«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»

 INTRODUCCIÓN

Las aguas turbulentas son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús caminando sobre el mar significa su poder sobre todas las fuerzas del mal. Este texto está coloreado por el triunfo de Jesucristo Resucitado. Jesús les dice las palabras que necesitan escuchar: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Quiere transmitirles su fuerza, su seguridad y su absoluta confianza en el Padre.

 LECTURAS BÍBLICAS

 1ª lectura: IRe19, 9a.11-13a.

2ª lectura: Rm 9,1-5

 EVANGELIO: Mt 14, 22-33

 Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

 REFLEXIÓN

La Imagen de una barca sacudida por las olas y Jesús metiéndose en esa misma barca donde van sus apóstoles no deja de ser sugerente, evocadora, con muchas aplicaciones para nuestra vida concreta de cada época y de cada día.

  1. LA MONTAÑA Y EL MAR. La montaña es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino que es su propio lugar. Jesús está en el monte, muy cerca de su Padre, como en su propia casa. Allí respira el aire puro del Espíritu; allí se identifica con el programa que le ha preparado su Padre. No olvidemos que esto sucede después de la multiplicación de los panes y, según el evangelio de Juan, “Jesús sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo”. (Jn. 6,15).Jesús se retira porque hay peligro de un mesianismo triunfalista, como quería el pueblo. En la montaña, a solas con Dios, las cosas se ven de otra manera. Por otra parte está “el mar” que es lo más bajo, lo más profundo. Allí está Leviatán, príncipe del mal. Y ahí precisamente están los discípulos solos. Pero como el Mar no puede ir a la Montaña, La Montaña baja hasta el mar. En ese mar agitado por las olas, donde sus discípulos, ahí se embarca Jesús.
  1. JESÚS Y LOS DISCÍPULOS. Son muy significativas estas palabras del evangelio: “Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca”. Recordemos de nuevo el contexto: Tiene lugar después de la multiplicación de los panes. La gente está entusiasmada con Jesús. Y, en ese contexto, los discípulos están felices, saboreando las mieles de un mesianismo apoteósico. Jesús les apremia, les obliga a entrar en la barca y éstos entran a regañadientes, contra su deseo de hacerse importantes en un pueblo que quiere hacer rey a Jesús. Algo les tocará también a ellos. En sus cabezas ya está la idea de repartirse cargos honoríficos. Entre tanto la barca está siendo juguete de las aguas y ellos están solos. No es lo malo el que van a perder sus posibles cargos; es que está en riesgo la propia vida. ¡No entienden el comportamiento de Jesús! Están en plena noche: y la noche temporal no es sino el signo de la noche que están viviendo en su corazón. Pero Jesús no se hace esperar. De madrugada, con la luz de la mañana, se les va a alejar la oscuridad de la noche. Jesús aparece de una manera majestuosa “caminando sobre el mar” dominando por completo la situación. Y les llena de calma y serenidad cuando les dice: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”. Al ver a Jesús se postraron y le adoraron, como a Dios. Hermosa profesión de fe. La postura ante Dios es la de adorar.
  1. JESÚS Y PEDRO. Pedro, como siempre, es el más lanzado. Y se echa al mar. Mientras no deja de mirar a Jesús va muy bien; cuando mira a las olas, se hunde. Mientras el Papa (y con él la Iglesia) camine sobre las olas de la debilidad, de la fragilidad, de la pobreza, de la vulnerabilidad, pero con las dos manos bien agarradas a la mano de Jesús, irá muy bien; pero si intenta ir a la orilla para pisar la tierra firme de la riqueza, los honores, la fama, los títulos etc. será la Iglesia de los hombres, pero ya no será la Iglesia de Jesús.

