Reflexiones de las hermanas en este tiempo de confinamiento.

Por: Alejandro Archila Castaño

(Director del Museo de Arte Colonial y Religioso La Merced)

A las 11 de la mañana del viernes 8 de mayo de 2020, las hermanas del Convento de La Merced fueron convocadas por el director del Museo a la Biblioteca “San Agustín”, para tener un momento de reflexión acerca de la situación que vive el mundo como consecuencia de la pandemia ocasionada por la propagación del COVID-19.

Siguiendo las tendencias culturales del momento, empezó con un concierto “virtual-celestial” de música colombiana y de cantos religiosos antiguos, interpretados por la recientemente fallecida (de allí lo celestial…), sor Carmen María Gil Yusti (“Mela”), acompañada de las hermanas Teresa de Jesús Castaño Cruz y Lucila Pineda Sierra, en una grabación realizada en el Convento de La Merced hace cerca de 11 años.

Terminada la nostálgica serenata, se leyeron dos breves experiencias de la vida de Santa Teresita del Niño Jesús (patrona de las misiones sin salir del convento), cuya imagen, a propósito, se dispuso en lugar central, para meditar acerca del “Desasimiento” o “Desapego de este mundo”, tema muy oportuno en este momento, cuando las privaciones, hasta de lo más elemental, como un beso, un abrazo o un apretón de manos (que paradójicamente pueden llegar a ser letales), están a la orden del día.

A continuación, se abordaron cinco preguntas que las hermanas espontáneamente respondieron, y cuyas ideas generales son las siguientes:

  1. ¿Alguna vez vivió una cuarentena?

En general las hermanas, incluyendo a las que ejercieron la enfermería en otras épocas, manifestaron no haber vivido una situación similar; lo más parecido a lo que ocurre actualmente fue la memoria de epidemias de tosferina o varicela acontecidas en hospitales donde estaba alguna hermana o atendidos por ellas, en los que tales enfermedades diezmaban a la población, ante la impotencia e insuficiencia de los recursos para garantizar la vida que, como ocurre ahora mismo, se extinguía masivamente y sin remedio.

  1. ¿Qué ha cambiado en su vida durante este tiempo?

Esta pregunta suscitó respuestas en dos sentidos: uno negativo y otro positivo.

En cuanto al primero, se hizo evidente la soledad; la preocupación por los empleados que salieron, les duele su situación, los echan de menos y les preocupa la incertidumbre frente a lo que pueda venir; en igual sentido se refirieron a sus familias, les genera angustia la realidad actual y particularmente el hecho, en un caso puntual, de la pérdida de un ser querido y la imposibilidad de acompañarlo en sus últimos momentos, en los postreros con la familia y aun peor, en la disposición de sus restos sin ceremonia, sin despedida, sin nada…

La falta de libertad, el encierro; el ver las calles vacías, sin gente, sin vida, les hace pesado el ambiente. Igualmente notan las desigualdades que se evidencian entre quienes tienen cómo sostenerse y quienes no lo pueden hacer, cuestionando aquello de que “todos estamos en la misma barca”…

Por otro lado, en el positivo, valoran el silencio; hay más lectura; el recorte de personal las ha llevado a valorar la vida y las relaciones personales y comunitarias con aquellos que colaboran con la comunidad, de manera especial a quienes siguen a su lado y a sus propias familias. También se sienten invitadas a estar preparadas, pues se hace evidente la vulnerabilidad de la vida; hay expectativa frente a lo que va a venir después, se valora el aire, el poder respirar, en general ¡la vida!, y, por supuesto, en un sentido más espiritual, notan que hay más oración, confianza en Dios, van de la mano con Él, se sienten más cercanas a Él y esto les da tranquilidad y consuelo.

  1. ¿Qué puede hacer una misionera enclaustrada?

Aquí se tuvo en cuenta que esta pandemia se vive durante el “Año Misionero M. A. R.”.

Las ha llevado a intensificar la oración, a darle sentido al silencio y a la soledad; a cuestionarse de cómo salir de lo que se tiene para quedar libres y sin ataduras; a actuar, a ejemplo de los apóstoles, con seguridad y sin hacer cosas extraordinarias.

Ante la imposibilidad de salir, se hizo conciencia de que el primer campo de apostolado es la comunidad. Dijeron: “Aceptar a las hermanas es ser misionera”, “servir a las hermanas es ser misionera”.

Esta pregunta hizo surgir otra muy curiosa: ¿Ha pensado en la vocación a la vida contemplativa?

Salvo una hermana que dijo gustarle no salir mucho y otras dos que, por curiosidad, tuvieron alguna breve experiencia en conventos de clausura, la gran mayoría dijo sentirse a gusto como religiosas de vida activa, contentas de haber optado por este tipo de llamado y seguras de haber tomado la decisión correcta.

  1. Después de esta experiencia ¿qué cree usted que debe cambiar?

Alguien dijo: “Primero debo cambiar yo para que los demás cambien”. También se dijo que hay que intensificar la oración, creer en el poder de la oración; y en esa misma línea, amar más, servir y convertirse, es un llamado claro a la conversión…

  1. ¿Qué mensaje le gustaría hacer llegar a sus hermanas de la Congregación?

– “No hay que perder la esperanza”.

– “Sabemos que es algo que nos regala Dios, y Él nos ayuda a salir adelante”.

– “Unidas en la oración”.

– “Cambiar la tristeza por alegría”.

– “Corazón dispuesto para que lo que pasa nos ayude a cambiar”.

– “Más unión”.

– “Más fervorosas”.

– “Más oración”.

– “En la revitalización es clave este momento para reflexionar mejor”.

– “Hagamos todo con amor”.

Terminada la experiencia reflexiva, agradecieron las hermanas este momento diferente de encuentro fraterno en el que, como comunidad, expresaron su sentir ante la dura y nunca imaginada realidad que atravesamos, y que, sin lugar a dudas, marcará nuestras vidas y la forma como las llevamos, en todos los sentidos, de aquí en adelante.