En el mes de noviembre, la Iglesia nos invita a rezar y recordar a las personas que ya pasaron de esta vida a la vida eterna.

Jesús dijo que en la casa del Padre hay muchas moradas” (Juan 14, 2). Visitando el cementerio uno piensa ¿cuántas personas ya están en esta morada preparada por Dios?: pobres, ricos, pecadores, santos…

Yo me preguntaba ¿quién llega a esta morada? lo que me ha llevado a la reflexión de una actividad misionera realizada en la penitenciaria Nelson Hungria, Contagem – Belo Horizonte – Minas Gerais. Después de hacer algunas visitas junto a otros miembros de la pastoral carcelaria, algunos de los hombres que estaban detenidos, pidieron que les diéramos catequesis.

Para intentar responder a este deseo, hablamos con el equipo y la trabajadora social del presidio y de esta manera fue posible atender la solicitud. Así que diez de ellos dijeron que sí; seis participaron durante varios días de la catequesis y cuatro llegaron hasta el final.

Me gustaría aquí hablar de uno de ellos: el Sr. Loló, quien era ya mayor de edad, tenía que pagar más de treinta años de prisión. Muchas veces nos pidió que nos comunicáramos con su familia por teléfono, pero nunca nos contestaron con el número que él nos había dado. El era uno de los que no recibían visitas familiares.

Reflexionando un tema de catequesis les preguntamos si alguna vez ellos habían percibido la presencia de Dios y me acuerdo que con un profundo sentimiento respondió que sí. Y dijo: “una vez tenía que pasar por una calle en donde había personas con armas para matarme, yo sabía que no iba a llegar hasta el final, pero curiosamente ellos se distrajeron y eso me permitió llegar hasta el final de la calle con vida. No sé lo que pasó, pienso que fue Dios que me libró de la muerte en ese momento”.

Llegó el día de la celebración eucarística en que recibieron la comunión. Fue en una celebración que solíamos hacer dentro de la penitenciaría, en algunos momentos fuertes del tiempo litúrgico marcado por la Iglesia, como lo es Pascua y Navidad.

Dios está en medio de nosotros, (Lucas 17, 21). En este hombre percibí que la misión despierta el Dios que está dentro de las personas e invita a que sea buscado y una vez encontrado se le siga.

Al año siguiente fui trasladada a otra comunidad y, como suele pasar, las personas de la pastoral (por un tiempo) continúan informando de algunos acontecimientos. Así que me llegó la noticia de que el Sr. Loló había muerto estando en la cárcel. Me vinieron todos los sentimientos de cuando se conoce a una persona y parte de esta tierra. Pensé: en su vida él tomó una mala decisión: quitarle la vida a otra persona. Sin embargo, un día, con la gracia de Dios, yo pude percibir que a pesar del mal que había cometido, Dios habitaba en su corazón y como el hijo pródigo, Loló, buscó reencontrarse con su Padre, recibiendo a Jesús en la Eucaristía.

A veces me pongo a pensar en estas experiencias de Dios en la misión. Uno hace las actividades propuestas y, sin que uno se lo espere, viene la hora de Dios mostrando el valor y sentido de la misión. ¡Gracias Señor porque nos muestras que somos instrumentos tuyos!

Hna. Delza Bassini, mar