Leí las experiencias de las chicas que tuvieron la oportunidad de ir a misiones y me preguntaba si algún día yo también iría, si otros tendrían la oportunidad de leer y escuchar mi experiencia. Esas preguntas ya tienen respuestas. Y ¡cómo me alegra que ya las tenga!

Este año tuve la oportunidad de participar en las misiones que organizan los padres Agustinos Recoletos. El viernes 1 de Julio salimos a las 5:45 a.m. de la comunidad las formandas Cruz, Claudia y yo, acompañadas de las hermanas Sandra Maldonado y Sandra Flores con destino a la casa postulantado de los P.P. Agustinos Recoletos, donde nos esperaban los formandos OAR y un grupo de jóvenes pertenecientes a las JAR, para ir rumbo al seminario San Pio X en Querétaro.

Llegando al seminario nos esperaban más jóvenes que también se integrarían al grupo de misioneros. Estuvimos todo el viernes recibiendo orientaciones, pautas previas de qué es lo que haríamos, escuchando algunas experiencias de chicos que habían participado otros años, entre otras cosas. Ese mismo día se establecieron los grupos que iban a convivir y formar comunidad durante 17 días, se entregó el kit misionero: mochila, gorra o cachucha, liturgia de las horas del mes de Julio, botella para el agua, impermeables, etc., así como también los materiales que ocuparíamos

Al día siguiente tuvimos la Eucaristía de envío celebrada por el P. Javier Monroy, en ella nos entregaron las cruces misioneras; también rezamos Laúdes, desayunamos y seguidamente subimos al camión con destino a la Sierra Gorda de Querétaro.

Llegando a la Sierra tuvimos parada en la parroquia San José, donde el párroco Luis Serrano, sacerdote diocesano, acompañado de los representantes de cada comunidad nos recibieron. Después de un breve descanso y mientras el P. Javier Monroy daba indicaciones a cada coordinador de grupo de la comunidad a la que iríamos, nos despedimos deseándonos una buena experiencia. De esta manera comenzamos nuestra misión, de la mano de los representantes de la comunidad a la que fuimos asignados.

Mis compañeros fueron dos postulantes y una chica que le gusta participar en las misiones organizadas por los agustinos. Cuatro personalidades muy diferentes, pero con muchas ganas de compartir y vivir al máximo las misiones. Llegamos al fin a la comunidad El Llano de San Francisco, donde pasaríamos 2 semanas.

Cuando llegamos, mi impresión fue de un total asombro porque jamás había visto un lugar lleno de naturaleza, frio, neblina y montañas por doquier, fue algo que deslumbro mi vista. Rápidamente hice dos cosas: pensé en mis hermanas de comunidad que siempre me hablan de su tierra, Totonicapán, ¡yo me sentía allá!, y segundo, busqué la cámara para tomar una foto a la hermosa creación de Dios.

Los primeros días fueron de adaptación, tanto para nosotros como para las personas de aquella comunidad; al principio no nos sentíamos a gusto porque veíamos cierta incomodidad de las personas, como si los misioneros estuvieran invadiendo su espacio, pero al pasar los días las personas empezaron a tenernos confianza y en más de una ocasión nos ofrecieron baño y comida en sus casas.

Siempre que hacíamos el visiteo procurábamos compartir lo más que podíamos con ellos acerca de su vida y la nuestra, luego hacíamos oración y los invitábamos a participar de la celebración de la palabra, de charlas catequéticas, hora santa y una que otra actividad que organizábamos con adultos y con niños. Con los jóvenes no fue posible hacer muchas actividades por su falta de respuesta.

¡Qué hermoso son los pies del mensajero que anuncia la paz! Estas palabras se volvieron realidad durante esas dos semanas de misiones. Fue maravilloso, para mí, ver personas que te abrían las puertas de su casa como si fueras parte de su familia, ver personas tan sencillas y pobres en lo material, pero con un espíritu generoso y acogedor. Ver a los niños correr con gran emoción hacia los misioneros, tomarnos de la mano y apretarnos tan fuerte como si no quisieran que nos fuéramos. El compartir las sabias experiencias con los mayores fue de gran valor para mí.

Aseguro que recibí más de lo que supuse que fui a dar, recibí muchísimo cariño, enseñanzas, risas compartidas y abrazos que no se olvidan porque están muy grabados en el corazón.

Agradezco enormemente a Dios que me permitiera gozar de esta experiencia, por haberme acompañado desde un principio y siempre, gracias le doy por haberse manifestado en cada uno de esos rostros que hoy siempre les recuerdo en mis oraciones.

Jasmeiry De La Cruz O., postulante MAR

 

 

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