La vida en comunidad es una dádiva de Dios y a la vez una misión retadora pero que nunca pierde su valor y su sentido. Lo que la convivencia y el compartir de vida nos proporcionan, no cabe en palabras, uno debe hacer la experiencia para gozar de tamaños regalos que Dios, por medio de los hermanos y hermanas, nos da con mucho amor.

Cuando se vive en comunidad, se vive como hermanos, de la manera que Dios nos quiere, en unidad, con un solo corazón y una sola alma dirigidas hacia Él. Pero para que eso sea posible, es necesario, antes de todo, que nos sintamos hijas e hijos de Dios, sólo así podemos sentirnos hermanas, hermanos.

Más allá de nuestro entendimiento está el propósito de Dios Padre. Que vivamos en comunidad; que seamos hermanas no es por acaso, es gracia, es fuerza en el camino, pues ahí Él se manifiesta en lo más íntimo de nosotros, se presenta en las situaciones como Padre, como Maestro, como hermano, y con todo amor nos ama. Y es ese amor que nos permite sentirnos hermanas. Al sentirme amada y cuidada por Dios, también puedo amar y cuidar al otro.

Al ser hermana aprendo muchas cosas, sobre las diferencias, sobre las experiencias que cada una comparte, sobre la vida. Además de aprender, me siento parte de un proyecto mayor de Dios, que quiere la unidad de todos sus hijos, quiere que seamos familia.

Eduarda Ramos 

Novicia MAR