+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-9

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

¡El que tenga oídos, que oiga!» Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

A través de las parábolas que aparecen en el Nuevo Testamento podemos acercarnos a lo que Jesús sentía y pensaba sobre el reinado de Dios que venía a anunciar, y a la experiencia propia de Jesús sobre el modo de actuar de Dios, su padre. El tema de las parábolas es el reinado de Dios, no como teoría, sino como proclamación que exige una respuesta para ser comprendida. Quien lo acepta, comprende; quien no quiere aceptar, se niega a comprender.

La parábola del sembrador es justamente la dramatización de esta diferente actitud ante el mensaje del reinado de Dios. Aquellos hombres y mujeres que se reunieron en torno a Jesús representan a los que, aceptando la palabra, van comprendiendo y entrando en el misterio del reinado de Dios. Eran, en su mayoría, trabajadores pobres, hartos de bregar con una tierra ingrata, rocosa y poco fértil, como era el suelo de palestina.

Las dificultades del crecimiento de la semilla que va arrojando el sembrador eran bien sabidas por aquellos oyentes acostumbrados a recoger una pobre cosecha de apenas un 10 por ciento, y de la que debían dar la mayor parte a los amos de la tierra que vivían en las ciudades. El énfasis de la parábola, sin embargo, no está en las dificultades, sino en lo espectacular de la cosecha: el 30, el 60 y hasta el 100 por uno.

Una cosecha superabundante, inimaginable. ¡eso sí que era una buena noticia! Pero sólo para los que tienen los oídos bien abiertos: “el que tenga oídos, que escuche “(9) (L.A. Schökel).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mt 13, 1-23: Si hubiera temido la tierra mala, no hubiera llegado tampoco la buena

(…) Sembró el Señor mismo —él estuvo, en efecto, en los apóstoles, pues también él cosechó; nada hicieron ellos sin él; él sin ellos es perfecto, y a ellos les dice: Sin mí nada podéis hacer (Jn 15, 5). ¿Qué dice Cristo, sembrando ya entre los gentiles? Ved que salió el sembrador a sembrar (Mt 13, 3). Allí se envían segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso.

En efecto, ¿en qué le afectó a él el que parte de la semilla cayera en el camino, parte en terreno pedregoso, parte entre zarzas? Si hubiera temido a esos terrenos improductivos, no hubiera llegado hasta la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de los judíos, de la paja? Volvamos los ojos a nosotros mismos; que la semilla no caiga en el camino, en terreno pedregoso, entre zarzas, sino tierra buena —¡oh Dios!, mi corazón está dispuesto— (Sal 56, 8) para dar el treinta, el sesenta, el ciento por uno.

Sea más, sea menos, siempre es trigo. Que el corazón no sea camino donde el enemigo, cual ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes; ni pedregal donde la escasez de la tierra haga germinar pronto lo que luego no pueda soportar el calor del sol; ni zarzas, que son las ambiciones terrenas, las preocupaciones de una vida viciosa. ¿Pues qué hay peor que la preocupación por la vida que impide llegar a la vida? ¿Hay algo más miserable que perder la vida por preocuparse de ella? ¿Hay algo más desdichado que, por temor a la muerte, caer en la misma muerte? Extírpense las zarzas, prepárese el campo, acojan la semilla, llegue la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero, desaparezca el temor al fuego. Sermón 101, 3

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

– «Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos y por lo que oyen vuestros oídos»: ¿Percibes que Dios siembra en tu vida su Palabra? ¿Con cuál de los distintos terrenos te identificas más? ¿Por qué?

– «Un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta»: ¿Qué dificultades encuentras en ti mismo/a a la hora de dejar que la Palabra fructifique en tu vida?

– «Salió el sembrador a sembrar»: ¿Te has sentido alguna vez un «sembrador frustrado»? ¿De qué manera nos anima esta parábola a continuar sembrando a pesar de las dificultades?

– «A vosotros Dios os ha dado a conocer los misterios del Reino»: ¿Consideras que está preparada «la tierra» de nuestras parroquias, comunidades, sociedad… para recibir la semilla? ¿Qué podríamos hacer como sembradores del Reino?

– «Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto»: ¿Os parece esperanzadora la parábola del sembrador? ¿Por qué?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Gracias Señor por sembrar en nosotros ese amor grande y maravilloso que procede de ti. Gracias por hacernos comer el pan de tu palabra cada día, y gracias por fecundar en nuestro corazón, la semilla de tu reino, que es semilla de vocación, de entrega y donación de nuestra vida.

Gracias, porque tu eres el fruto mismo de esa semilla, no soy yo, eres tú en mí, que se va creciendo para yo disminuir y como tierra humilde dejarme cultivar, remover, para que cada día, vuelvas a sembrar lo increíble de tu mensaje.

No siempre soy tierra mojada que te devuelve el fruto en su sazón. No siempre te escucho guiada con la luz de tu Espíritu para no olvidarme más de tu palabra y hacerla fuente de vida en mi interior.

Dame la gracia cada día, de poder discernir a la luz de tu Palabra, qué frutos quieres que dé y, muera a mí mismo/a como la semilla, enterrándome en la tierra de mi corazón que tu preparas continuamente para hacerme fecundo/a en producción de 30, 60 y 100 por uno. Amén.

Oración colecta

Señor Dios, que iluminas a los extraviados con la luz de tu verdad,
para que puedan volver al buen camino;
danos, a quienes hacemos profesión de cristianos,
la gracia de rechazar todo lo que se opone a este nombre
y comprometernos con todas sus exigencias.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.