A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

 

El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad,

pues nosotros no sabemos pedir como conviene;

pero el Espíritu mismo intercede por nosotros

con gemidos inefables (Rom.8,26).

Queridas hermanas:

Con la cita de Romanos inicio esta circular dirigida a toda la congregación en este día tan especial para la Iglesia que vive de la gracia, de la esperanza y del amor que le da Jesús resucitado. Pido al Espíritu Santo que nos haga comprender el momento histórico que nos ha tocado vivir como Kairós, tiempo de gracia y salvación.

Releyendo las lecturas de este domingo de Pentecostés y buscando en nuestras constituciones elementos significativos a tener en cuenta para la vivencia de nuestra vocación cristiana y carismática, me permito, humildemente, dirigirles estas palabras.

El texto de la primera lectura, tomada de Hechos 2,1-8, nos remite al texto de Juan 20,22 que también escucharemos hoy en el evangelio donde, brevemente, se dice que: Jesús sopló sobre ellos y añadió: “reciban el Espíritu Santo”. Del mismo modo, en el texto de Hechos, después de contextualizar que se trata del día de Pentecostés, de que todos estaban reunidos, de describir el acontecimiento, nos dice que se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse. Sigue el texto relatando que todos los extranjeros, que allí había, oían hablar de la grandeza de Dios en su propia lengua.

En el texto del evangelio de Juan, Jesús revela su divinidad cuando sopla sobre ellos el Espíritu Santo haciéndoles criaturas nuevas (Cf Gn 2,7) y confiándoles su misión: “Como el Padre me ha enviado así yo los envío a ustedes” (Jn 20, 21).

Los regalos de la Pascua que nos trae la resurrección del Señor: perdón, alegría, paz y Espíritu Santo, ahora se concretan en envío misionero realizado en comunión. Sin duda alguna, si tenemos fe, no tenemos ya más que saber y querer. Disponemos de su Espíritu para interpretar nuestra vida, nuestra historia, nuestro acontecer cotidiano y global, y tenemos su impulso para salir y anunciar lo que hemos visto y oído, lo que nuestra experiencia ha palpado desde que fuimos pensados por el amor del Padre (Cf Ef 1,4) y que se gestó en el vientre de nuestra madre. No somos nosotras las protagonistas, es el Espíritu el que gime dentro de nosotras, el que crea la comunión, el que guía a la Iglesia, a la congregación, el que realiza la misión, el que elige a las personas, el que difunde el amor, el que genera vida, el que nos da sus dones, el que nos revitaliza y nos hace nuevas, creativas, alegres, disponibles, aguerridas para enfrentar los retos y las dificultades, el que nos convoca para vivir en comunidad; no nos apropiemos de lo que no nos pertenece, sino que seamos todas capaces de secundar su obra y, en ella, la gloria de Dios, no la nuestra.

Pero, ¿qué hemos vivido en esta cincuentena pascual para que este Pentecostés sea nuevo, diferente y lo podamos experimentar con más intensidad, con más consciencia y como la mejor de las oportunidades para impulsar nuestra identidad de misioneras agustinas recoletas?

De modo parecido, nosotras también, junto con muchos cristianos, hemos estado en el cenáculo. La pandemia nos permitió confinarnos, nos puso a pensar en los demás, a rezar más, a esperar y, sin duda alguna, nos puso a revisarnos. ¿Qué hemos descubierto en estos meses de confinamiento? ¿Cómo hemos vivido la fraternidad? ¿Nos hemos dado la oportunidad de reconciliarnos, de limar asperezas, de tratarnos mejor, de ser más compasivas, de descentrarnos de nosotras mismas, de valorar la vida comunitaria, litúrgica, y celebrar más, con pequeños gestos, la vida y las relaciones, los espacios para el compartir fraterno?; y, sobre todo, ¿hemos hecho  discernimiento de las llamadas que el Señor nos ha estado haciendo a través de su Palabra y de los gritos de dolor de nuestros pueblos o nos hemos replegado más en nuestros miedos? ¿Qué me ha revelado el Espíritu acerca de sus planes con la humanidad, con el planeta, con mi propia vida?

