El 12 de diciembre de cada año, la Iglesia Católica celebra la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Ese día en 1531, la Virgen María se apareció al indígena Juan Diego. Pero más allá de la aparición, lo que marca este hecho, sin duda es la cercanía de la Virgen María a sus hijos en este mundo. Para muchos fue el tiempo de la esperanza, el tiempo de la reconciliación y la unidad entre dos pueblos que creían en un Dios distinto.

La aparición de la Virgen María a la gente sencilla, es la muestra del amor infinito que, tiene Dios hacia sus hijos, ellos que se encomienda a la madre para que los proteja, pero sobre todo para que los consuele y acompañe en su vida diaria. De esta manera y a través del tiempo, la Madre de Dios, se convierte en aquella mujer que escucha y brinda esperanza a todos aquellos que invocan su nombre.

En este mismo día las Misioneras Agustinas Recoletas, recordamos a nuestra querida Madre Ángeles, quien con su sencillez y cercanía nos mostró con su vida, la confianza plena en Jesús y en su madre, la Virgen María. Basta con hacer lectura de algunos pasajes en su libro para ver los distintos momentos en que ella pide a su “dulce madre del cielo, la consuele”, en los momentos de alegría la “Madre del Cielo” está presente y para pedir por sus chinitas está la “Madre Bendita”, también eleva su suplica por la paz en China a la “Reina de la Paz” (“He rezado Madrecica mía por mis queridos chinos…”)

Madre Ángeles, es mujer sencilla, cercana, orante, mujer que busca constantemente a Dios, vive la interioridad que manifiesta en la misión.

Celebremos hoy a nuestra “Madre del Cielo” bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, demos gracias a Dios porque se manifiesta a los más pequeños que buscan y pronuncian su nombre. Démosle gracias por entregarnos a la virgen María como madre de toda la humanidad, y demos, también, gracias a Dios por el testimonio de madre Ángeles quien se ofreció al Señor para que Él hiciera de ella lo que quisiera, como lo hizo María.  Con su vida sencilla nos enseñó que, pasando grandes ratos ante Jesús sacramentado, se siente una gran fuerza para vivir la misión.