 SAN AGUSTÍN COMENTA

Pedro en persona —él, el primero en el orden de los apóstoles y generosísimo en el amor a Cristo— con frecuencia responde personalmente en nombre de todos… Contemplando a este miembro de la Iglesia, tratemos de discernir en él lo que procede de Dios y lo que procede de nosotros. De este modo no titubearemos, sino que estaremos cimentados sobre la piedra, estaremos firmes y estables contra los vientos, las lluvias y los ríos, esto es, contra las tentaciones del mundo presente. Fijaos, pues, en ese Pedro que entonces era figura nuestra: unas veces confía, otras titubea; unas veces le confiesa inmortal y otras teme que muera. Por eso, porque la Iglesia tiene miembros seguros, los tiene también inseguros, y no puede subsistir sin seguros ni sin inseguros. En lo que dijo Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, significa a los seguros; en el hecho de temblar y titubear, no queriendo que Cristo padeciera, temiendo la muerte y no reconociendo la Vida, significa a los inseguros de la Iglesia. Así pues, en aquel único apóstol, es decir, en Pedro, el primero y principal entre los apóstoles, en el que estaba prefigurada la Iglesia, debían estar representados ambos tipos de fieles, es decir, los seguros y los inseguros, ya que sin ellos no existe la Iglesia.

Este es el significado de lo que se acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Y a una orden del Señor, Pedro caminó sobre las aguas, consciente de no poder hacerlo por sí mismo. Pudo la fe lo que la humana debilidad era incapaz de hacer. Estos son los seguros de la Iglesia. Ordénelo el Dios hombre y el hombre podrá lo imposible. Ven —dijo —. Y Pedro bajó y echó a andar sobre las aguas: pudo hacerlo porque lo había ordenado la Piedra. He aquí de lo que Pedro es capaz en nombre del Señor; ¿qué es lo que puede por sí mismo? Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ¡Señor, sálvame, ¡que me hundo! Confió en el Señor, pudo en el Señor; titubeó como hombre, retornó al Señor. En seguida extendió la ayuda de su diestra, agarró al que se estaba hundiendo, increpó al desconfiado: ¡Qué poca fe!

Hermanos, hemos de terminar el sermón. Considerad al mundo como si fuera el mar: viento huracanado, tempestad violenta. Para cada uno de nosotros, sus pasiones son su tempestad. Amas a Dios: andas sobre el mar, bajo tus pies ruge el oleaje del mundo. Amas al mundo: te engullirá. Sabe devorar, que no soportar, a sus adoradores. Pero cuando al soplo de la concupiscencia fluctúa tu corazón, para vencer tu sensualidad invoca su divinidad. Y si tu pie vacila, si titubeas, si hay algo que no logras superar, si empiezas a hundirte, di: ¡Señor, sálvame, que me hundo! Pues sólo te libra de la muerte de la carne, el que en la carne murió por ti.

 Sermón 76, 1. 4.-6. 8-9

 PREGUNTAS

1.- ¿Me gusta retirarme a la montaña para respirar a Dios? ¿Me gusta mirar al mar desde ese monte?

 2.- ¿Le dejo a Jesús que me apremie para ponerme a salvo de las tentaciones del mundo?

 3.- ¿Dónde me siento más seguro? ¿En la tierra con los hombres o en el mar con Jesús?

 ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

En la oración con su Padre
tan a gusto se encontraba,
que le sorprendió de pronto
la bella noche estrellada.

Y mientras tanto, la barca
de tierra estaba lejana;
y las olas encrespadas
con violencia la azotaban.

Cuando pasó mucho tiempo
y era de noche cerrada,
Jesús penetró en el lago,
andando sobre las aguas.

Los discípulos al verlo
andan entre la borrasca,
temblaron y se asustaron,
creyendo que era un fantasma.

Llenos de miedo, gritaban
sacando de su garganta
chillidos, quejas, lamentos,
con una voz desgarrada

Pero en seguida Jesús
les dirigió la Palabra:
“No tengáis miedo, soy yo”
Tranquilos. No pasa nada.

Como Pedro hay que agarrarse
a Jesús. Sus manos se alzan
y vienen a nuestro encuentro
para apoyar nuestra marcha.

Cuando a Jesús confesamos
como a Señor que nos salva,
cuando cogemos su mano,
toda tormenta se calma.

 (Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)