La misión es vida, no comienza cuando vamos a una vereda sino que se va gestando poco a poco. Y cuando decidimos ir a un lugar, empieza una nueva actividad: ¿A dónde vamos? ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuándo vamos? ¿Qué necesitamos?

Todo esto se preguntó el Equipo y vinieron las reuniones, la preparación de temas, de material, del lugar de alojamiento y manutención, y lo propio de misión: hamacas, toldillos, repelentes…, pero sobre todo, preparación del corazón. En ese lugar, el que sea, el que nos corresponda, nos esperan hijos amados de Dios. Algunos tal vez alejados, distraídos, despreocupados de las cosas de su Padre, otros, ansiosos por escuchar, por acoger, por hacer vida la Palabra de Jesús.

El domingo de ramos, después de la Eucaristía, tuvimos la celebración de salida a la misión, enseguida la reunión para recordar la dinámica de trabajo y entregar el material.  Después del almuerzo, salimos las 8 misioneras rumbo a Trinidad. Cada una, con la compañera que Dios quiso, se fue preparando para su tarea en la vereda que se le había asignado. Había alegría, nerviosismo, ansiedad ante lo desconocido, pero un gran deseo de poder decirles a las personas cuanto las ama Dios y mostrarlo con nuestras actitudes. Ante lo desconocido, todas estábamos dispuesta a todo: dormir como se presente, comer lo que nos ofrezcan, escuchar qué es lo que la gente desea, celebrar donde ellos indiquen. Sabíamos dónde o quién nos iba a recibir en su casa, pero los desconocíamos.

Cenamos en casa de nuestros hermanos agustinos recoletos que siempre nos acogen con gran cariño y generosidad y luego fuimos a dormir al Hotel de doña Lola.

El lunes santo salimos para nuestro destino. Hubiéramos querido que fuera más temprano, pero no siempre se puede llevar a cabo lo programado. Ya en la tarde estábamos todas en la vereda que nos correspondió.

Mi compañera de misión fue la joven Ana María Reyes. Para mi fue un regalo de Dios porque conocía a Ana María, estuvimos un mes juntas en Barranquilla cuando ella hizo su experiencia de vida en la comunidad y ella me acompañaba y se involucraba en todas las actividades que yo allí realizaba. Es una joven activa, alegre, dispuesta, dinámica, recursiva y creativa.

La familia de don Plutarco Sandoval y doña Carmen Guzmán (Sra. Nina), nos esperaban y nos acogieron con gran cariño. Nos asignaron una habitación con cama y hamaca. Arreglamos y luego rezamos vísperas. Pronto fue la comida y antes de preguntar, la señora Nina nos indicó que al día siguiente, temprano nos acompañaría una niña en el recorrido por las casas. Ella tenía claro que sector de la vereda se podía visitar cada día. Las casas no están muy cercanas, pero la gente se conoce bien. Muchos son familiares de doña Niña y del señor Plutarco, pues ellos tuvieron 15 hijos, de los cuales viven 13,  están casados y casi todos viven en la vereda. Después de compartir un rato con ellos, nos retiramos al rezo de completas y a descansar.

Al día siguiente nos levantamos temprano. Rezamos laudes y estábamos en la oración cuando nos llamaron a desayunar, aunque yo no llamaría a eso desayuno, por la cantidad, lo llamaría primer almuerzo. Le pregunté a la señora dónde almorzaríamos ese día, y nos dijo que en a casa del mono. Es uno de sus hijos. Que cada día nos diría dónde sería el almuerzo.

Recordando las palabras de monseñor Javier Pizarro: “no tomen agua sin hervir porque ustedes no está acostumbradas y le hará mal”, aproveché para decirle a la señora Nina si era posible hervir un poco de agua para llevar en una botella para el camino. Así lo hizo y cuando llegaron nuestras acompañantes, dos niñas, salimos contentas con nuestra botella de agua hervida. Después de un rato, llegamos a visitar la primera casa. En cuanto nos vieron, nos sacaron unas sillas, y casi sin haber hablado, nos trajeron unos jugos. No pensamos en que si el agua era hervida o no. Nos lo tomamos con gusto y desde ese momento, no nos volvimos a acordar de nuestra preciada botella.

Ahí se fueron aumentando nuestros acompañantes que al final eran cuatro, tres niñas y un niño que en algún momento me liberó del gran susto de verme sola ante una manada de novillos. Pues yo no los había visto y ellos, al verlos que venían cerca, habían salido corriendo, incluso mi querida compañera.  Yo me vi sola, sin saber que hacer, me parecía que si me movía o corría, ellos se irían sobre mí, yo podría caer y… ¡Ay, que susto!, pero el niño se acercó, cogió un poco de tierra y piedras y las lanzó hacia los animales. Éstos levantaron la cabeza y yo aproveché para correr hacia la casa que estaba ahí mismo. Y nos reímos bastante de las valientes misioneras. Y una niña decía, no se preocupe, ellos no son bravos, solo se hacen los bravos. Son curiosos.

