+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   4,35-41

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?».

Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?».

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen»?

Palabra del Señor

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Tras el discurso en parábolas (4,1-34), Marcos vuelve a lo que es más típicamente suyo: a narrarnos los hechos y praxis de Jesús. Nos ofrece cuatro milagros que ponen término al reino de Satán y son acciones en pro de la vida. El poder salvífico de Jesús se extiende, desde los elementos naturales que se han vuelto caóticos y enemigos del ser humano (tempestad) hasta la muerte (hija de Jairo), pasando por el rehacer, en territorio enemigo, a la persona alienada y rota por dentro (el geraseno), y por dar vida a una mujer a quien la vida se le escapa lentamente en su marginación e impureza legal (hemorroísa). Aquí nos centramos en la tempestad calmada.

La tempestad calmada tiene todos los elementos típicos de las narraciones de milagros: descripción de una situación en apuro, grito de ayuda de los afectados, palabra poderosa del taumaturgo, milagro y reacción de temor religioso de los espectadores. Pero Marcos la ha transformado en una instrucción catequética acerca de la fe que los discípulos necesitan para seguir a Jesús. Ésta ha de ser suficientemente madura como para infundir paz y serenidad en los momentos de tempestad y oposición.

Para Marcos, la fe de los discípulos no tiene aquí por objeto creer en el poder milagroso del Maestro, sino más bien se dirige a la confianza y disposición para compartir en común los peligros que se derivan del seguimiento de Jesús. Dicho de otro modo: Marcos quiere indicar con esta composición que la falta de fe empieza a manifestarse allí donde el cristiano no está dispuesto, por cobardía y miedo, a cargar y compartir con Jesús y los demás los peligros del seguimiento cristiano.

Hoy, las duras condiciones en que viven los pobres del mundo, los enfermos de covid, las diferentes violencias presentes en él, el desánimo que produce, son serios desafíos a la tarea evangelizadora de la Iglesia y, por consiguiente, a la de cada uno de nosotros. Muchos se cubren de razones para no ver la realidad tal cual es y esquivar así los compromisos que una actitud realmente evangélica exige. Tienen miedo de perder sus actuales seguridades —cuando no sus privilegios— y se niegan a discernir los signos de los tiempos y a escuchar la palabra de Dios. Esta perícopa nos recuerda que el miedo frente a los retos del evangelio esconde algo muy serio: una falta de fe.

Ulibarri, F.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Marcos 4, 35-41: Tu nave es tu corazón

Que se alce, pues, (es así como ha sido invocado) que tome las armas y acuda en nuestro auxilio. La misma voz le dice en otro salmo de dónde debe levantarse: Despierta, Señor, ¿por qué duermes? (Salmo 43,23).

Cuando se dice que él duerme, somos nosotros los que estamos dormidos; y cuando se habla de que se levanta, nosotros nos despertamos. De hecho, el Señor dormía en la barca; y ésta fluctuaba porque dormía Jesús. Si Jesús estuviera despierto, la barca no fluctuaría.

Tu barca es tu corazón; Jesús en la barca, la fe en el corazón. Si tienes presente tu fe, el corazón no te fluctúa; si a tu fe la dejas en el olvido, duerme Cristo; atención al naufragio. Pero no dejes de hacer lo que todavía queda: si él duerme, despiértalo; dile: Levántate, Señor, que perecemos; y él increpará a los vientos y vendrá la tranquilidad a tu corazón (Mt 8,24). Se alejarán todas las tentaciones, o, sin duda, dejarán de tener fuerza, cuando Cristo, es decir, tu fe esté vigilante en tu corazón.

¿Qué significa, pues, despierta? Date a conocer, hazte presente, fíjate. Levántate, pues, y ven en mi auxilio.

Comentario al Salmo 34 I,3

¿QUÉ ME DICE A MÍ EL TEXTO?

Pasar a la otra orilla con Jesús. O sea, no quedarse en tierra y zona segura, seguir anunciando el Reino, seguir sus huellas… Dejar atrás comodidades, tranquilidad, bienestar, confort… e ir a los márgenes, a pesar de las amenazas y tormentas. Orar también es pasar a la otra orilla, situarse en la orilla de Dios sin dejar de ser nosotros mismos, para poder comprenderle y gozar de su compañía.

Poner delante de Jesús todos nuestros miedos, incluidos los que nos resulta humillante reconocer: miedo a la verdad, al fracaso, a lo nuevo, a los sentimientos, al cambio, a salir perdiendo, a la luz, a ser criticado, a perder… Sacarlos de nuestro interior y exponerlos delante de él. Pedirle que aumente nuestra fe y confianza.

Pedir a los discípulos que nos cuenten cómo le oyeron decir: “¡Ánimo; no tengáis miedo!”. Que nos cuenten por qué se embarcaron con él, y qué es lo que sintieron en medio del lago cuando se vieron zarandeados por las olas y en peligro; y cómo él parecía asombrarse de su temor, como si fuera algo imposible teniéndole a él a su lado.

No vivir a la deriva. O sea, no dejarse llevar por el viento que más sopla, sino por el del Espíritu. No andar sin norte, perdido; no estar sin velas, desvelado; no estar solo entre las olas; no quedarse amarrado a la orilla… Navegar con Jesús, avanza con él…, en su compañía, fijos los ojos en él.

Aceptar el silencio de Dios. En la oración, como en la barca, a veces, Jesús guarda silencio. A veces duerme porque confía en nosotros, en nuestra adultez y responsabilidad. Pero, a veces, nos sentimos tan mal que tenemos que despertarle con duros golpes en las noches largas porque apenas le oímos respirar. Orar es seguir sintiendo, aun en el silencio, la respiración de Dios.

Embarcarse. Orar es embarcarse, romper amarradas, a pesar de los miedos, y emprender la travesía con Jesús a bordo. Ser conscientes de quién va con nosotros y seguir navegando para que la barca y todos lleguemos a buen término.

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Repito en mis adentros: ¿Por qué temo, hombre/mujer de poca fe? Sólo es una tormenta de verano. ¡Señor, sálvanos!

ORACIÓN

Concédenos, Señor y Dios nuestro,
vivir siempre en el amor y respeto a tu santo nombre,
ya que en tu providencia nunca abandonas
a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo…