El compromiso de tener una sola alma y un solo corazón en Dios, se encuentra en el número 2 de nuestra regla; lo decimos con orgullo y lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles como la forma de vivir cristianamente.  Pero… ¿Qué significa eso?

Sabemos que, en el corazón anidan los sentimientos, los deseos, los proyectos, los afectos, las decisiones. Una sola alma y un solo corazón, se tiene con otros. En nuestro caso, con nuestras hermanas de comunidad.

Tener una sola alma y un solo corazón en Dios, significa que nos conocemos y nos amamos, que compartimos los mismos sentimientos y tenemos un mismo proyecto, un mismo ideal. Que todas nos sentimos parte del grupo, pertenecientes a él por la llamada del Señor y además nos sentimos acogidas, aceptadas, participamos en las decisiones y tenemos responsabilidades.

Significa que hay comprensión mutua, respeto, fraternidad, confianza y comunión. Todas somos iguales, aunque prestemos diferentes servicios; caminamos juntas, ninguna va adelante, ni dejamos a ninguna detrás. Dejamos a un lado los prejuicios, luchamos contra ellos.

Sabemos que somos débiles y eso nos ayuda a ser pacientes, tolerantes, solidarias con las demás y no las juzgamos porque sabemos que el Señor no vino a juzgar sino a salvar. Estamos dispuestas a perdonar siempre con la ayuda del Señor.

Para nosotras no hay un tú o un yo, sino un “nosotras”. Nos sentimos responsables de nuestras hermanas.

Acogemos a la familia de cada hermana como a nuestra propia familia, sin distinciones, con el mismo cariño y detalles.

Oramos por nuestras hermanas y nos ponemos al servicio de la comunidad porque amamos a Dios y a todos los que él ama. Y como buenas agustinas, actuamos por amor: si corregimos, corregimos por amor, si dejamos pasar, lo hacemos por amor, si callamos, callamos por amor. Intentamos tener un solo lenguaje: el del amor.

En nuestras reuniones y trabajos, dejamos a un lado los intereses personales, que rompen las relaciones y buscamos todas, solo, la voluntad de Dios. Ninguna busca ser la primera, tener el mejor puesto, sino que busca solo el honor y la gloria de Dios. Vivimos en proceso de conversión abriéndonos a Dios y a los demás.

Animamos a las jóvenes a ser creativas y valoramos lo que hacen. Escuchamos a las mayores con amor y respeto y nos admiramos de su vida y su sabiduría. Somos pacientes con sus limitaciones.

Somos alegres porque Dios está en el centro de nuestros corazones y es su amor el que nos une. Vivimos agradecidas con Dios por todo lo que de él recibimos, y también con nuestras hermanas de comunidad que velan por nosotras.

Hna. Elsa Gómez Galindo