Reflexión matutina de Jesús

 

Padre: en el silencio de este amanecer, lleno de misterio, me encuentro ante lo que, según tu voluntad, quiero realizar y aceptar. Lo pasado, y más concretamente, lo del Domingo, me ha dejado en plena reflexión ante el hoy de mi vida emplazado ya hasta el DÍA. Este amanecer me lleva, Padre, a poner tu voluntad como Luz y Esperanza; mis discípulos están durmiendo y percibo el sucederse de los acontecimientos de este día (temo a la noche) que me indican que tu voluntad ha de cumplirse y cómo he de llevar hasta el final la misión que me has encomendado.

 

Amanezco, Padre, con la certeza de que la misión que me indicaste ha de tener una secuencia imborrable: ha de perpetuarse como Alianza y será señal de amor bendito que se convertirá en “memoria” para siempre. Pero me sacude el miedo de la naturaleza humana que, después de treinta años en camino, es como si espera ser sacudida por un final llena de dolor y, a la vez, de soledad.

 

Sé, Padre, que estoy en tus manos; sé que siempre he hecho tu voluntad y quiero también dejar a mis discípulos, no solo a mis doce, sino también a todos los que seguirán mi camino en la historia, el  sello de cómo hacer tu voluntad es la garantía más segura de la felicidad y del amor.

 

Mi amanecer, Padre, lleno de silencio, me lleva a recordar especialmente estos tres años que, obediente a tu mandato, me han llevado a anunciar el Reino de la verdad, de la vida, de la justicia, del amor y de la paz; he enseñado el camino de las Bienaventuranzas, he llegado a la  miseria humana y les he otorgado en tu nombre la paz y el perdón. He recogido a todos los que andaban fuera del camino, les he enseñado Quién eres Tú y, a la vez, les he otorgado la plegaria más verdadera para que te encuentres. Por mi medio te conocen todos y ellos saben cómo cumplir tu voluntad. He intentado llamar su atención llevando la vida y la paz, han aprendido el camino de la misericordia y que no se dejen embotar por las cosas de este mundo. Han podido constatar que Tú eres el Único Dios y solo a Ti ha de dirigirse la adoración y la alabanza.

 

Recuerdo, Padre, especialmente, a los discípulos que me has dado; ellos sueñan y, no precisamente, porque están durmiendo, por un reino al estilo de las grandes naciones y en los que se puede subir en la grandeza. Les he enseñado, y corregido, muchas veces, que ese no es el Camino sino que hay otro Reino que solo desde la humildad y desde la donación de sí mismos han de anunciar y sufrir. En este momento, especialmente en estos días, los veo cabizbajos, miedosos, no me preguntan, me encuentran muy en mi interior y me da pena de ellos ya que presumo lo van pasar rematadamente mal esta noche y en los días sucesivos. Temen el futuro inmediato y están silenciosos como dando vuelta a su cabeza: ¿qué va a ser de nosotros?

 

Por eso, Padre, les voy a anunciar, en cuanto se despierten, que esta tarde vamos a celebrar la Pascua pero que en ella, aun uniéndose a la celebración de todos los israelitas, van a vivir una experiencia única y que se va a perpetuar por los siglos. Ellos no se figuran nada y por otro lado sus caras me dicen qué es lo que llevo entre manos ya que me encuentran muy serio y muy hacia adentro de mí mismo. Ellos son sencillos y buenos aunque uno de ellos va a dar el golpe y ahí comenzará lo no esperado y que, sin embargo, desde mí tendrá esta respuesta: “Padre, hágase tu voluntad”.

 

Ya los veo aparecer, Padre, y vienen  hacia mí y de verdad que me da pena el momento que me dejen solo, expuesto a todo vilipendio. Pero, acepto tu voluntad que, en definitiva, va a ser la felicidad de la humanidad.

 

Los veo llegar un tanto tristes y preocupados; hace tiempo que me conocen y saben cómo respiro. Pero, ciertamente, ellos no esperan la sorpresa que les voy a dar ni tampoco hasta dónde es capaz el hombre (en concreto, quien se acerca y no deja de la mano una bolsa donde lleva los dineros que, en su momento se convertirán en motivo de traición). Pero, tu voluntad, Padre, ha de cumplirse  y será el motivo que tendrán en el futuro tantos hombres y mujeres que seguirán mi ejemplo y que serán mis testigos por los siglos.

 

Padre: hazme cumplir totalmente tu voluntad; sé que debo beber el cáliz; sé que debo regalarles el Pan de Vida bajado del cielo y que la sangre de la “nueva y eterna alianza” lo deben perpetuar siempre: “haced esto en conmemoración mía”. Pero, antes, les voy a iniciar en el camino de la humildad y para ello les enseñaré el camino de la limpieza del corazón para que sean discípulos del amor y de la misericordia. Sé que les puede extrañar pero debo enseñarles, también, el camino de la humildad para que ellos lo transmitan y lo hagan palpable en mis seguidores.

 

Padre: ya estoy con mis discípulos; me miran con una cierta actitud de sorpresa pero quiero desde ahora manifestarles a dónde llegará el amor de tu Hijo, cómo ellos serán testigos de mi Cuerpo y de mi Sangre, cómo me venderá uno de ellos, cómo oraré ante Ti y cómo, en el anochecer, seré conducido a la muerte… hasta decirte “en tus manos, Señor, te encomiendo mi espíritu”.