COMIENZA LA SEMANA MÁS APASIONANTE DEL AÑO

 

El Domingo de Ramos nos abre las puertas para la contemplación, la oración, el silencio, para saborear el misterio del Pan vivo, de la salvación en la Cruz, de la alegría de una eternidad con Dios. Ver aquí

 

Ramos o ramaje, manifestación gozosa o exigencias con ruido y amenazas, indignados o ilusionados para la búsqueda de algo mejor, palabras convincentes o leña de todo estilo… Vistas así las cosas en la historia real, a uno le cuesta mucho enfocar una Semana Santa como debería ser en sí ya que el ambiente está muy lejos de la verdad. También es cierto que los cristianos “anestesiados”, a los que se refería el papa Francisco hace unos días, desdibujarán lo verdadero de este misterio con “vacaciones de Semana Santa” y descanso … de Dios. 

 

Y todo esto en el Domingo de Ramos, fiesta más de misterio y de silencio, con fondo de una mirada amorosa del Hijo de Dios que quiere llegar al corazón de los hombres que, allá o acá, creen en ese paso, no paseo, que el Hijo de Dios realiza como anuncio del misterio de salvación y quiere llegar a todo hombre y mujer de la historia. Si enfocamos así este Domingo y lo que sigue hasta la Pascua de Resurrección entraremos no en nuestro tiempo sino en la providencia de Dios que hace posible que Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos (Filipenses 2, 6). No es contradicción con la entrada en Jerusalén, mas bien, es lo que presenta Dios a la humanidad que es capaz o no de creer en el Mesías. 

 

El anuncio del Bendito el que viene en nombre del Señor (Mateo 21, 9) es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea (ib, 21, 11), ¡<Jesucristo es Señor>!, para gloria de Dios Padre (Filp 2, 11). Esta es la presentación del Salvador y necesita ser profundizado ya que, a primera vista, la entrada en Jerusalén puede dar la impresión de un arrebato casi justificado de la gente que se enfrenta voluntariamente a la actitud de los fariseos y sacerdotes, cuando en verdad es Jesús mismo quien dispone todo lo relativo a su entrada en Jerusalén. Los discípulos son meros ejecutivos de sus órdenes y Jesús demuestra un conocimiento sobrehumano  de todo lo que se avecina. De hecho, hay referencia al cumplimiento de las profecías (Zacarías 9, 9) con una introducción de Isaías (62, 11). El siervo de Yahvé, desterrado y lleno de vejaciones, azotado, escupido y abofeteado, supo obedecer a Yahvé. Ahí estaba su fuerza y vivía con la esperanza inminente de que estaba cerca su justificador, en la seguridad de la cercanía de Yahvé en su vida como defensor. Y aunque todos le condenan Yahvé sabe la verdad y está allí a su lado. ¿Quién contenderá contra él? La confianza es plena. Es el “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado”. Si tenemos muy presente esto, paso a paso, el Siervo de Dios nos conducirá hasta Cristo.

 

El ejemplo de Cristo que propone bellamente Pablo nos lleva a “Cristo el Señor”. Y esta afirmación revela la idea y la expresión de “Señor” que va unida al triunfo obtenido por Cristo sobre la muerte, su glorificación y su innegable dominio sobre la Iglesia y, a través de ella, sobre la creación que lentamente va avanzando hacia una “liberación propia” (Romanos 2, 5 – 11). El misterio de hoy nos lleva a aprender el mismo proceso personal de Cristo que tiene tres momentos fundamentales: “Cristo y su condición divina”; no solamente es Dios sino que, como Hombre-Dios, estaba totalmente exento de toda miseria humana. De ahí que se despoja de unos privilegios  que le correspondían. Y esto nos lleva a un segundo paso: el Hombre-Dios, despojándose de sus privilegios se sumerge totalmente en la corriente humana. Se ha hecho un hombre cualquiera, sometido incluso a la muerte, a una muerte de cruz. Solamente así se produce el desenlace final de la redención: “por lo cual, Dios lo exaltó sobre todo”. 

 

Esta visión de Jesucristo, Hijo de Dios hecho Hombre, nos ilumina totalmente el misterio de la Pasión y Resurrección. La solemnidad de hoy tiene una dificultad: marcar mucho la entrada de Jesús en Jerusalén y, luego, escuchar la lectura de la Pasión, y dejar de lado o, al menos, no profundizar en el misterio de Cristo. San Pablo propone con fondo y forma el ejemplo de Cristo y es ahí donde los cristianos debemos crear la verdadera imagen que ha de convertirse en la única luz y referencia en el camino de la vida. El cristiano necesita siempre la certeza del misterio de Cristo y hasta el punto que abarque todos los valores positivos del hombre, iluminados siempre por el evangelio: la “necesidad de la cruz” no deja de ser una “sabiduría altísima” para los que quieran asumir el valor de la fe en Cristo. El cristiano se encuentra siempre en una realidad histórica concreta en la cual vive y en la cual debe ser testimonio: la fuerza de la gracia en el corazón debe moverle a vivir desde la convicción interior y el amor a los demás debe ser un estilo continuo de expresión del amor de Dios llevado a la vida en la cual encuentra al prójimo. Este testimonio nace de la salvación experimentada interiormente desde la Muerte y Resurrección del Señor y como agradecimiento a la liberación del pecado que se le concede en el perdón. 

 

El domingo de Ramos no es inicio de la Semana Santa;  es más bien, el resumen de la Semana Santa, pues en esta celebración contemplamos cómo la gloria de Dios, el triunfo de Cristo, se manifiestan en la humildad, en la pequeñez, en contra, muchas veces, de nuestros planteamientos humanos. Las aclamaciones de este día: ¡Viva el hijo de David!, ¡Viva el Altísimo! terminan en un momento y luego aparece un “Rey de los judíos” en la cruz y solo hay insultos… Es el gran misterio del amor de Dios y es, por otro lado, la veleidad del hombre que no recuerda el misterio del amor de Dios. Lección  de ayer y de siempre, lección que para los cristianos no es sólo para la Semana Santa sino para toda la vida: Cristo crucificado es, para los infieles, escándalo y necedad; para nosotros, está llamado a ser, el poder y la sabiduría de Dios ¿lo creemos?

 

San Agustín señala así este día: celebramos con toda solemnidad el misterio grande e inefable de la Pasión del Señor… He aquí la debilidad de Dios, que es más fuerte que los hombres y la necedad de Dios más sabia que los hombres. El sucederse de los acontecimientos lo mostró con mayor claridad aún. ¿Qué buscaba entonces la ira rabiosa de los enemigos, sino arrancar su memoria de la tierra? Pero quien fue crucificado en una sola nación se ha asentado en los corazones de tantas otras y quien entonces fue entregado a la muerte en un solo pueblo, ahora es adorado por todos. Y. sin embargo, no sólo entonces, sino incluso ahora, leen como ciegos y cantan como sordos lo que la voz profética anunció con antelación que había de suceder: <Taladraron mis manos y mis pies, contaron todos mi huesos; ellos, sin embargo, me contemplaron; dividieron mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes>. En el evangelio leemos que estas cosas se cumplieron tal y como fueron anunciados en el salmo; pero entonces se hacía realidad por manos de los judíos lo que en balde entraba en sus oídos; y la profetizada pasión del Señor se cumplía tanto más eficazmente cuanto menos lo comprendían ellos… Celebremos este aniversario con devoción; gloriémonos en la cruz de Cristo, pero no una sola vez al año sino con una vida continua de santidad  (Sermón  218 B).

 

Fr. Imanol Larrínaga OAR