Tuve la gracia -un regalo de Dios-, de vivir en Barranquilla. Tal vez ahora siento no haber aprovechado ese tiempo un poco más. Sentí a Barranquilla, o más concretamente, al barrio La Paz, como un lugar abierto y acogedor. Un lugar que nos ofrecía muchas posibilidades para trabajar, acompañar y aprender. Bastaba con llegar y ya ibas conociendo dónde podías echar una mano.

Tal vez lo primero que se me ofreció fue visitar enfermos y llevarles la comunión. Al llegar, me indicaron la persona que me podía acompañar. Ella es doña Barbarita Pérez. Yo solo tengo palabras para agradecer todo lo que aprendí de ella. Una mujer sencilla, pobre, pero sensible ante el dolor de los demás. Cuando íbamos a las casas, estaba atenta a las necesidades, y de su dinero, les llevaba pañales, alguna medicina para el dolor o algo de comer. No eran grandes cosas, pero sí algo que aliviaba a los pacientes. Si morían, estaba atenta a acompañar y a orar.

De los enfermos, aprendí la fe tan grande de ellos para aceptar el dolor y la enfermedad, como por ejemplo el señor Horacio Pájaro, más o menos joven, tendido en una cama, sin moverse, a causa de un accidente de bicicleta, pero en medio de eso, anhelaba la llegada del Señor Eucaristía, ¡Admirable!

También nuestra hermana Verónica Amaya quien dirige el Hogar de Tercera Edad, tiene puertas abiertas para acoger a las personas que desean colaborar. Podía, cuando quisiera, entrar a saludar a los ancianos, escucharlos, estar un rato. Y a veces, -ahora no sé cómo fui capaz-, cuando no había quien entonara los cantos en la Eucaristía, yo lo hacía. El Hogar es un lugar hermoso. Van los que realmente no tienen nada, pero allí están empeñados en que en los pocos años que les quedan a estas personas, puedan llevar una vida digna.

Reciben amor y cariño de todos, empezando por el padre Cirilo Swinne y la hermana Verónica Amaya. Las instalaciones son amplias, cómodas, hay buena comida y atención espiritual. Es un gran regalo de Dios para todos ellos.

Al frente del “Hogar de niñas Hermano Policarpo”, estaba la hermana Evangelina Oviedo. Ya llevaba algunos años. Pronto me pidió ayudar a las niñas que necesitaban nivelarse, así que iba todas las tardes y llegaba como a mi casa.

Visité el Colegio del Sagrado Corazón y en cuanto llegué, el hermano Jesús Ganuza Soto me dijo: “Hermana, ésta es su casa, puede entrar a donde quiera, y cuando quiera. La espero mañana para hablarle a los niños; usted me dirá si prefiere hablarles en la oración de la mañana a todos o pasar por los cursos. Bueno, la respuesta fue: prefiero en principio pasar por los cursos un momento cada semana. Y así fue. En las mañanas, unos días iba a unos cursos, y otros, a otros. En la semana pasaba por todos, con un corto mensaje del amor del Señor, de la biblia, etc. Era fácil porque lo que preparaba era para todos, pero de acuerdo a su edad. También apoyé un poco a algunos niños que necesitaban refuerzo.

Una visita que no podía dejar de hacer, era a nuestra hermana Luz Dary Cardona y a su fundación: Camino de María. Como siempre, ella estaba rodeada de niños, de mujeres y hombres, todos aprendiendo algo. Los niños haciendo los deberes del colegio y recibiendo refuerzo, las mujeres y hombres, aprendiendo alguna manualidad o artesanía para luego ayudarse económicamente.  En su momento, recibían el desayuno, o la merienda o el almuerzo.  Me dijo un día: “Elsa, si quieres, aquí puedes venir y echar una mano en lo que desees”. Como ya tenía algunos compromisos, le dije que podía ser algo puntual, además ella tenía suficientes personas, algunas voluntarias y otras con sueldo que le colaboraban. Y así fue, cuando tenía alguna fiesta o tenía que hacer algún escrito, le colaboraba. De todas maneras, estuve cerca, siendo testigo de los “milagros” que el Señor le hacía cada día.

En el hospital San Camilo estaba la hermana Betha Vega. Ella no solo hacía su trabajo como enfermera, empleada, sino que atendía las necesidades espirituales de los enfermos, ya sea directamente o buscando ayuda. También ayudaba a las familias que venían de lejos, que venían sin haber probado bocado. El hospital estaba abierto a nosotras las MAR y éramos recibidas con mucho cariño. De alguna manera, colaborábamos en los tiempos fuertes de navidad y semana santa.

Y también estaba la parroquia. Ya fuera para preparar los cantos de la misa, buscar lectores, dar la comunión, etc.

Hace poco salimos de ese lugar tan especial: Barranquilla. Le doy nuevamente gracias al Señor por haber vivido allí, por toda la gente que conocí, además de mis hermanas, que fueron testimonio vivo del amor del Señor a los más necesitados: Padre Cirilo Swinne, Hermano Jesús Ganuza, Hermana Luz Dary Cardona, Señora Barbarita Pérez, y muchos más.

Elsa Gómez Galindo, mar.