¡FELICES FIESTAS AGUSTINIANAS!

 

Queridas hermanas:

Aproximándose las fiestas agustinianas, que son motivo para nosotras de alegría, celebración y unión, les envío mi mensaje fraterno y cariñoso en el marco del congreso eclesial celebrado en la ciudad de Medellín los días 23 al 26 de agosto, con motivo  de los 50 años del Documento de Medellín, fruto de la segunda Conferencia Latinoamericana. Pude estar presente en la Eucaristía de inauguración en la catedral de la ciudad y participar durante dos días intensos en el Seminario Mayor, rememorando una celebración cuyo acontecimiento marcó un itinerario de fe y compromiso en la vida de la iglesia.

La Iglesia sigue en movimiento, revisando, analizando y cuestionando su ser e identidad, sus dificultades y pecados, sus llamadas y respuestas; continua proyectando la misión a la luz de este documento que planteó grandes retos a la iglesia de Latinoamérica y posteriores conferencias pero en definitiva, a toda la iglesia universal de la que somos parte.

En estos días se ha reflexionado, siguiendo el mismo método que utilizó Medellín 68 VER – JUZGAR Y ACTUAR, sobre avances, retrocesos y nuevos escenarios en relación con el Documento de Medellín y el momento actual. La vida consagrada continua sintiendo la llamada a una vida más radical en el seguimiento de Cristo, una vida encarnada y una vida en conversión continua para poder dar respuestas a los signos de los tiempos que se manifiestan en los acontecimientos históricos que vivimos tanto dentro de la congregación como fuera, no olvidando nunca que el gran Signo es Jesucristo al que tenemos que responder con la integridad y plenitud que nos da su gracia, su llamada y un carisma que está vivo en la iglesia pero que necesita de nuestra conversión y encarnación en nuestras opciones de cada día.

Hijas de este tiempo y de esta historia estamos llamadas a vivir el evangelio con la frescura del primer llamado del Señor que centró su mirada y su corazón en un  Dios enamorado y apasionado por la vida y por el hombre de cada tiempo, en la persona de Jesús de Nazaret.

Retomar nuestra vocación y nuestra identidad carismática es un llamado fuerte que nos tiene que relanzar: a la respuesta al Señor incondicional, a la misión, a la comunidad, a los hombres y mujeres de esta época y a la Iglesia que nos ha dado a luz para que le entreguemos nuestro compromiso en un constante discipulado.

San Agustín fue un soñador que buscó incansablemente la verdad, pero cuando descubrió en la primera comunidad cristiana el sueño de Dios para el hombre y la humanidad, pudo revertir su corazón en una opción continua por la comunión, la solidaridad y una espiritualidad encarnada y vivida desde la Trinidad, que es el modelo de nuestra fraternidad. Sin el despojo de nosotras mismas no hay solidaridad que valga, ni habrá unidad, y no prevalecerá lo común a lo propio. Como hijas de nuestro tiempo estamos marcadas por realidades que hay que reevangelizar a la luz de una lectura profunda de la Palabra de Dios y constante, como en las primeras comunidades, discernida en una oración personal y litúrgica  que nos lleve a un compromiso mayor con nuestras hermanas y con los pobres, viviendo la caridad y el amor fraterno como  reza en Hch 2, 42-44 y Hch 4,32-34: “Los hermanos eran constantes”: perseveraban en la escucha de la Palabra, en la vida común, en la fracción del pan, en la oración…”. Desde esta clave de la constancia y perseverancia,  revisemos si no será esto lo que nos está faltando para nuestra revitalización.

El sueño de Jesús fue la comunión, una iglesia en comunión, fortalecida por pequeñas comunidades de común unión y en Pentecostés surgió la Iglesia misionera, pero con las características propias que  la impronta del Espíritu Santo donó a la Iglesia para ser imagen del Dios trinitario.

Un alma sola y un solo corazón es la llamada entrañable de Dios que se hace Dios-con-nosotros en lo más íntimo de nuestra interioridad. Él siempre nos acompaña porque nos habita, y nos habita porque nos ama y este es el primer anuncio que debemos llevar a nuestras hermanas y hermanos, para que así la caridad resplandezca en nuestras obras y nuestras buenas obras sean luz del mundo para la humanidad.

Benedicto XVI ha presentado a san Agustín como “hombre de pasión y de fe, de elevadísima inteligencia y de incansable entrega pastoral”. Nos toca, como hijas de Agustín y de Nuestra Madre de la Consolación ser memoria viviente de Jesús, pasando de la teoría a la práctica, del deseo a la realidad, llevando el consuelo a tantos rostros sufrientes que siguen impactándonos y clamando en los diferentes continentes donde nos encontramos. Necesitamos releer la pasión que tuvieron nuestros fundadores para permitir al Señor que nos vuelva a encender y poner un amor tan grande que supere todo tipo de fronteras: geográficas, culturales, mediáticas y podamos recuperar la mística y la profecía propia de la comunión y la experiencia profunda de Dios en nuestra vida.

En el libro de las Confesiones exclama, orando: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera…Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo… Me llamaste, me gritaste, y rompiste mi sordera. Brillaste, resplandeciste, y tu resplandor borró mi ceguera” (X, 27, 38). Es tiempo todavía; cada día es tiempo. En cada momento de nuestra existencia Dios golpea nuestra interioridad y nuestra realidad para que le escuchemos y atendamos a sus reclamos y su deseo de amarnos plenamente.

Les comunico que después de la integración de la viceprovincia Santa Mònica a la nueva organización y nuestro trabajo en Venezuela, continúo la visita en las comunidades de Colombia, y posteriormente se realizarán en  Cuba y en Perú, por lo que ruego vuestras oraciones.

Reciban mi abrazo cariñoso y fraterno y ¡felices fiestas agustinianas!

Bogotá, 26 de agosto de 2018

Hna. Nieves María Castro Pertíñez,

 Superiora General