+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 28b-34

Un escriba se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»

Jesús respondió: «El primero es: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas». El segundo es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento más grande que estos».

El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Este pasaje está situado en un contexto polémico. Le preceden varias y duras controversias: sobre la autoridad de Jesús (11,27-33); la parábola de los viñadores homicidas, que denuncia la dimensión homicida de la ortodoxia (11,1-12); la licitud o no del tributo al César (12, 13-17); la polémica sobre la resurrección de los muertos, en la que desautoriza la lectura saducea de la Escritura (12,18-27). Y es seguido por la discusión sobre la filiación davídica del Mesías y una serie de correcciones y denuncias. Fariseos, herodianos y saduceos son los que polemizan con Jesús. No res el pueblo, sino sus responsables y guías espirituales, políticos y religiosos.

Es esta secuencia sobre el mandamiento principal la que nos da la clave para entender las agrias duras controversias de Jesús con los dirigentes del pueblo y guardianes de la ortodoxia: lo que está en juego es la centralidad de la fe en el Dios de la Alianza y de la Promesa y no una mera discusión periférica sobre casuística farisea.  

La originalidad de la respuesta de Jesús está en los rasgos siguientes:

Sintetiza todo ese mundo inmenso de mandatos en un solo punto doble. Y declara que el amor a Dios y el amor al prójimo es el centro y núcleo de todos ellos.

Une los dos mandamientos nucleares dándoles la misma importancia. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables. Eso es lo que significa la expresión “semejante al primero”. La vinculación y mutua subordinación entre el amor a Dios y al prójimo es absolutamente original.

No cualquier tradición da lo mismo ni cualquier precepto obliga por igual. Opta por la línea de la justicia y el amor y desautoriza la puramente ritual.

No presente su posición como “una” opinión, sino como “la única” que hace justicia al núcleo de la fe y a la centralidad del Reino.

Abre una alternativa al pueblo para vivir conforme a la Ley de Dios al reducir la controversia sobre la jerarquía de los mandamientos al núcleo del amor.

Mina la posición ideológica de los “jefes”, cuyo poder consiste precisamente en que son los únicos que saben determinar “lo que se puede” y “lo que no se puede” hacer: Jesús desbloque el acceso al Reino y dice que no está reservado a los “sabios y prudentes”.

Y así, Jesús proclama que el supremo criterio para discernir quién pertenece al reino de Dios es el amor a Dios y el amor al prójimo vividos a tope.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mc 12, 28b-34: Te amas a ti mismo de forma saludable, si amas a Dios más que a ti.

Preguntado sobre los preceptos de la vida, no habló de uno sólo, sabiendo, como sabía, que es una cosa Dios y otra el hombre, y tan distinta como es la distinción entre el Creador y la criatura, hecha a su imagen. El segundo precepto: Amarás, dice, a tu, prójimo como a ti mismo. No será bueno el amor de ti mismo si es mayor que el que tienes a Dios. Y lo mismo que haces contigo, hazlo con tu prójimo, con el fin de que él ame a Dios también con perfecto amor. Pues no le tienes el amor que a ti mismo si no te afanas por orientarle hacia el bien al que tú te diriges; es éste un bien de tal naturaleza, que no disminuye con el número de los que justos contigo tienden a El. Aquí tienen su origen los deberes que rigen la comunidad humana, en los que no es tan fácil acertar. Pero al menos sepamos, ante todo, ser buenos no servirnos contra nadie de la mentira ni de la doblez porque no hay nada más próximo al hombre que el hombre mismo.

(…) Ahora, en la marcha de estos dos amores hacia la plenitud y la perfección, decidir si van a un paso igual o si comienza primero el amor de Dios, o el del prójimo se perfecciona antes que él, confieso que no lo sé. Parece, en efecto, ser al principio el amor divino el que nos atrae con más fuerza; pero, por otra parte, se llega más fácilmente a la perfección que exige menos. Pero, sea de esto lo que fuere, lo cierto es que nadie se forje ilusiones de poder llegar a la felicidad, ni a Dios, objeto de sus amores, si desprecia a su prójimo. ¡Quiera el cielo que fuera tan fácil hacer bien al prójimo y no causarle daño alguno, como lo es amarle por quien está bien instruido y lleno de amor y dé benignidad! Para realizar este amor, la buena voluntad no basta; se necesita, además, mucha sabiduría y una prudencia exquisita, de la que nadie puede servirse si el mismo Dios, fuente de todos los bienes, no se la comunica.  Las costumbres de la Iglesia católica I, 26,48-51

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Ponerse a los pies de Jesús. Escuchar sus palabras, su mensaje, su buena noticia. Dejar que nos cale como lluvia suave y persistente. Repetirlas despacio, muchas veces. En ellas Jesús nos desvela su propia intimidad y nos revela el criterio y horizontes de su vida, acción y comportamiento.

Discernir. Vivimos demasiado atosigados por las mil leyes, presiones y ocupaciones que aprisionan nuestra vida. Necesitamos un tiempo de reflexión y discernimiento. Es importante que me pregunte cuál es el principio que motiva y guía mi vida. ¿Cuáles son las dos o tres cosas que dan o pueden dar sentido a mi vida? Orar es discernir; descubrir la buena noticia, centrarse…

Desagobiarse. A veces la sociedad, a veces la iglesia, otras la comunidad, los amigos, la familia… nos van cargando con normas, leyes, preceptos. Y a veces hasta nosotros mismos nos cargamos con yugos pesados. Vivimos agobiados, fatigados, sin horizontes…, malviviendo y sin gozar. Orar es desagobiarse porque nos ayuda a centrarnos, a desprendernos de lo que no vale, a descubrir que el mandamiento de Dios es suave y ligero.

Preguntarse. Preguntarme cómo amo a Dios, cómo amo a las personas, a las cercanas y a las lejanas. Preguntarme cómo voy a seguir amando.

Centrarse. Fijar los ojos en Jesús. No agarrarse a otros mensajes. Escuchar lo que él dice. Abrir los oídos y dejar que resuene su buena noticia. Repetir una y otra vez esa profesión de fe que todo buen israelita rezaba diariamente: “Escucha Israel…”

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Os vuelvo a repetir que creo en Dios. Que me quema su esencia por mi boca y se me clavan en el fondo de mi alma sus luces y su aroma. /que sepáis lo que soy y cuanto pienso no me importa. Que sepáis que amo a Dios no me importa. Que me clavéis etiquetas como espadas no me importa/ Os acepto con amor, amigos, cuanto de mí penséis y digáis; lo demás no me importa, porque lo único que me importa es que vosotros me importáis. (Molina Navarrete, Ramón).

Oración

Dios omnipotente y lleno de misericordia,
que concedes a tus fieles
celebrar dignamente esta liturgia de alabanza;
te pedimos que nos ayudes a caminar sin tropiezos
hacia los bienes prometidos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.