Así, fuimos casa por casa, saludando, recordando que estamos en semana santa, que estábamos ahí para acompañarlos en esos días y recordar lo que se celebra. Los invitamos para el rezo del santo rosario por la tarde, según nos había dicho doña Nina, y para hablar un poco sobre todo lo que celebramos en esta semana. Pero insistimos en que se prepararan para la Eucaristía del jueves santo porque fue lo primero que nos dijeron al llegar, que el padre iba a celebrar el jueves por la mañana.

Hacia medio día estábamos en la casa del “mono”, unos de los hijos de la familia, que es muy blanco y tiene los ojos claros, y así lo apodan. Con buena acogida y cariño, nos brindaron un super almuerzo. Parecía que Ana María y yo teníamos el estómago vacío, porque comíamos todo lo que nos daban.

Después del almuerzo nos dirigimos a nuestra casa. El rezo del santo rosario estaba programado para las tres de la tarde. No era muy grande el grupo, pero sí sabían rezar y lo hacían con fervor. Nos distribuimos los misterios. Aprovechábamos el rosario para cantar entre misterio y misterio, un canto de interés personal, pensando en la Eucaristía del  jueves santo. Y terminado el rosario, hablábamos sobre lo que se celebra en semana santa, el jueves, el viernes y el sábado por la noche.

El miércoles, la dinámica era la misma, salir muy temprano, pero salimos bien protegidas porque estaba lloviendo. La lluvia nos hizo quedar un poco más en algunas de las casas y atendimos el pedido de rezar el santo rosario o de hacer oración por un enfermo. Hasta los niños que nos acompañaban, oraban por la salud del enfermo levantando su manos como implorando la bendición.

Llegamos casi empapadas (a mi me protegía un chubasquero y a Ana María unas botas de caucho y una sombrilla), a la casa donde íbamos a almorzar, donde la señora Leonor. Había mucha gente, se ve que también es una familia grande. Se veían bastante ocupados. De todas maneras se hicieron las invitaciones. Después del almuerzo, a casa.  Aprovechamos que el rezo del rosario sería un poco más tarde, para preparar la Eucaristía. Ya teníamos algunos niños para el lavatorio de los pies y algún lector.  Y fuimos también a una casa cercana, al lado contrario del que hasta ahora habíamos ido.

También aprovechamos el rezo del santo rosario para los cantos de la misa. Luego para anotar a otros niños para el lavatorio y buscar los lectores que faltaban. Ya quedaba todo a punto. Hablamos del lugar, de quien se encarga de las sillas, del permiso, etc. Todo eso lo hicieron ellos. Todo quedó preparado. La Eucaristía se celebraría en la escuela.

Había surgido algún inconveniente pues el padre tenía otro compromiso a la misma hora.  ¿Quién se equivoco? No sabemos, pero gracias a Dios, todo se arregló. Y la gente supo que esta vez la cita era a las 9:00a  a.m., no para llegar a las 10:00, sino que si el padre solo encontraba a una persona, celebraría para ella, pues enseguida tenía celebración en otra vereda.

El jueves muy temprano estábamos en la escuela  barriendo el salón para la celebración de la Eucaristía y  preparando todo: mesa, mantel, floreros, platón, toalla, hisopo, acomodando sillas,…

La gente llegó puntual. A las 9:00 estaban casi todos. El padre llegó a las 9:03, es decir, puntual, pero ellos empezaban a hacer broma por la tardanza. Se ofreció a confesar y luego comenzó la celebración, con todo a punto. La gente cantó y participó. Todos quedamos muy contentos. Después de la Eucaristía Ana María realizó unas dinámicas y juegos con los niños y a todos, niños y mayores, premió con ricos caramelos.

Por la tarde, después del rezo del rosario, aprovechado como siempre,  hablamos de la celebración del viernes santo, de la pasión del Señor y preparamos todo lo del viacrucis. Olmedo Sandoval, quien estaba siempre dispuesto, se había ofrecido a hacer la cruz y lo corroboró. También buscamos los lectores para la vigilia pascual. Ana María invitó a los niños a colorear las estaciones del viacrucis y a esta tarea se sumaron otras personas, así que en un momento se formó un taller de pintura y alguna joven salió de prisa en la moto y llegó con una bolsa de lápices de colores. Algunos se comprometieron a la lectura de alguna de las estaciones.