Y previo a la semana de preparación de Pentecostés hemos vivido una semana vocacional congregacional, en comunión, liderada por el secretariado de pastoral vocacional que ha implicado a todas las hermanas de la congregación a través de los medios para estar en comunión, al hilo de las actividades programadas. ¡Que hermosa experiencia la de vibrar juntas, escuchar juntas, mirarnos y reconocernos como hermanas! Sobre todo, aunando esfuerzos e iniciativas y compartiéndolas, porque es una experiencia que nos enriquece. Esta experiencia, tan positiva, nos sirva para seguir poniendo en común todo lo que somos y hacemos como parte constitutiva de nuestro carisma. Podremos entonces decir que es el Espíritu quien, por el amor derramado en nuestros corazones, crea la unidad entre nosotras con el Padre y el Hijo mediante el vínculo de la paz (CC5).

Nuestras constituciones nos dan orientaciones para vivir con pasión esta nueva etapa en la vida de la congregación. Ojalá, con la luz del Espíritu nos dejemos penetrar hasta el fondo y nos comprendamos como una sola familia, un solo proyecto de reino que aglutina muchos matices: parroquiales, educativos, formativos, de atención a los más vulnerables, pero siendo una sola alma y un solo corazón; solo así podremos dar el paso a la renovación, pues es el Espíritu Santo quien santifica, provee, gobierna, rejuvenece y renueva sin cesar a la Iglesia y la conduce a la plena unión con su Esposo” (CC1).

La pandemia del Covid 19 que estamos viviendo, se ha impuesto como un signo de los tiempos que hay que interpretar y al que hay que responder sin demora, como hicieron nuestros fundadores en su tiempo, ya que nuestro carácter misionero nos exige una total disponibilidad  a fin de procurar que la Iglesia muestre cada día mejor a Cristo (…) anunciando su mensaje de salvación y repartiendo su bondad y sus consuelos a las gentes más necesitadas” (CC 4). Por ello, hago un llamado a cada comunidad, desde su propia realidad, para que discierna la manera cómo va a concretar, en estos momentos históricos, su implicación con los más necesitados, con acciones concretas de evangelización y solidaridad con los más pobres de nuestro entorno, implicando a los laicos en este menester.

Con ello, respondemos también al compromiso de ser siempre fieles al evangelio, anhelando un conocimiento cada vez más profundo del Señor, para que en Él nos miremos y nos dejemos conducir por sus sentimientos, pensamientos y búsqueda constante de la voluntad del Padre. Esto nos ayudará a “acomodarnos a estos tiempos que nos toca vivir (CC.11) y a esta humanidad que sufre y tiene un grito de dolor por tantas situaciones de pobreza y orfandad en la que está sumergida.

Para ello necesitamos una actitud humilde y actitud de conversión que nos permita volver al corazón, hacia el hombre interior, donde habita la verdad, para ser iluminadas por Cristo, maestro interior sin el cual el Espíritu Santo a nadie ilumina, y donde encuentra a los hermanos (CC6), siendo la Palabra de Dios la fuente del conocimiento y el amor a Dios, de donde brota la misión.

Agradezco al Señor las oraciones de todas las hermanas de la congregación durante este tiempo de pandemia, como signo de solidaridad y unidad con el sufrimiento de la humanidad; considero los trabajos, esfuerzos y preocupaciones de nuestras hermanas que permanecen en los centros educativos enfrentando las dificultades que tienen que abordar cada día y de  aquellas que están en lugares con mayor dificultad y escasez, pero dando vida y ofreciendo ayuda a los más pobres, generando iniciativas y respuestas a las necesidades más urgentes y agradezco todo lo que cada una está aportando al servicio de la Iglesia y a la misión encomendada. El Señor nos sigue mirando con mucha misericordia.

Que podamos vivir un Pentecostés, fortalecidas con el Espíritu Santo para que, como Pablo, permanezcamos impregnadas de Cristo, anunciándole y enseñando con nuestro testimonio lo que Él obra en nosotras.  Cada situación que la vida nos presenta, por difícil y dolorosa que parezca, nunca es un final, sino un comienzo para seguir a Cristo y no perder el norte.

El Espíritu Santo, junto con María, discípula y misionera, que alentó la fe de los apóstoles, impulse nuestra vida para ser sus testigos hasta los confines de la tierra. ¡No tengamos miedo! ¡Seamos audaces!

Reciban mi abrazo fraterno.

Leganés, 25 de mayo de 2020.

       Hna. Nieves María Castro Pertíñez

   Superiora General