+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo  11, 2-11

Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»

Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»

Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo:

«¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.

¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino».

Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.»

Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

La sección a la que pertenece el evangelio de este tercer domingo de Adviento (Mt 11,2-12,50) está sembrada de opiniones acerca de quién es ese Jesús que ha enseñado (Mt 5-7), que ha hecho milagros (Mt 8-9) y que ha enviado a la misión a sus discípulos (Mt 10). Juan Bautista, personaje lleno de contraste, ha seguido desde la prisión las peripecias de Jesús. Él había buscando signos de la presencia y de la acción de Dios animado por las esperanzas del pueblo de Israel. Y había comenzado, como el nuevo Elías que precede al Mesías, a señalar hacia Jesús y a prepararle el camino con un mensaje penitencial y un bautismo de conversión. Había predicado y esperado más un Mesías juez que salvador y sanador (Mt 3,10-12). Pero Jesús, con su enseñanza, con sus milagros y con el grupo de discípulos que ha reunido a su alrededor, le ha provocado inquietud e interrogantes. Juan no se conforma con saber de oídas, y por eso, como está en la cárcel, envía a sus discípulos a plantearle las preguntas que los testimonios de otros le plantean. Quieren saber si él es el que tenía que venir detrás de Juan, es decir, si es el Mesías.

Juan, como otros muchos en Israel, se hace eco de los deseos y esperanzas del pueblo de Israel y ansía que Dios actúe por medio de su Mesías. Le llama la atención la actividad de Jesús, pero hay algo que no cuadra con sus expectativas acerca del Reino. Por eso envía a sus discípulos a preguntar. Pero la respuesta de Jesús es indirecta y muy peculiar: responde aludiendo a pasajes del Antiguo Testimonio. ¿Qué signos que realiza el heraldo de Dios en Is 35,5-6 y 61, 1-3 coinciden con los que lleva a cabo Jesús?

Los signos que Jesús ha llevado a cabo concuerdan con los que la tradición profética considera propios del momento en que Dios vendrá y salvará a su pueblo: anuncio de una Buena Noticia, todo tipo de curaciones…Además, esos mismos oráculos proféticos manifiestan que el mensaje del Mesías es Buena Noticia de salvación, y no juicio de condenación, como anunciaba el Bautista. Pero, como el mismo profeta Isaías afirma (42, 18-19), esos signos hay que mirarlos y escudriñarlos con atención para llegar a descubrir la intervención salvadora de Dios.

Más que una bienaventuranza es una advertencia. Jesús trae consigo un mensaje y un modo de actuar que no coinciden con las esperanzas anunciadas por el Bautista y por otros muchos que como él esperaban un Mesías severo y justiciero. Jesús anuncia la inauguración de un Reino que contradice las expectativas de muchos y que será motivo de escándalo, porque trae una puerta abierta al perdón y a la misericordia. Cuando los discípulos de Juan se marchan para llevarle esta respuesta, Jesús se pone a hablar a la gente sobre el Bautista. Jesús habla de Juan con admiración y cariño. De él dice claramente, mediante el uso de preguntas retóricas, que es un gran personaje, un profeta que pertenece al tiempo de la promesa.

(Fuente: Tú tienes palabras de vida, Verbo Divino).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mt 11, 2-11: Mis palabras son mis obras

Eso, pues, es lo que dijo Juan de Cristo; ¿qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a hablar a la multitud acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?. No, puesto que Juan no era zarandeado por cualquier viento de doctrina. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropa fina?. No, puesto que Juan llevaba un vestido áspero: tenía un vestido de pelos de camello, no de plumas. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Eso es, y mayor que un profeta. ¿Por qué mayor que un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no vieron, y a este se concedió lo que ellos desearon. Juan vio al Señor; lo vio. Tendió su dedo hacia él y dijo: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo. Helo ahí. Ya había venido y no lo reconocían; por eso se engañaban también respecto al mismo Juan. Ved que está aquí aquel al que desearon ver los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien prefiguró la Ley. He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo.

Y dio un hermoso testimonio acerca del Señor y el Señor acerca de él: Entre los nacidos de mujer —dice el Señor— nadie hubo mayor que Juan el Bautista, pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él; menor por la edad, mayor por la majestad. Dijo esto queriendo que se pensase en él mismo. Muy grande es Juan entre los hombres, si entre ellos solo Cristo es mayor que él. La cuestión que plantea la frase: Entre los nacidos de mujer nadie hubo mayor que Juan el Bautista, pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él puede también resolverse, con otras distinciones, de un modo diverso al que acabo de proponer. Pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él: llamó reino de los cielos al lugar donde moran los ángeles; en consecuencia, el menor entre los ángeles es mayor que Juan el Bautista. Nos recomendó el reino que hemos de desear; presentó la ciudad cuyos ciudadanos debemos desear ser. ¿Qué clase de ciudadanos seremos allí? ¡Grandes ciudadanos! Allí el menor de ellos es mayor que Juan. ¿A qué Juan se refiere? A aquel mayor que el cual no hubo nadie entre los nacidos de mujer.

Sermón 66,2-5

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Jesús hace presente el Reino con una palabra que es Buena Noticia y con unos gestos que son liberación: ¿Qué significa para mí creer en un Mesías que actúa así?

“Dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo” ¿Qué facetas de Jesús siguen siendo escandalosas para mí y, por tanto, me cuesta aceptar o entender?

“Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”: ¿Cómo estamos llamados los cristianos y la Iglesia a realizar esta misma misión hoy?

“Yo envío mi mensajero delante de ti; él te preparará el camino”: ¿Cómo puedo yo preparar el camino al Señor en este Adviento para que llegue a otros de mi entorno?

“Eres tú el que tenía que venir…?” ¿dónde busco respuesta a mis esperanzas? ¿Qué espero en este momento de mi vida? ¿Responde Jesús a mis esperanzas?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

«Id Y le contáis a Juan lo que estáis viendo y oyendo»,

respondió con claridad, Jesús a sus mensajeros.

Yo voy sembrando alegría: regalo luz a los ciegos,

afirmo los pies del cojo y resucito a los muertos.

Abro el oído del sordo, del leproso curo el cuerpo.

A los pobres les anuncio el gozo de mi Evangelio.

Así es Jesús Salvador, el Señor, nuestro Maestro.

Dichosos todos nosotros, si seguimos sus ejemplos …

Siempre estarán con nosotros los pobres, hermanos nuestros:

sin trabajo, sin vestido, sin salud, sin pan, sin techo.

Señor, que les ofrezcamos las «señales de tu Reino».

Que nosotros convirtamos «en jardines su desierto».

Que celebremos con gozo y con fe tu Nacimiento

siendo «CASA DE ACOGIDA» de los pobres de tu Pueblo.

(José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN

Dios y Padre nuestro,
que acompañas bondadosamente a tu pueblo
en la fiel espera de nacimiento de tu Hijo,
concédenos festejar con alegría su venida
y alcanzar el gozo que nos da su salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.