Amar a Dios desde lo más profundo de nuestro ser y tenerlo como el centro de nuestras vidas no es fácil, resulta ser una tarea difícil que demanda esfuerzo, fuerza de voluntad, paciencia y sobretodo confianza en la gracia de Dios que todo puede realizar en nuestras vidas.

Agustín fue un hombre que se abandonó totalmente en las manos de Dios y por eso llegó a ser lo que hoy nosotros conocemos, San Agustín. Él tuvo un proceso de conversión muy bonito y a la vez difícil pues tuvo dificultades para vivir la castidad. En el proceso sentía todo lo que nosotros también hoy sentimos en nuestro proceso de conversión: angustia, desánimo, dificultad, crisis de fe, falta de confianza en nosotros mismo y en Dios, impaciencia ante la demora, ante la espera, incomprensión, dudas, y muchas inquietudes.

En la etapa en que me encuentro, noviciado, la conversión es un punto crucial, pues es tiempo de escucharlo y unir más mi vida a Él, para eso es necesario purificar todo lo que impide que Él sea el centro de mi vida.

No se logra la conversión de un día para otro, es preciso ser sincero con uno mismo y también saber escuchar y acoger aquello que Dios nos pide. Eso quiere decir que necesitamos de humildad. Esta es una palabra en la que San Agustín insiste mucho, es la clave para la verdadera conversión. Humildad para callar, para hablar, para reconocer nuestras faltas, para escuchar, para amar al otro que es diferente de mí, para aceptar aquello que no podemos cambiar, para cambiar aquello que nos cuesta cambiar. El camino es ese, y algo que nunca debemos olvidar es que es la gracia de Dios que hace que esto se haga realidad.

Eduarda Bento.

Novicia MAR