene un aire de sombrero de mago; sí, esos sombreros de los que puede salir cualquier cosa que por pequeña que sea te permite celebrar la vida en el encuentro con la otra. Una de las frases célebres es “en mi casa no comemos, pero nos reímos” (¡y vaya que sí comemos!) porque en medio de los dolores  personales, familiares, comunitarios, eclesiales  y sociales nos sentimos llamadas a ser testigos de la alegría.  

 

Otra experiencia fuerte ha sido el constatar que sólo la formación permanente da ritmo a este estilo de vida. La formación abre los horizontes del seguimiento a Jesús y permite ir contrastando nuestra vida con la del Maestro. Como las señales de tránsito, nos va indicando cómo debemos avanzar, cuáles son los giros que debemos hacer, las curvas en las que hay que tener precaución y la velocidad a la que debemos movernos. 

 

Cierro este primer año de noviciado con un personaje del evangelio que expresa perfectamente lo que hay en mi corazón: el leproso que regresó (Lc 17, 11-19). Este hombre, viendo la magnitud de lo que Jesús ha hecho, no hace otra cosa que correr hacia Él dándole gracias y postrándose a sus pies. Traduzco que la gratitud se manifiesta en una entrega de la vida, en una total disponibilidad que el Señor aprovecha para enviarnos: “ponte de pie y vete”. 

 

Cuento con sus oraciones para que este deseo pueda hacerse realidad cada día, desde lo pequeño y aparentemente invisible. Y las pido también para Nieves Mary, nuestra maestra de novicias, nuestro pequeño torbellino, una mujer que está entregándose con pasión a la tarea que le ha sido encomendada y a quien sin duda le debo mucho de lo anteriormente escrito. 

 

Nos seguimos viendo en la Eucaristía, unidas en el amor de Cristo.  

 

Yolenny Ramírez.