«Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez.

Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia

que te libera de la culpa.  Contempla su sangre derramada con tanto cariño

y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (Christus vivit n. 123).

A TODAS LAS HERMANAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

Queridas hermanas:

El mensaje del papa Francisco para esta Cuaresma nos recuerda que el “Señor nos vuelve a conceder en este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de nuestra vida cristiana y personal”, e insiste, en que debemos volver continuamente a este misterio con la mente y el corazón.

Conversión es la palabra común y radical que asoma siempre cuando tenemos a las puertas el tiempo de Cuaresma. Nuestro padre san Agustín nos invita a entrar dentro de nosotras mismas para lograr la conversión, cuando nos dice que seamos siempre nuevas, que nos deprendamos del hombre viejo y que cada día volvamos a nacer, a crecer y a progresar. Así participamos de la muerte y resurrección del Señor y completamos su pasión por nuestros pecados y los de todo el mundo (CC.50). El pecado nos impide abrir nuestras mentes y quitar los obstáculos para vivir este proceso de transformación. La Cuaresma está pensada para profundizar en esta fragilidad humana que exige superación, reconstrucción y purificación de nuestro pecado.

Las imágenes que nos acompañan durante el tiempo de Cuaresma son: el camino, la soledad, el desierto, el encuentro con Dios, la prueba, la austeridad, el desprendimiento, la oración, pero también la esperanza, el trabajo y la solidaridad; imágenes que sin duda alguna nos ayudarán a vivir una experiencia de mayor unión con Dios. El Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma, invita a cada cristiano a reconocer la propia fragilidad y mortalidad que requiere ser redimida por la misericordia de Dios y a confirmar nuestra fe para vivir con audacia y autenticidad el Evangelio.

La escucha profunda y la experiencia de encuentro con el Señor nos convierte en misioneras  humildes que viven la alegría de “una vida escondida con Cristo en Dios que nos enciende y urge en el amor al prójimo para la salvación del mundo y edificación de la Iglesia” (CC 42). Esto nos lo recuerda también el papa Francisco cuando dice en su mensaje que “la Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren”.

La Iglesia, durante la Cuaresma, nos ofrece en la Palabra proclamada cada día y sobre todo, cada domingo, un itinerario de preparación para la Pascua, donde encontraremos el abrazo y el perdón que el Padre nos ofrece por medio de su Hijo Jesús que, con sus brazos extendidos en la cruz y su sangre derramada, nos hace dignos/as de su misericordia. Acompañadas de esta Palabra podremos revitalizar la fe, la esperanza y la caridad.

Por ello, las invito a gustar de este banquete cuaresmal que nos ayude en su momento a profundizar en lo que el Señor nos quiera comunicar. Así pues, en el primer domingo (Mt 4,1-11) veremos cómo Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio; tentaciones que superará gracias a la fe. Estemos atentas al camino de la fidelidad de Jesús a la Palabra de Dios, puesto que lo que él venció, puede ser también superado por nosotras con su gracia. ¡No dejemos resquicio al diablo!

En el segundo domingo (Mt 17,1-9) meditaremos sobre la Transfiguración del Señor. Solo el evangelista Lucas nos presenta el relato de la Transfiguración en el contexto de la oración (Lc 9,28), donde tomó la decisión de subir a una montaña a orar, acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Jesús abandona todo, para no ser más que expresión pura de la voluntad de Dios. La Transfiguración no es más que el momentáneo dejar ver la presencia de Dios, transformante, en Aquel que salió totalmente de sí. Es la oración, logro de la intimidad con Dios la que “alimenta nuestra vida teologal y da impulso y fecundidad a toda nuestra obra misionera (…) nos ayuda a “penetrar en los sentimientos de Cristo, en su voluntad y actitudes, viviendo de Él, para después dejarlo traslucir en nuestra vida y en nuestras obras” (CC 46). ¡Seamos fieles a ella!

En el tercer domingo (Jn 4,5-42) se nos presenta a Jesús, el Pan que siente hambre y la fuente que siente sed (Cf sermón 191,1); este Jesús que pide agua, paradójicamente se convierte en el “agua viva” para la mujer Samaritana.

Ella va con el cántaro a por agua, el cántaro de la vida, pero el encuentro con Jesús, la convierte en pecadora convertida, misionera y anunciadora de una experiencia con el Dios que la transformó. La samaritana descubrió la perla preciosa, el tesoro escondido. Es Jesús mismo nuestro Don por el que vale la pena venderlo todo. En Él nos ha dado Dios la prueba ineludible de su amor y presencia continua. ¡Contagiemos a todos nuestra pasión por Jesús!

En el cuarto domingo (Jn 9,1-41) contemplaremos la curación del ciego de nacimiento. Jesús es la Luz que ilumina a todo hombre. Los fariseos pecarán contra la Luz y le atacarán, pues, “como sus obras son malas, no quieren ser delatados por ellas” (Jn 3,20). El ciego, en cambio, la acepta y deja actuar en su vida la presencia iluminante de esa Luz. Como bautizadas, también nosotras, nos hemos lavado en la piscina del Enviado y se nos ha desprendido el barro de los ojos, pero bueno es que nos preguntemos si estamos viendo con la iluminación de la Palabra de Dios o pertenecemos quizá, todavía, al mundo de los ciegos. ¡Sean nuestras obras, Luz de Cristo!

Y por último, ya en el colofón de la Cuaresma, entramos en el quinto domingo (Jn 11,1-45), donde se nos narrará la resurrección de Lázaro. Podemos intuir allí una propuesta de regeneración. El ser humano se tiene que regenerar. En nuestro corazón y a nuestro alrededor hay un cierto olor a podrido. Junto a nosotros pasa el que tiene la Vida. La va derramando para que llegue a todos. Lázaro morirá de nuevo, pero el episodio lo que nos quiere mostrar es que, gracias a Jesús, se da la victoria de la vida sobre la muerte, del pecado sobre la gracia. ¡Llevemos el buen olor de Cristo a todos nuestros ambientes!

¡Qué riqueza, hermanas, será vivir esta Cuaresma al hilo de la Palabra para adentrarnos en el misterio pascual! ¡Qué insondable maravilla será gustar de los designios de Dios para con nosotros! Que la muerte de Jesús nos abra a la contemplación del amor de Dios y a la solidaridad con los hombres, nuestros hermanos, en todos sus sufrimientos. María, Madre de Consolación, nos acompañe en este itinerario cuaresmal y como ella, podamos permanecer a los pies de la Cruz de nuestro Señor.

Que Él bendiga nuestros deseos de conversión y nos abra a su gracia y a su voluntad.

Reciban mi abrazo fraterno y mi oración por cada una.

Leganés, 23 de febrero de 2020

Nieves María Castro Pertíñez

Superiora general