¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,1-11.

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:

-Id a la aldea de enfrente encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.

Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta:

«Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila.»

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

-¡Hosanna al  Hijo de David!

-¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

-¡Viva el Altísimo!

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:

-¿Quién es éste?

La gente que venía con él decía:

-Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.

¿QUÉ  DICE EL TEXTO?

COMENTARIOS

Después de instruir a sus discípulos sobre su destino y sobre las exigencias del seguimiento (16,21-20,34), Jesús entra en Jerusalén y el conflicto con las autoridades judías se agrava cada vez más. Jesús inicia aquí la última etapa de su vida terrena. Con motivo de la celebración de la Pascua, memoria viva de la liberación de Egipto, acudían a Jerusalén multitud de judíos. En estas ocasiones, las expectativas mesiánicas resurgían con fuerza. La espera del inminente reinado de Dios se apoderó del grupo que lo acompañaba, y comenzaron a aclamarlo como Mesías (“Hijo de David”, según el versículo 9). El gesto humilde de Jesús de entrar en Jerusalén montado en un asno revela que su mesianismo no seguirá los esquemas del poder y la gloria.

Las autoridades y la gente sencilla han comprendido el significado y el alcance del gesto realizado por Jesús, pero sus reacciones son diversas: la gente reconoce que es un profeta, pero las autoridades de la ciudad acogen esta manifestación con recelo y turbación. La pregunta: ¿quién es éste?” (10) no revela deseos de conocer, sino un rechazo frontal de Jesús (Luis A. Schökel)

SAN AGUSTÍN COMENTA

No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos a él por él; no perecemos. Sermón 189,4.

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Nos fijamos en estas frases:

«Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila.» ¿Qué significa que Cristo sea un rey humilde? ¿Cómo imito la humildad de Cristo en mi vida? ¿Me ejercito con frecuencia en la humildad o  me resisto a  doblegar mi orgullo y a acoger las situaciones donde tengo la oportunidad de reconocer mis errores y necesidades?

-¡Hosanna al  Hijo de David! -¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (v.15) ¿Cómo doy gloria a Cristo con mi vida? ¿Me parezco en algo a esa muchedumbre que aclamó al Señor y después lo traicionó? ¿Qué puedo hacer al respecto?

“Somos su jumento y vamos a Jerusalén”. ¿Qué invitación nos hace san Agustín con esta frase? ¿Cómo puedo ser jumento de Cristo?

Nos fijamos en Jesús:

-Sabe que va a morir, se presenta como el Mesías humilde, manso cordero, ¿qué sentimientos evoca en mí este día que estamos celebrando?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Contemplamos a Cristo entrando en Jerusalén entre las aclamaciones del pueblo. Miramos cómo las personas cortan ramos y los ponen delante del pollino sobre el que va montado Cristo. Observemos la alegría y emoción de los apóstoles. Contemplemos la infinita humildad de Cristo, quien conoce todo lo que va a suceder. Adoremos a nuestro Rey, y proclamemos en nuestro corazón nuestras alabanzas.

-Señor Jesús, eres bendito y adorado, nuestro rey, que viene a traernos el consuelo y la paz, la salvación y la resurrección. Danos capacidad continua para alabarte y bendecirte por todo lo que haces en nuestra vida.

Eres el manso y humilde de corazón. Enséñanos a ser humildes y a doblegar ese orgullo tan radicado en nuestro corazón que tantas veces malogra nuestra identidad de hijos y hermanos.

-Eres nuestro Rey, salvación de todos los pueblos. Concédenos Señor la gracia de reconocerte como único Dios verdadero y Rey de nuestro corazón, desechando de él  todos los ídolos falsos a quienes tantas veces adoramos.

Eres la alegría de nuestro ser porque das la vida por todos. No permitas Señor que las desgracias, catástrofes y pandemias desvíen nuestra mirada de ti, para dudar de tu amor inmenso, antes bien, fortalece en nosotros el don de la serenidad y la confianza plena en tu fidelidad.

Oración

Dios todopoderoso y eterno,
tú mostraste a los hombres
el ejemplo de humildad de nuestro Salvador,
que se encarnó y murió en la cruz;
concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión,
para poder participar un día de su gloriosa resurrección.
Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.