+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas    17,11-19

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pesaba a través de Samaría y Galilea.

Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ¡ten compasión de nosotros!».

Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.

Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?».

Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Entre los israelitas la lepra era considerada como un castigo divino. De hecho, la palabra original con que se denominaba la enfermedad de la lepra, viene a significar “ser castigado por Dios”. Quienes contraían esta enfermedad eran vistos como personas “impuras”, tanto legal como religiosamente, y eran expulsados de la comunidad civil y del culto. Y así, los leprosos sufrían a la vez marginación moral, social y religiosa: vivían en lugares apartados, tenían estrictamente prohibido entrar en las aldeas y núcleos poblados, cuando iban por los caminos debían avisar para que nadie se les acercara, no podían participar en los actos de culto del pueblo, se les consideraba pecadores, etc. Como la enfermedad era tenida también por incurable, la única esperanza que les quedaba a estos enfermos era un milagro. En todo caso, si la curación se producía, un sacerdote tenía que comprobarla y certificar con su palabra que era cierta (Lev 13 y14). Se creía y esperaba que, con la llegada del Mesías, en la nueva sociedad por él inaugurada, desaparecería la lepra. Por eso, las curaciones de leprosos hechas por Jesús anuncian que el reino de Dios ha llegado ya.

El milagro es un signo palpable de la presencia liberadora de Dios y de la gratuidad de sus dones. Él nos da la vida, la salud, las oportunidades no porque seamos buenos, puros u observantes o para que se lo agradezcamos, sino porque nos quiere. Su amor es desinteresado, no busca nada a cambio.

La actitud de agradecimiento es, sin embargo, importante. No porque Dios necesite de él para echarnos una mano, sino porque ser agradecidos es una actitud básica de la persona nueva, de la nueva comunidad inaugurada por Jesús, que nos ayuda a ser rectamente humildes, a liberarnos y a vivir como hijos y no como siervos.

El discípulo que sigue creyendo en la validez de la Ley que discrimina, o que sigue teniendo una actitud fatalista ante la vida y los acontecimientos sociales y personales (“siempre ha sido así, siempre será así”), es un leproso dentro de la comunidad. Una falsa religión ha metido en el corazón de muchos hombres y mujeres esa convicción fatalista. Pero este episodio de los diez leprosos nos muestra que la fe en Jesús de Nazaret rompe todo fatalismo. Somos libres. De nosotros depende la orientación que tome nuestra vida: “Levántate y vete” (v. 19).  Solo quien toma conciencia de su situación y se pone en camino con fe…queda limpio, libre y rehabilitado como persona.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Lc 17, 11-19: Que nadie cambie, que nadie sea leproso.

Retened esto y perseverad en ello. Que nadie cambie; que nadie sea leproso. La doctrina inconstante, que cambia de color, simboliza la lepra de la mente y es Cristo quien la limpia. Quizá pensaste distintamente en algún punto, reflexionaste y cambiaste para mejor tu opinión, y lo que era de varios colores pasó a ser de un uno solo. No te lo atribuyas, no sea que te halles entre los nueve que no le dieron las gracias. Sólo uno se mostró agradecido; los restantes eran judíos; aquel era extranjero y simbolizaba a los pueblos extraños; aquel número entregó a Cristo el diezmo. A él, por tanto, le debemos la existencia, la vida y la inteligencia; a él debemos el ser hombres, el vivir bien, el haber entendido rectamente. Nuestro no es nada, fuera de tener pecado. De hecho, ¿qué tienes que no hayas recibido? Así, pues, vosotros, sobre todo quienes entendéis lo que oís —que es preciso curarse de la enfermedad— elevad a lo alto vuestro corazón purificado de la variedad y dad gracias a Dios.

Sermón 176, 6

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

¿Con qué personaje me identifico más? ¿Con qué actitud me presento habitualmente ante Dios?

¿Reconozco todos los dones que el Padre me regala, y, sobre todo, el mayor regalo de su Hijo Jesús?

¿Cuánto tiempo dedico cada día a la alabanza y al agradecimiento por lo que soy, gracias al amor que mi Padre me tiene y me manifiesta en Jesús?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Tú, Señor, has venido, me lo has pedido todo y yo te lo he entregado.

Me gustaba leer, y ahora estoy ciega. Me gustaba pasear por el bosque, y ahora mis piernas están paralizadas. Me gustaba coger flores, bajo el sol de primavera y ahora no tengo manos.

He vivido el Amor y he quedado mucho más colmada de cuanto mi corazón haya podido ansiar.

Esta noche, Amor mío, te pido por los leprosos del mundo entero. Te pido, sobre todo, por aquellos a quienes la lepra moral abate, destruye, mutila y destroza. Es sobre todo a ellos a quienes amo y por quienes me ofrezco en silencio, porque son mis hermanos y hermanas. Te ofrezco mi lepra física para que ellos no conozcan el hastío, la amargura y la gelidez de su lepra moral.

Verónica.

ORACIÓN

Dios todopoderoso,
que tu gracia siempre nos preceda y acompañe,
y nos ayude en la práctica constante de las buenas obras.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad de Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.