UNA EXPERIENCIA DE PASIÓN Y RESURRECCIÓN

Quiero compartir con ustedes la experiencia del HUMUS taller donde las postulantes tuvimos la dicha de participar.

Humus lo podemos entender de varias maneras: es un camino de liberación interior, un conocimiento profundo que permite reconocer y trabajar las heridas, procesos vulnerados, acogerlos y potenciar el manantial interior, un desarrollo personal, una reconciliación con la historia personal que posibilite vivir y compartir la Buena Nueva de Jesús.

El camino recorrido en 5 días que duró el taller, significó tener la disposición, la apertura sincera y personal. Al inicio fue estar a la expectativa y con emoción, pues íbamos conociendo el lugar, el espacio, los jóvenes pre- novicios Jesuitas, un laico y señoritas postulantes, novicias, junioras, con las que compartiríamos dicho taller, y entre las hermanas estaban algunas compañeras del INTER que solo conocíamos a través de una pantalla; fue muy emotivo el encuentro, la cercanía, que no es lo mismo por línea.

Con toda la disposición iniciamos el taller y de la mano de nuestro Señor Jesucristo, en el Sacramento de la Eucaristía, colocamos nuestra vida para poder vivir con sentido el descubrimiento e identificación de nuestras heridas, mecanismos de defensa, reacciones desproporcionadas, miedos, etc…, nuestro propio “Vía Crucis”. Esto significaba tener la humildad de desnudar el alma, para poder sentir la vida, tomar conciencia de lo que se vive; se experimentó dolor, sufrimiento, cansancio, pero quedamos con un buen sabor de boca al terminar el día; muchas veces solemos escapar del dolor pero esta vez fue experimentar que el dolor también significa crecimiento.

En los pasos del Vía Crucis fuimos descendiendo hasta lo más profundo; el cuerpo se resentía mucho, pero al mismo tiempo tuvimos la oportunidad de experimentar la fortaleza que proporciona una comunidad.

Estuvimos organizados por “grupos de vida”, donde compartíamos nuestras fragilidades, éramos escuchados, y también nos disponíamos a escuchar al otro. Sentíamos la confianza de acoger y ser acogidos poco a poco, creando un vínculo de unidad, de comprensión, donde nadie juzga a nadie, donde se respeta profundamente lo que el otro siente y vive.

Tuvimos momentos de recreación jugando baloncesto, futbol, danzas circulares, salidas para correr, que fueron momentos claves para compartir en grupo; en general, esto permitió tener una convivencia de amistad y fraternidad.

Nuestro Vía Crucis iba muy de la mano de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, y así como él murió y resucitó, nosotros también morimos para resucitar, y nuestro camino para la resurrección se iniciaba descubriendo y potenciando la riqueza personal, el proceso de perdón, para que una vez reconocida la herida dejarme sanar e integrar,  ir respondiendo de manera adulta, haciéndome responsable, caminando con fuerza y determinación para encontrar el regalo de Dios: “EL MANANTIAL”  que de alguna manera nació de la herida; esa luz que penetra en el interior y renueva, que es un don y al compartirlo con los demás, al dejarlo fluir con libertad hace que pueda nutrir a los demás, y nutrirme yo también del manantial del otro. La resurrección fue descubrir el manantial, tomarlo y apropiármelo.

El hombre tiene que encontrarse consigo mismo, dejarse sanar y resucitar con Cristo, que es vida en abundancia. Una persona integrada es capaz de dar vida a donde quiera que vaya y es capaz de vivir y transmitir el Evangelio con todo su ser.

Juana Rosario Toc Rosales

Postulante MAR