No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

 INTRODUCCIÓN

El perdón no es más que una de las manifestaciones del amor y está en conexión directa con la debilidad humana. Uno de los graves errores del ser humano es creerse perfecto. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar. Es lo que nos dice San Juan: “Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (1Jn. 1,8). No importan los muchos pecados con tal de reconocerlos con humildad y esperar con confianza el perdón de Dios que nunca falla.

 TEXTOS BÍBLICOS

 1ª lectura: Eclo 27, 30-28, 7

2ª lectura: Rm 14,7-9

 EVANGELIO: Mt 18, 21-35

 En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.» Palabra del Señor

 REFLEXIÓN

  1. La importancia del perdón en las primeras comunidades. La importancia del perdón en las comunidades primitivas está motivada por la importancia que le dio Jesús. Lo afirma en el Padre Nuestro: “Lo mismo que el pan es necesario para vivir, el perdón es necesario para “convivir” (Mt.6,12). Lo exige para poder celebrar la Eucaristía: “Si al tiempo de presentar tu ofrenda ante el altar caes en la cuenta de que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda y vete a reconciliarte con él” (Mt. 5,23-24). Y sabemos que Jesús se muere perdonando a los que lo están asesinando (Lc.23,34). Jesús sabe que somos frágiles, débiles, y vamos a caer. ¿Cómo poder levantarnos? Con nuestra capacidad de perdonarnos. Pero esta capacidad de perdonarnos no es posible si Jesús no va por delante. La comunidad primitiva ha quedado impactada por el comportamiento de Jesús que perdona y excusa a sus propios asesinos. ¿Cómo no le vamos a imitar, aunque sea de lejos?
  1. El perdón de Pedro es grande, pero insuficiente. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús, hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de la ofensa. La frase del evangelio «setenta veces siete»no podemos entenderla literalmente; como si fuera el resultado de una operación matemática: 70 X 7=490. Jesús no hace uso de las operaciones de la razón sino del corazón. A Jesús, Pedro le pide una medida para el perdón. Y Jesús le contesta que hay que perdonar sin medida. Y esto es lo que Jesús está viviendo en su corazón con relación a nosotros. Por eso es un error grave que, a la hora de perdonar al hermano, yo me fije en la persona que me ha ofendido y no me fije en Jesús. Por ese camino no encontraré salida. Tengo que fijarme en el perdón de Dios, en cómo me ha perdonado Dios a mí. Y a eso va la parábola. El perdón incluso a los enemigos, como lo pide Jesús, es algo no sólo difícil sino imposible para nosotros. Es obra de su gracia.
  1. El perdón de Dios es tan inabarcable como su amor. La clave de la parábola está en la enorme diferencia de las cantidades. Unos pocos euros comparados con millones de euros. La enormidad en el perdón es de Dios; la tacañería en el perdón es de los hombres.  En realidad, Dios no puede dejar de perdonarnos como no puede dejar de amarnos. Por eso, cuando Dios nos perdona nos sana del todo; mientras en el perdón humano siempre quedan cicatrices. A los judíos les costó muchísimo entender ese amor perdonador de Dios. Por eso, aún en la misma parábola hay resabios de una mentalidad judía, ajena al pensamiento de Jesús. No es probable que sean de Jesús las últimas palabras de la parábola: “El Señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda”. No coincide con lo que nos ha dicho antes de que Dios nos perdona todo, sin pedirnos nada a cambio. En la predicación de las parábolas durante más de 40 años, o en la última redacción del evangelista se han metido –a veces– algunos elementos vetero-testamentarios que distorsionan la auténtica parábola de Jesús.

SAN AGUSTÍN COMENTA

… Dos son, en efecto, las obras de misericordia que nos liberan, y que el mismo Señor ha brevemente expuesto en el evangelio: Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará. La primera —perdonad y seréis perdonados— se refiere al perdón; la segunda —dad y se os dará—, en cambio, se refiere a la prestación de un servicio. Dos ejemplos. Referente al perdón: tú quieres ser perdonado cuando pecas y tienes a tu vez otro al que tú puedes perdonar. Referente a la prestación de un servicio: te pide un mendigo, y tú eres el mendigo de Dios. En efecto, cuando oramos, todos somos mendigos de Dios: estamos a la puerta de un gran propietario, más aún, nos postramos ante él, suplicamos entre sollozos deseando recibir algo, y ese algo es Dios.

¿Qué te pide el mendigo? Pan. Y tú, ¿qué es lo que pides a Dios, sino a Cristo, el cual dijo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo? ¿Deseáis ser perdonados? Perdonad: Perdonad y seréis perdonados. ¿Queréis recibir? Dad y se os dará.

Si consideramos nuestros pecados y contabilizamos los cometidos por obra, de oídas, de pensamiento y mediante innumerables movimientos desordenados, me parece que nos acostaremos sin una blanca. Por eso, a diario pedimos, a diario llamamos importunando en la oración a Dios para que nos oiga, a diario nos postramos y decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Qué deudas? ¿Todas o sólo algunas? Responderás: Todas. Pues haz tú lo mismo con tu acreedor. Tú mismo te fijas esta norma, tú mismo pones esta condición. A este pacto y a este compromiso te remites cuando oras y dices: Perdónanos, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

 Sermón 83, 2-4

PREGUNTAS

 1.- ¿Estoy dando al perdón la importancia que le dio Jesús? ¿En qué lo noto?

 2.- ¿Me conformo con el perdón de Pedro? ¿O sigo a Jesús y trato de imitarle?

 3.- ¿Me siento anonadado ante el amor del Padre y su capacidad infinita de perdón? Y esto ¿a qué me compromete?

 ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

 

Los amigos de Jesús
caminamos tras sus huellas.
Con su perdón en la Cruz.
Él levantó una bandera.

Muchas veces en la vida,
pasamos por el dolor
de sufrir graves ofensas,
desprecios, burlas, traición.

Entonces reaccionamos
resentidos, con rencor:
“El que la hace me la paga”,
exclamamos con furor.

En cambio, Jesús nos pide
que tengamos compasión
del hermano que nos hiere,
y le ofrezcamos perdón.

Dios es misericordioso,
es una fiesta de amor.
Dios es Padre, y a sus hijos
perdona de corazón.

En nuestro Dios compasivo,
encontramos la razón:
Tenemos que perdonarnos
como nos perdona Dios.

Al perdonarnos, sentimos
Profunda paz interior.
¡Qué hermoso es ver los hermanos
habitar en comunión!

Haz, Señor, que entre nosotros
crezca esa bonita flor,
llamada perdón, olvido,
gracia, paz y compasión.

 (Escribió estos versos: José Javier Pérez Benedí)

Tomado de la pág web: diócesis de Aragón