Él fue, se lavó, y volvió con vista

INTRODUCCIÓN

La liturgia, a través de unas bonitas Catequesis, nos lleva de la mano durante estos domingos de Cuaresma, al encuentro con el Resucitado. La Samaritana nos habla de “agua de pozo”, “agua muerta” para decirnos que Jesús es “agua de manantial, agua viva”.  El ciego de nacimiento nos habla de “oscuridad, tinieblas y caos” para decirnos que Jesús es “La Luz”.  Y Lázaro nos presenta la triste, oscura e inexorable muerte, para decirnos que Jesús es la Vida.   Estápasando el invierno de la Cuaresma y se acerca la primavera de la Pascua.  “Algo nuevo ya está brotando, ¿No lo notáis?” (Is.. 43,19).

LECTURAS

1ª lectura: 1Sam.16,1b.5-7.10-13ª.                  2ª lectura: Ef. 5,8-14.

EVANGELIO

Juan 9,1,-41)

Y al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, ¿para que naciera ciego?». Jesús contestó: «Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista.

Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?». Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver». Le preguntaron: «¿Dónde está él?». Contestó: «No lo sé”. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta». Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y que había comenzado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres contestaron: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse». Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él».

Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntan de nuevo: «¿Qué te hizo, ¿cómo te abrió los ojos?».

Les contestó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?». Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: «Discípulo de ese lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene». Replicó él: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, ¿para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él. Dijo Jesús: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?». .Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece.

          Todo el relato del ciego de nacimiento está sirviendo al evangelista de proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la esclavitud a la libertad; de no ser nada a ser hombre cabal.

REFLEXIÓN

1.– Con Jesús puedo pasar de las tinieblas a la luz. Este ciego de nacimiento nunca ha visto la luz. Nunca ha podido disfrutar del mundo de los colores. Ha vivido siempre en la noche de la tristeza, de la inseguridad, del no saber dónde está. Imagen perfecta para definir una persona, una sociedad sin Dios. Con Jesús descubre la maravilla del ver, del poder caminar solo, de poder disfrutar de las montañas, las flores, los animales, las personas. Y, sobre todo, de poder quedar fascinado ante la presencia de Jesús, el hombre perfecto, el hombre cabal. Con Jesús ya podrá mirar a las personas “con la mirada de Dios, con la mirada del corazón” (1ª Lectura)

2.– Con Jesús puedo pasar de la esclavitud a la libertad. El ciego era un esclavo. Un ser totalmente dependiente de los demás. Su mundo era pequeño y muy reducido. El ciego era mendigo (pedía limosna, sentado). Estaba inmóvil, impotente, dependiendo de los demás. Este punto de partida es clave para resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la movilidad y la independencia.  Al no poder salir ni formarse, dependía de las costumbres, tradiciones y consejos de la familia.  Sus padres tienen miedo a las autoridades religiosas y no quieren comprometerse. Las leyes religiosas prohibían curar en sábado y ponían la ley por encima de la persona.  El horizonte que se abre para él es indescriptible. El mundo ha cambiado radicalmente. Su vida, anodina y dependiente, está ahora llena de sentido. Pierde todo miedo y comienza a ser él mismo, no sólo en su interior sino ante los demás.

3.– Sólo Jesús me invita a dar el salto mortal del no-ser al ser. No es la mejor manera de curar a un ciego el poner barro en sus ojos. Pero simbólicamente este barro tiene relación con el barro del paraíso que, al recibir el soplo de Dios, se convierte en un ser lleno de vida. Con Jesús se reinicia el primer proyecto de Dios sobre el mundo.  Es curioso que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces en Juan utiliza Jesús para identificarse: «soy yo».  Jesús le da su identidad. Antes “no era” y ahora “es”. Sin Jesús no somos nada. Con Jesús somos lo que Dios quiso que fuéramos desde el principio.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Habéis visto a este ciego con los ojos de la fe; le habéis visto pasar de no ver a ver, pero le habéis oído errar. Os voy a decir en qué consistía el error de este ciego. En primer lugar, juzgaba que Cristo era un simple profeta, ignorando que era el Hijo de Dios; en segundo lugar, hemos oído una respuesta suya totalmente falsa, puesto que dijo: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. Si Dios no escucha a los pecadores, ¿qué esperanza nos queda? Si Dios no escucha a los pecadores, ¿para qué oramos y damos testimonio de nuestro pecado con golpes de pecho? ¿Dónde queda en verdad aquel publicano que subió al templo con el fariseo y, a la vez que el fariseo se jactaba de sus méritos y los pregonaba, él, manteniéndose lejos de pie, con los ojos fijos en tierra y golpeándose el pecho, confesaba sus pecados? Y descendió del templo justificado él, más que el fariseo. Sin duda alguna, Dios escucha a los pecadores; pero el que hizo tal afirmación aún no había lavado la faz de su corazón en Siloé. Sobre sus ojos se había realizado previamente un rito sagrado, pero en su corazón aún no se había producido el beneficio de la gracia.

¿Cuándo lavó este ciego la faz de su corazón? Cuando el Señor, tras haberle excluido los judíos de la sinagoga, le concedió entrar en él. En efecto, se encontró con él y, según hemos oído, le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor —respondió él— para creer en él? Sin duda ya le veía con los ojos; ¿también le veía ya con el corazón? Todavía no. Esperad: ahora lo verá. Jesús le responde: Soy yo, el que está hablando contigo. ¿Acaso dudó? Inmediatamente lavó su cara. Estaba, en efecto, hablando con aquel Siloé, que significa «enviado». ¿Quién es el enviado sino Cristo? Él lo atestiguó muchas veces, diciendo: Yo hago la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. Luego él era Siloé. Se le acercó siendo ciego de corazón, le escuchó, creyó en él, lo adoró: lavó su faz, vio (Sermón 136,2).

PREGUNTAS

1.- ¿Vivo en las tinieblas o en la luz? ¿Descubro que mi vida tiene sentido?  ¿Me siento afortunado por el hecho de vivir?

2.- ¿De verdad que soy una persona libre? ¿No soy esclavo de nada? ¿Ni de nadie?  Entonces, ¿soy realmente feliz?

3.- ¿Valoro mi vida por lo que tengo o por lo que soy?  ¿Alguna vez me he sentido como la nada? ¿Á quien he acudido?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ

Venimos a tu presencia,

Señor, como pobres ciegos.

Cúranos, como sanaste

al «Ciego de nacimiento».

Ten compasión de nosotros.

Hemos perdido el sendero.

Pon tu «barro» en nuestros ojos

con el amor de tus dedos.

Háblanos al corazón

y manda que nos lavemos

en las milagrosas fuentes

de tus Santos Sacramentos.

Si te escuchamos con fe,

si acatamos tus deseos,

nos llenaremos de luz

y seremos «hombres nuevos».

Viviremos los valores

que anuncias en tu Evangelio.

Frente a los «sabios» del mundo,

Tú serás nuestro «Maestro».

No queremos caminar

entre sombras y tropiezos.

Llena de luz nuestra vida.

Sal, Señor, a nuestro encuentro.

Hoy confesamos con gozo

que vienes del Dios del cielo.

Como el ciego, de rodillas,

te decimos: «Señor, creo».

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí )

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Fuente: Web de la diócesis de Aragón