El viernes temprano, vino el señor Olmedo con la cruz. Ana María se subió en la moto con él, llevando la cruz y las estaciones para colocarlas en el lugar conveniente. Yo me fui a pie. Cuando me encontré con ellos, iban pegando la tercera estación y resolvimos que yo me quedaba y ellos terminarían de pegar las estaciones y regresarían para empezar el recorrido a las 9:00 a.m.

Comenzamos puntuales. Yo inicié con una introducción y con el credo. Los hombres voluntariamente fueron tomando la cruz que era algo pesada y hombres y mujeres participaron en la lectura de cada estación. Eran unas treinta personas, más hombres que mujeres, pero todos muy devotos. En algunas estaciones pedíamos rezar, mientras avanzábamos a otra estación, con una intención expresa, varios padrenuestros o  avemarías, y así fueron haciéndolo.

Hacia las 11:30 estábamos terminando con la última estación a la entrada de nuestra casa.

Por la tarde, rezo del santo rosario y preparación de la vigilia pascual. Nos indicaron el lugar. La señora Nina, -aunque siempre está ocupada, y es la primera que se levanta a lavar cosas de cocina y a cocinar y limpiar, y es la última que se acuesta hasta dejar todo recogido, sabiendo que esa casa que es la casa de todos-, estaba pendiente de lo que se necesitaba. Con ella buscamos la leña o rastrojos para la fogata. También colaboraron el señor Plutarco y su hijo Olmedo.

Nosotras preparamos los cirios, el agua para bendecir, el hisopo, las lecturas, las linternas,… Todo quedó a punto.

A las 6:00 p.m., se dio comienzo a la celebración.  Explicamos de qué se trataba y comenzamos con la fogata, la bendición del fuego, encendida de las velas, lecturas, Santo Evangelio y comentario, bendición del agua, renovación de las promesas del bautismo, credo, cantos, saludo y felicitación. Estábamos unas sesenta personas.  Tal vez no todas llegaron a tiempo, pero no veíamos bien porque ya estaba oscuro y nos valimos de las linternas para las lecturas.

Todos estábamos contentos. Le decíamos a la gente, que todo son celebraciones, memoria de lo ocurrido, pero que lo más importante es que el Señor Jesús resucitó, se dejó ver y cambió totalmente la vida de los discípulos que de temerosos y huidizos, los convirtió en valientes, fuertes, dispuestos a dar la vida por su maestro.

La gente agradeció nuestra presencia y trabajo. Ya sabían que salíamos al día siguiente temprano.

El sábado, dispuestas a partir. Dejamos todo recogido y como casi todos los días, barrimos nuestra habitación y el comedor. Aseamos el baño y listas. Pero nos llamaron que tardarían en recogernos porque una vereda estaba lista y solicitaba la Eucaristía. Así que de la celebración programada, pasaron a esta otra y llegaron a recogernos hacia la 1:00 p.m. Mientras tanto doña Nina nos preparó el almuerzo como siempre.

Salimos contentas y muy agradecidas con Dios y con esa familia que no escatimó nada y nos brindó acogida y cariño. Decía doña Nina: felicitaciones, misión cumplida. Gracias. No nos olviden.

El padre Héctor Manuel nos recogió. Venía en el carro de la parroquia de Trinidad. Estaba acompañado por las hermanas Olga Vega y Sandra Escobar que venían de la vereda de El Convento, también muy contentas por la labor realizada.

En Trinidad nos esperaban con el almuerzo. Pronto nos ayudaron a conseguir los pasajes para Yopal, a donde llegamos en horas de la tarde a reunirnos con nuestras compañeras que habían salido en la mañana. Nos preparamos para participar en la vigilia pascual de la Catedral. Y como sucede a veces, por un mal entendido, a las hermanas que regresarían a Bogotá por tierra, les compraron los pasajes para el día siguiente temprano, así que haríamos la evaluación sin ellas. Gracias a Dios quedaba una representante de cada vereda y se podía tener una visión de todas.

El domingo, después de participar en la Eucaristía, a las 10:00 a.m., nos reunimos para realizar la evaluación. Objetivo cumplido y muchas cosas para agradecer al Señor.

Quedamos comprometidas en continuar acompañando las veredas, en atender y formar al pequeño grupo de la vereda El Convento, en el Sistema Integral de Nueva Evangelización, SINE, y en formarnos también nosotras para colaborar en la formación de comunidades cristianas. Ponemos toda nuestra confianza en el Señor y nos valdremos de los medios que la iglesia nos ofrece.

 

Hna. Elsa Gómez Galindo

 

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