Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia. Salmo 136

A TODAS LAS HERMANAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

Queridas hermanas:

Estamos celebrando este 18 de enero, el 74 aniversario de la erección canónica de nuestra congregación. En este contexto también celebramos la clausura del año misionero.

Para celebrar este acontecimiento quisiera centrarme en dos palabras: agradecer y mirarnos desde la fidelidad del Señor; para ello me remitiré a la Sagrada Escritura que nos enseña las fortalezas que encierran estas palabras.

Vivir en la alabanza implica darle la gloria a Dios siempre; presentarle todo, lo bueno y lo malo; agradecerle todo, lo bueno y lo malo. Es habituarse a tener en la boca su palabra.

A este propósito ayuda fijarnos hoy y todo este año en el salmo 136. Repitamos mucho como jaculatoria: porque es eterna su misericordia. ¿Y qué significa que es eterna? Que el Señor no quiere beneficiarnos ahora y echarse para atrás después, ni tener piedad un momento y decir después: ¡Basta!, como sí nos sucede a veces a nosotras. Dios no es así: Dios siempre tiene misericordia, nunca cesa de llamarnos, de tener piedad, de perdonarnos, de cuidarnos y corregirnos, de seguir confiando en sus hijos e hijas, por eso su misericordia es eterna.

Si nos habituamos a la alabanza divina, iremos sintiendo que nuestra alma se dilata y libera de mezquindades y egoísmos. Empezaremos a ser felices. Empezaremos a ofrecer nuestra vida con el espíritu del verbo dar.

Hagamos que resuene en nuestro corazón el gran amor que Dios nos ha tenido en estos 74 años de vida carismática y en este año 2020 que pasó y en el que descubrimos la huella imborrable del amor de Dios que nos convierte en misioneras al servicio de la vida, anunciadoras de este Dios. Por esto, tenemos que decir: “dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia”.

Él hizo grandes maravillas en nuestra Congregación, escogiendo sabiamente a Monseñor Francisco Javier Ochoa, Esperanza, Mª Ángeles, Carmela, llevándolos por caminos insospechados, porque es eterna su misericordia.

Él afianzó esta Congregación por las sendas de la marginación, las periferias y la misión ad gentes, y nos regaló, a través de la Orden de Agustinos Recoletos, posibilidades y oportunidades para hacer efectiva la evangelización y responder a las necesidades de la Iglesia, porque es eterna su misericordia.

Él suscitó vocaciones misioneras, para llevar la buena noticia del amor de Dios a los hombres, más necesitados de ella, regalándonos frentes de misión en lugares y países, porque es eterna su misericordia.

Él nos ha mostrado el camino de la santidad para todas, desde nuestro bautismo, y desde la llamada radical a su seguimiento en la persona de su Hijo Jesús, para estar con Él en unión íntima y ser enviadas a predicar (Mc 3,14), porque es eterna su misericordia.

Él nos dotó de gracias, bendiciones, hermanas, obras, personas, bienes materiales y espirituales para extender su reino, regalándonos en este carisma de misioneras agustinas recoletas una identidad que nos configura como familia aportando comunión en medio de la Iglesia, porque es eterna su misericordia.

Él nos libra de nuestros opresores como el miedo, la pandemia, la escasez, la enfermedad, el desánimo, la injusticia, la tentación de cambiar de rumbo, la muerte eterna, y nos lanza a la misión unidas a Cristo, desde donde Él lo hace todo, porque es eterna su misericordia.

Él alimenta a todos sus hijas con el pan de la palabra, la Eucaristía, la fraternidad y nos da para que demos sin medida a quien más lo necesita, porque es eterna su misericordia.

Y no acabaríamos de ver la obra de Dios, en los momentos más difíciles que hemos vivido y estamos viviendo, en la historia de gracia y de pecado, en los avatares del año 2020, que nos permitió vivir un año misionero de gracia, de agradecimiento, de compromiso y oración, de acompañamiento a las diferentes realidades y personas que nos encomendaron, porque es eterna su misericordia.

En mi segunda palabra hago referencia a la fidelidad de Dios con nosotras.

Dios es fiel, ha sido fiel desde el origen y lo será con nosotras hasta el final. Cristo es la roca (1Cor 10,4); además es la piedra angular y quien se apoya en ella no fracasará dice la Escritura (Rm 9,33).

Es también aquél por quien podemos mantenernos en pie, no en virtud de nuestras seguridades, cargos, profesiones, capacidades, autonomía, razonamientos, sino por la gracia del Dios fiel (1Cor 10,12s). Y todo el que escucha su palabra es como aquel que edifica su casa sobre roca (Mt 7,24-25).

Reflexionemos hermanas sobre esta roca, sobre este cimiento, y sobre nuestra vida y escuchemos en lo profundo de nuestro interior cómo resuena la Palabra de Dios, para dejarnos transformar por ella.

Escuchar supone callarse, donar tiempo, aguardar, acoger, querer entender, preguntar, sugerir… y de nuevo callarse. Por ello escuchar requiere ejercicio de considerable pericia y esfuerzo. Pero hay que entrar dentro de nosotras, tocar nuestro fondo interior, sin miedo a este buceo para encontrarnos y beber de la fuente que mana leche y miel.

Escuchar con sabiduría es avanzar en la verdad del escuchado. ¡Bienaventurado entonces quien escucha la Palabra de Dios y la cumple! San Agustín nos dirá que en Cristo siempre somos escuchados porque, es él quien se angustia y ora desde los confines de la tierra (en. in. Ps 60,2).

Hermanas, al celebrar un nuevo año más del amor eterno del Padre, y al clausurar un año misionero en medio de contrariedades, no echemos en saco roto tanto don recibido para poder permanecer en Dios, como la vid y los sarmientos, y poder dar frutos abundantes.

Apoyadas en la gracia de Dios, nuestra roca firme, con Santa María y San José (en este año dedicado a él), permaneceremos en pie, en medio de tantos vaivenes para llevar la paz y el consuelo a tantos hermanos que necesitan acoger esta misma experiencia de salvación.

¡A Dios sea todo el honor y la gloria, alabado y bendecido sea Jesús, en todo momento, en toda circunstancia, en todo acontecimiento, porque es eterna su misericordia.

Mi abrazo en Cristo, y en nuestro padre S. Agustín.

Leganés, 16 de enero de 2021

Nieves María Castro Pertíñez

Superiora general