En las misiones que en las que he podido participar he percibido que Dios está en las cosas más simples, en los mínimos detalles y que quiere que nosotros también nos fijemos en las cosas más pequeñas que muchas veces a los ojos de los demás pueden ser insignificantes, pero para nosotros cristianos deben ser primordiales.

La misión de Jesús se percibe en el trato con los demás; es ahí donde Él revela el rostro misericordioso del Padre, donde su hablar toca al más despreciable de la sociedad, su mirada llega al corazón de aquellos más sufridos. Cuando Jesús se ponía a peregrinar, a predicar, Él lo hacía porque veía la situación del pueblo, sentía sus dolores, participaba con ellos en sus labores, en sus cansancios, era sumamente sensible ante los demás. Eso nos muestra cómo debe ser también nuestro trato con los demás.

Cuando vamos a una misión lo primero que debemos recordar es que  nos vamos a encontrar con personas, y que cada una en su manera de ser es un misterio, cada una tiene su historia, tiene dentro de sí un tesoro que es Dios; nosotras como discípulas, como misioneras, debemos también hacer como Jesús que miró a la gente y sintió compasión (Mc 6,34); debemos mirar con tanto amor, con tanta compasión que podamos verdaderamente hacer esa experiencia tan bonita de hacer que los demás también perciban ese amor que Dios tienen con ellos. ¿Pero cómo hacemos esa experiencia si no tenemos la sencillez de Jesús?

El diccionario nos dice que la sencillez es la cualidad de sencillo, que es el que no tiene composición, carece de ostentación o no ofrece dificultad, es decir, la sencillez nos presenta tal cual somos, sin máscaras, sin obstáculos, ella nos ayuda a vivir con verdad, con lo esencial, de esta manera es más fácil mirar al otro, es más fácil percibir los pequeños detalles. Que podamos pedir a Dios la gracia de la sencillez para poder servir a nuestros hermanos.

Eduarda Ramos 

Novicia MAR