San Agustín fue un gran amante de Dios y de la vida. Lo podemos ver reflejado en “Las Confesiones”, uno de sus libros. En él, San Agustín repasa su vida, su historia, sus reflexiones acerca de todo lo que vivió, a la luz de la experiencia que tuvo con Dio;, su conversión fue un impulso, fue un abrir los ojos para mirar cuán grande ha sido el Señor en su vida.

Agustín reconoce sus errores, sus defectos, en resumen, reconoce su fragilidad ante la grandeza de Dios, porque se dispuso a ello. Y aquí hay una invitación para nosotros: a disponernos para reconocernos frágiles, así podremos contemplar la vida según la mirada de Dios, pues Él está presente en nuestras vidas, siempre estuvo y siempre estará, pero nosotros a veces no lo vemos, pues nos falta esa disposición, ese bajar nuestro ego y ver con claridad y sencillez.

“Por amor de tu amor hago esto, recorriendo con la memoria, llena de amargura, aquellos mis caminos perversísimos, para que tú me seas dulce, dulzura sin engaño, dichosa y eterna dulzura” (Confesiones). En Agustín, vemos claro la necesidad del encuentro con Dios para gozar verdaderamente de la vida y mirarla como don. Él, antes de su conversión no comprendía a Dios, ni las Sagradas Escrituras, y quería descubrir el sentido de la vida; buscó en muchas cosas, pero sólo en Dios, lo encontró. Que podamos como San Agustín, descubrir a Dios en nuestra vida.

Eduarda Bento.

Novicia MAR