Hoy es la octava de navidad y el primer día del nuevo año, una conclusión y un comienzo. La Iglesia lo dedica a la «Virgen del camino», a la que encontramos en cada estadio de la andadura de la vida, en su momento inicial y «en la hora de nuestra muerte».

Se le ha dado ese título en el nuevo calendario litúrgico revisado. La denominación pone claramente de manifiesto que se trata de una fiesta de Nuestra Señora, y que tiene por objeto honrar su maternidad divina con la solemnidad conveniente. Antes de cambiarse el título en 1969, se conocía la fiesta como la «Circuncisión de nuestro Señor». También se conmemora esto, la imposición del nombre de Jesús al niño de María pero el objeto principal de la fiesta es la maternidad virginal de María contemplada a la luz de la navidad

San Lucas 2,16-21.

En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

San Agustín nos dirá que:

(…) “Naciendo de la madre se introdujo en este día en el curso de los años. El Hacedor del hombre se hizo hombre, de forma que toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el Pan, sed la Fuente; duerme la Luz, el Camino se fatiga en la marcha, la Verdad es acusada por falsos testigos, el Juez de vivos y muertos es juzgado por un juez mortal; la Justicia condenada por gente injusta, la Disciplina castigada con flagelos, el Racimo coronado de espinas, la Base colgada de un madero, la Fortaleza debilitada, la Salud herida, la Vida muere (…)  María fue virgen antes de concebir y después de dar a luz. ¡Lejos de nosotros el creer que desapareció la integridad de aquella tierra, es decir, de aquella carne de donde brotó la verdad…! En efecto, en el seno de la virgen se dignó unirse a la naturaleza humana el Hijo unigénito de Dios, para asociar a sí, cabeza inmaculada, a la Iglesia, inmaculada también, a la que el apóstol Pablo da el nombre de virgen no sólo en atención a las vírgenes en el cuerpo que hay en ella, sino también por el deseo de que sean íntegros los corazones de todos” (Sermón 191).

Ante la  paradoja de ver a un niño en pañales anunciado por el Ángel como el Salvador, los pastores han respondido como creyentes; en ellos, que eran quizá los más pequeños de la tierra, ha comenzado a brillar como en Abraham, la nueva luz de la verdad de Dios para los hombres. Ante esa paradoja se nos pide también a nosotros el valor de una respuesta.

Ante el relato de los pastores, el texto de Lucas nos ofrece dos respuestas. Están a un lado los curiosos, que se admiran por lo extraño del suceso. Está en el otro la figura de María, que conserva todas estas cosas, las medita en su interior y reconoce (va reconociendo) la presencia de Dios en el enigma de su hijo envuelto entre pañales, recostado en un pesebre. También nosotros nos hemos situado ante el relato: ¿Como los pastores y María? ¿Simplemente como curiosos?

Dios nos concede por medio de Cristo el «status» de hijos; pero nos da también un nuevo ser, nos hace efectivamente hijos. La adopción no es meramente legal. El que es poderoso para crearlo todo con su palabra, puede hacernos hijos suyos cuando nos llama a sí. Y si Dios nos llama hijos y nos hace realmente tales, bien podemos nosotros llamarle «Padre», lo mismo que Jesús.

Naturalmente la primera persona que recibe ese modo de ser es la propia María. Ahí está  uno de los rasgos paradójicos de su maternidad: es el medio humano para que el Hijo sea  hombre y, a la vez, es la primera beneficiaria de esa obra salvadora. Madre de Jesús y  hermana mayor de nuestra salvación.

Gracias Señor, porque iniciamos el año, conscientes de que tenemos la eternidad entre las manos y es el puerto seguro para caminar con María, nuestra acompañante tierna y comprensiva en todo lo que nos acontece.

Que cada misionera agustina recoleta abracemos el Misterio anunciado cada día, en la contemplación que María Madre, nos enseña.