“La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios…” (Sal 67,7)

Así podemos iniciar esta aventura, en la que Dios camina con nosotras en la Sierra Gorda de Querétaro, donde cada primer fin de semana de cada mes, acudimos a las comunidades de Agua Amarga, el Refugio, Agua Fría, y Huaxquilico. El camino desde la ciudad de México se alarga unas seis horas, en las que el paisaje tiene su esplendor, entre un clima semiárido hasta lo que se conoce como “bosques nubosos”, así es este lugar, con gran atractivo turístico, pero poco explotado y aprovechado.

Quienes iniciaron este camino fueron las hermanas Sandra Maldonado y Miroslava Calderón, aunque en estos momentos se sumó la hermana Luisa Ortiz.

Las comunidades mencionadas, fueron confiadas a las misioneras agustinas recoletas, por el párroco Eugenio López Magaña. Nuestra colaboración consiste en acompañar a las personas de estos pueblos en su caminar cristiano católico, con pequeños cursos de formación como el conocimiento de la Biblia, temas para jóvenes y catequesis para niños. Son personas sencillas que tienen en su mayoría la religión católica, pero al mismo tiempo, por su lejanía con la parroquia y el gran número de comunidades (49) a las que tiene que atender el párroco y el vicario, sólo tienen la celebración de la eucaristía cada quince días o una vez al mes.

Cada vez que llegamos a Pinal de Amoles (cabecera parroquial de las comunidades), somos recibidas con sonrisas, o con la pregunta de cómo estamos. De camino a Agua Amarga pasamos por veinte minutos de curvas sobre la carretera, disfrutando del paisaje, con el bosque siempre verde, la niebla, la lluvia o el calor; siempre es un gusto disfrutar de la naturaleza, subiendo las cumbres para llegar el sábado por la tarde a la comunidad.

Nos encontramos con familias monoparentales, pues la mayoría tienen a sus familiares en los Estados Unidos trabajando, de allí que haya muchas mujeres solas cuidando de los hijos mientras su esposo trabaja en el extranjero. Tanto esta comunidad como las otras tres, tienen mujeres líderes, que se encargan de ir al Pinal cada mes, para reunirse con el párroco junto con las otras líderes de 45 comunidades para compartir y organizar su vida como creyentes y al mismo tiempo llevar las noticias a sus “gentes”- como ellas llaman a las comunidades-. Son varias las necesidades que tienen, por eso van conformando pequeños “comités” que se encargan de la pastoral familiar o del bien común de la capilla, otros comparten el cuidado de los caminos.

Cuando nos vamos adentrando, nos damos cuenta de otras realidades, como la de muchas mujeres jóvenes que se han casado entre los 15 y 18 años. Tienen uno o dos hijos, sus esposos se han ido “al norte” a trabajar y mandan desde allí dinero para sustentar a la familia, incluyendo a los abuelos. No es fácil vivir en estos sitios hermosos, la Sierra proporciona una flora y fauna muy buena, pero la pobreza se agudiza con las grandes distancias. En medio de los cerros puede estar una familia viviendo aislada, y para atenderse bajan caminando hacia la carretera donde esperan alguna camioneta que los pueda llevar a un pueblo más grande que cuente con atención médica. Pueden sembrar un poco de maíz. Lo cierto es que la humedad ayuda, pero el suelo tiene mucha piedra y ahoga los cultivos, así que buscan árboles viejos para talar y ocupar la madera. Los que tiene árboles frutales cortan las manzanas, peras y duraznos para venderlos los domingos en Pinal, ya que es día de “plaza” o “mercado”.

Alguien podría preguntarnos por la pastoral vocacional, pues sí hay vocaciones, pero tenemos que caminar y trabajar mucho por ellas. Los jóvenes de estas comunidades tienen que vencer las ganas de irse para el extranjero, tener fuerza para no seguir el camino de unos padres alcohólicos (problema más común aquí en Sierra Gorda). También existen los jóvenes bien dispuestos a escuchar la Palabra y seguir al Señor, pero la comunicación con ellos a veces se torna escasa, primero porque los que trabajan lo hacen fuera de los pueblos, lo siguiente es que gracias a tanta cumbre no hay señal para teléfono y menos para internet; cuando hay es de muy mala calidad. Incluso para nosotras mismas a la hora de comunicarnos con el párroco o los dirigentes de alguna comunidad, si logramos el número del móvil o celular, los mensajes los pueden ver al tercer día o a la semana, según el lugar por donde van y entre la señal o cobertura, podemos decir con ironía que aquí ni Movistar llega.

La misión encomendada en este lugar es bella, aunque difícil para llegar, no tanto por los caminos que resultan lejanos y hasta peligrosos para la hermana que conduce, sino porque hasta ahora podemos subir una vez al mes. Intentamos hacer las visitas a algunas familias, pero en un fin de semana se queda muy escaso. La sed de vivir de otra forma y recorrer otros caminos es muy grande, la sed de testigos de Jesús entre ellos también, pues buscan el estar acompañados más de cerca y que les muestren a Dios entre ellos y sus problemas o conflictos.

Sierra Gorda es tierra de labranza para nosotras, son curvas y más curvas que aprendemos a caminar, son cuestas en ángulos que agotan, que fatigan y se llevan la respiración, pero son las curvas de la tierra que el Señor nos regala a las misioneras agustinas recoletas en este preciso momento en México.