Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra…

 INTRODUCCIÓN

Creo que es un error dar a entender, que la crisis de la Iglesia es una crisis doctrinal. Es una crisis de vivencia. Por eso nunca se podrá superar por medio de más doctrinas y más documentos que tratan de zanjar cuestiones discutidas. Lo que hay que enseñar a los hombres es a vivir una experiencia del Dios cercano, el de Jesús. Sólo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Sólo teniendo la misma vivencia de Jesús, encontraremos la libertad necesaria para ser nosotros mismos. (Fray Marcos).

 LECTURAS DEL DÍA

 1ª Lectura: Zac. 9, 9-10

2ª Lectura: Rom. 8, 9.11-13

 EVANGELIO: Mt 11, 25-30

 En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

 REFLEXIÓN

En este texto de Mateo, el Señor nos habla de una revelación, pero no de una revelación cualquiera, sino de la máxima revelación del Padre al Hijo y del Hijo a los sencillos de corazón. Podemos dividir el texto en tres partes:

  1. Jesús y el Padre. “Yo te alabo, Padre”.Si algo destacan los evangelistas es esta inefable y misteriosa comunión de Jesús con el Padre. Para Jesús su Padre lo es todo. Se siente fuertemente atraído por Él y es su obsesión, su razón de ser. Por eso le nace la alabanza, la glorificación, el deseo de agradarle en todo. Comenta bellísimamente un famoso pensador cristiano: «Había en Jesús algo íntimo, un «sancta sanctorum”, al que no tenía acceso ni su misma madre, sino únicamente su Padre. En su alma humana había un lugar, precisamente el más profundo, completamente vacío de todo lo humano, libre de cualquier apego terreno, absolutamente virgen y consagrado del todo a Dios. El Padre era su mundo, su realidad, su existencia, y con él llevaba en común la más fecunda de las vidas» (K. Adán).
  1. El Padre y Jesús. Todo me ha sido entregado por mi Padre”.El Padre no se ha reservado nada. Si se hubiera reservado algo, Jesús ya no tendría algo que tiene el Padre y, por consiguiente,  ese hijo ya no sería Dios. Cuando Jesús, después del bautismo, escucha una voz del cielo que dice: “Este es mi Hijo Amado en el que me complazco”, Jesús se retira al desierto. No puede contener tanta emoción y necesita serenarse, en el silencio del desierto, para poder vivir esta experiencia de forma creatural. Jesús es el orgullo del Padre, el único que le hace plenamente feliz. Y a Jesús lo que le hace feliz es ver al Padre contento. En Jesús se cumplen las palabras del salmo 36:”Sea el Señor tu delicia y él te dará todo lo que tu corazón pide”.Por eso el hacer siempre lo que al Padre le agrada constituye su ley de vida.
  1. Jesús y los suyos. Todo lo que Jesús ha recibido del Padre lo comunica el Señor a los sencillos y humildes de corazón. Y nos invita a descansar en Él. No es lo mismo dormir que descansar. El verdadero descanso lo da la paz del corazón. El niño descansa con su mamá; el esposo con su esposa; y el hombre con su Dios. “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón va de tumbo en tumbo mientras no descansa en Ti”.(San Agustín). Dios no quiere que vivamos angustiados, desesperados, abrumados. Es verdad que nuestra vida debe ser una vida de servicio. Ahora bien, un servicio hecho de mala gana genera esclavitud y frustración. Pero un servicio hecho con amor nos da libertad y nos realiza plenamente. Este es el bello mensaje de Jesús que los cristianos debemos vivir para poder comunicarlo a los demás.

 SAN AGUSTÍN COMENTA

 Cargad con mi yugo sobre vosotros. ¿Has cargado con este yugo? ¿Has cargado con él? ¿Sientes que llevas quien te guíe? ¿Has cargado con este yugo? «Ya he cargado» – dices –. ¿Sientes que llevas quien te guíe? ¿Sientes que llevas quien te gobierna? «Lo siento» – respondes –. Dile, pues, a él: Dirige mis pasos conforme a tu palabra. Él te gobierna a ti, que estás bajo su yugo y bajo su carga. Y para que la carga te resulte ligera y el yugo suave, él te ha inspirado el amor. Para el que ama es cosa suave; para el que no ama es cosa dura. Para el amante es cosa suave, porque Dios regaló la suavidad. ¿O es que quizá, porque efectivamente viniste al oír: venid a mí, pretendes arrogarte el haber venido? Tú dices: «Mira, yo vine hacia él espontáneamente y de libre voluntad; y porque he venido me restablece; porque he venido, me pone un yugo suave; él que otorga el amor, me impone una carga ligera porque le amo y le quiero: todo esto lo ha hecho él en mí, pero porque yo me allegué a él». Entonces ¿piensas que te concediste a ti mismo el venir? ¿Qué tienes que no hayas recibido? ¿Y cómo has venido? Has venido por la fe, pero no has llegado al término. Todavía estamos en camino; venimos, pero aún no hemos llegado. Servid al Señor con temor, y exultad ante él con temblor, no sea que alguna vez se aíre el Señor, y os salgáis del camino justo. Teme, no sea que, al arrogarte el haber encontrado el camino de la justicia, esa misma arrogancia te saque de él. «Yo – dice – soy el que he venido, y lo he hecho por decisión propia y por mi voluntad». ¿Por qué te hinchas y pavoneas? ¿Quieres saber que también eso se te ha regalado? Escucha, pues, a quien te llama: Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre que me envió.

Sermón 30,10

 PREGUNTAS

1.- ¿Acostumbro a poner mi vida en brazos de mi Padre Dios? ¿Vivo con serenidad, con alegría, con paz interior?

2.- ¿Me dejo querer por Dios? ¿Me siento cerca de Él? ¿Le dejo a Dios darme lo que Él me quiere dar?

3.- ¿Me pesa la vida? ¿Me cansa la vida? ¿Busco mi descanso en Dios? ¿Lo he sentido alguna vez? En caso contrario, ¿qué hago por conseguirlo?

 ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Señor, preciosas palabras 
escuchamos de tus labios: 
«Venid a Mí los que estáis 
fatigados y agobiados.

Cargad con mi yugo suave. 
Aprended de Mí. Soy manso 
y humilde de corazón 
y hallaréis vuestro descanso».

Tú bendices al Dios Padre 
que esconde el Reino a los «sabios” 
y a los «sencillos» y humildes 
les revela sus regalos.

Para Ti, la religión 
no es cumplir sólo mandatos. 
Una «ley» sin corazón 
nos hace a todos «esclavos».

Tú nos invitas, Señor, 
a seguir tus rectos pasos: 
a amar a Dios como Padre 
y a los demás como hermanos.

La «religión del consumo», 
Señor, nos deja «estresados». 
Sólo encontramos la paz 
dormidos en tu regazo.

Sólo vivimos seguros 
cuando estamos a tu lado. 
Tu yugo es suave, Señor. 
No nos dejes de la mano.

 (Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)