«Y el primer día de la semana María Magdalena fue temprano al sepulcro,

cuando todavía estaba oscuro, y vio que ya la piedra había sido quitada del sepulcro».  (Jn 20,1).

 

A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

Queridas hermanas:

«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más Hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida». Con estas hermosas palabras empieza el papa Francisco su exhortación postsinodal Christus vivit dirigida a los jóvenes, y dirá a continuación «Él vive y te quiere vivo».

Me dirijo a cada una de las hermanas que conformamos la congregación en esta Pascua que estamos iniciando con el deseo profundo de que la esperanza que nos trae la resurrección de Jesús inunde nuestros corazones y los haga nuevos. Él vive dentro de nosotras; Él está en lo más íntimo de nosotras mismas. Él no deja nunca de hacernos el bien, de entregarse y de apostar por cada una.

Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios nos pide: «Eliminen la levadura vieja para ser masa joven» (1Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita a despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10). San Agustín nos invita, como dicen nuestras Constituciones, a entrar dentro de nosotras mismas para lograr la conversión, cuando nos dice que seamos siempre nuevas, que nos desprendamos cada día del hombre viejo y que cada día volvamos a nacer, a crecer y a progresar. Así participamos de la muerte y resurrección del Señor y completamos su pasión por nuestros pecados y los de todo el mundo (CC. 50). Revestirse de juventud es revestirse de misericordia, de bondad, de ternura y mansedumbre, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro» (Col 3,12-13). Revestirse de juventud es creer que la cercanía del Resucitado se toca y se palpa con las manos cuando la extendemos a los más necesitados de comprensión, de escucha, de pan, de Dios; es mantener una sonrisa abierta a pesar de las dificultades y los sufrimientos anejos a la misión, porque Cristo nuestra Pascua está llenando nuestra vida de alegría y de esperanza; es abrazarnos a la cruz de cada día y tener el coraje de poder empezar nuevamente con la fuerza del Espíritu que renueva todas las cosas. Revestirse de juventud es revestirse de Cristo, haciendo que Él sea el centro de nuestra vida, por quién lo hemos dejado todo para encontrar en ella plenitud.

María Magdalena corrió hacia los discípulos para anunciarles al Resucitado. Correr es una actividad que nos da impulso. Correr como resucitadas es haber experimentado en nuestra vida un Amor profundo que no nos amarra, sino que nos saca de sí, en tensión hacia el Reino. La Buena noticia de la Resurrección debe transparentarse en nuestro rostro, en nuestros sentimientos y actos, en el modo cómo tratamos a las personas que nos rodean, en nuestro compromiso con la justicia y en nuestra manera de vivir en comunidad, pero, sobre todo, en una disposición del corazón para salir de sí en búsqueda de los hermanos.

La Pascua se convierte en una celebración llena de gratitud y, al mismo tiempo, renueva como bautizadas y consagradas el sentido de nuestra nueva condición, que ya el apóstol Pablo expresa: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, […] y no las de la tierra» (Col 3,1-3). Mirar hacia arriba, mirar al horizonte, ensanchar los horizontes: esta es nuestra fe, esta es nuestra justificación, este es el estado de gracia al que todas estamos llamadas. Vivir en gracia es una realidad que exige convertirse en existencia concreta día a día.

Por tanto, solo hay una cuestión importante de verdad: ponernos en camino al alba, no demoramos más, encadenadas como estamos por los prejuicios y los temores, sino vencer las tinieblas de la duda con la esperanza. ¿Por qué no habría de suceder todavía hoy que encontráramos al Señor vivo? Más aún, es cierto que puede suceder. El modo y el lugar serán diferentes, muy personales para cada una de nosotras. El resultado de este acontecimiento, en cambio, será único: la transformación radical de la persona. ¿Encuentras a una hermana que te ama incondicionalmente? ¿A una hermana que sabe trascender los pequeños inconvenientes de cada día? ¿A una hermana que hace vida su oración y de su oración brota alegría, acogida, entusiasmo misionero, servicio? ¿Encuentras a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente dedicado a las cosas del Reino? Si es así, podemos estar seguras de que ha encontrado a Cristo… El encuentro con Cristo, vivo y resucitado, nos transforma, nos hace nuevas, aunque tengamos edades avanzadas.

Creer en la Resurrección es afirmar que Cristo es el Salvador, el que cambia la muerte en vida, el dolor en amor, el pecado en gracia, el odio en perdón. Lo ha cambiado en su propia carne y ahora lo quiere cambiar en todos los que creemos que vive dentro de nosotros.

Creer en Cristo Resucitado es dejar que Cristo pueda bajar hasta nuestros abismos; arrancarnos con fuerza de este sepulcro y de este abismo que es el pecado, la tumba en la que cada una nos encerramos muchas veces y con nuestras actitudes encerramos a los demás. Dejar vivir a Cristo es resucitar. ¡Aleluya!

Maracaibo, 20 de abril de 2019

Hna. Nieves María Castro Pertíñez,

Superiora General