Estoy convencida que la voz de Dios nos llega por diferentes medios como: personas, encuentro personal con Él en la oración, retiros, lecturas, situaciones personales, familiares, comunitarias o mundiales.

Hace unos meses, la misericordia del Señor nos permitió participar del Retiro Espiritual anual, realizado en Chinauta (Cundinamarca). Me llamó la atención el lema o título que le dieron al retiro: “La alegría del encuentro con Jesús”. Cuando lo leí sentí alegría y en cuestión de segundos me pregunté: ¿me he encontrado con Jesús?, ¿cómo está mi alegría? Esto me llevó a entrar con esperanza en los Retiros sabiendo que su finalidad es ser un medio, una oportunidad para encontrarme con quien es la alegría y la ofrece desinteresadamente, si queremos seguirlo viviendo como Él vivió. El encuentro con Jesús que habla al corazón, confronta y anima a dejar, como dice san Agustín, lo supérfluo, lo que no nos deja crecer en Dios (s.299D).

Los cinco temas que reflexionamos, precisamente hacían referencia al encuentro con Jesús que transforma todo y lo deja nuevo. Nuevo para proyectarlo así en la vida de relaciones con los hermanos y hermanas; es decir, proyectarlo en la vida fraterna que no es fácil dada nuestra condición de seres humanos limitados, débiles y siempre inclinados a nosotros mismos.

El padre nos decía, una y otra vez: “Jesús permite a quienes se encuentran con Él, vivir de manera diferente lo que les queda de vida, vivirlo en alegría y paz”; y aquí Dios tocó muy fuerte mi corazón. Si Jesús quiere que yo viva el resto de mi vida con alegría, ¿cómo ayudo a las hermanas y personas que se me acercan, a vivir con alegría lo que les queda de vida? Y me preguntaba ¿hasta qué punto soy o somos motivo de alegría, o por el contrario de tristeza, dolor y aburrimiento para mis hermanas?, ¿No será que, con mis palabras y actitudes, hago pesada la fraternidad y puedo llevar a tomar decisiones que después vamos a lamentar?, ¿Por qué no ayudo a mis hermanas a vivir con alegría el resto de sus días, sean muchos o pocos? Si este fuera mi propósito o el de todas, la vida fraterna daría un vuelco que pienso, es el que Dios quiere: acogernos, entendernos, perdonarnos y ayudarnos. Esto es misericordia, compasión e indulgencia con quien, como yo, tropieza, cae y experimenta la soledad y el desánimo.

Es difícil pero no imposible si creemos en lo que Jesús nos dice en Mt. 19,23-30: “Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo”. Lo importante es querer, desear y lanzarnos, así caigamos una o mil veces. El Señor sabe de nuestro esfuerzo y dará la gracia para lograrlo.

Pienso que es hora de lanzarnos al ruedo cuando Dios, ante la realidad mundial que vivimos, nos está llamando a fortalecernos, animarnos y apoyarnos en la fe. Caminemos juntas confiando siempre en el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas, Jn.14,26. Si lo pedimos a Dios de seguro nos lo concederá pues es lo que nos enseñó a través de su Hijo, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Oremos unas por otras para que mutuamente en fraternidad, nos ayudemos a vivir en alegría y fe el tiempo que nos queda de vida. Esto es misericordia. Esto es amor.

                                                      Hna. Ana Joaquina Mariño W. M.A.R.