Desde nuestra comunidad MAR en Almería – España, compartimos una sencilla propuesta de oración y reflexión apta para cualquier momento del año, donde celebramos la Pascua de Jesús nuestro Único Señor y Maestro.  Se titula: “Discípula-Discípulo: ¿A quién sigues?” permitiéndonos responder desde la contemplación de la vida de Aquel que nos llamó y nos sigue llamando con nuestro nombre para renovar día a día la experiencia de la misericordia del Padre y renovar nuestra disposición a ser discípulos de su bondad en el mundo y en la situación actual que vivimos.

Dejar de mirar a Jesús nuestro Único Señor y Maestro puede provocar otro tipo de respuestas a la pregunta clave de nuestro camino fraterno discipular ¿A quién sigues?  Os deseamos comunión profunda con Dios pues desde ahí encontramos la vida, fuerza y esperanza para continuar la “caminada”.

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva” (DCE 1).

Discípula-Discípulo: ¿A quién sigues?

A Jesús… el Nazareno… el Hijo de Dios… el apasionado-muerto y resucitado…

Al de las segundas oportunidades: Al Hijo de Dios, único en su forma de mirar el corazón humano, único en su esperanza y confianza ante todo hombre y mujer en el proceso del restablecimiento de su libertad en la comunión con Dios, consigo mismo y con los demás.  Sigo al que antes de empezar el camino del discipulado vino a mi encuentro para que, en el silencio que acoge, ofrecerme una segunda oportunidad de vida plena, de vida en relación, de vida entregada… de verdadera vida con sentido.

“¿Por qué come con recaudadores de impuestos y pecadores?… Lo escuchó Jesús y respondió: No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos.  No vine a llamar a justos, sino a pecadores” Mc. 2,16

Al que reconstruye relaciones: Al Hijo de Dios que ante la institucionalización y normalización de excluir a unos y otros por motivos diversos del corazón del Padre, reconstruye las relaciones entre nosotros los seres humanos y con Dios.  Sigo al que, ante nuestra autoexclusión de los demás o ante la exclusión por raza, credo, color, pecado, dificultad, vive la cercanía de salir al encuentro de nosotros, los últimos y desde ahí reconstruir nuestra forma de mirarnos, aceptarnos, reconocernos.  Sigo al que en el caminar discipular me va enseñando a sustituir el “yo” por el “nosotros”.

“El hombre del que había expulsado el demonio pidió a Jesús quedarse con él.  Pero Jesús lo despidió diciendo: Vuelve a tu casa y cuenta lo que te ha hecho Dios” (Lc. 8, 38).

Al que monta el burro: Al Hijo de Dios que, a pesar de las muchas posibilidades de engreimiento y abuso de su identidad más honda, Rey y Mesías, permanece tomado de la mano de su Padre, siempre en la sencillez propia de su opción por lo pequeño y por los pequeños… sigo al que tras haber recorrido las muchas montañas de los pueblos lejanos y encontrarse con los desechados manifiesta su sencilla esperanza montado en un burro, en un burro, en un burro.

“Digan a la ciudad de Sión: mira a tu rey que está llegando: humilde, cabalgando una burra y un burrito, hijo de asna” (Mt. 21, 5).

Al que lava pies y se reparte: Al Hijo de Dios que se agacha, se encorva, se hace pequeño pues bien sabe de la grandeza del amor en lo sencillo y amoroso sin condiciones… Sigo al no me enseña cómo ser discípula no con teorías sino sirviendo, entregándose, saliendo de sí siempre, viviendo para servir y no ser servido… sigo al que, ante mis presunciones, autosuficiencias, grandezas en el honor guarda silencio y me ayuda a escuchar y sentir el agua y sus manos sobre mis pies, lavándolos…. Y desde ahí aprender a ser lavadora de pies y a repartirme cada vez mejor.

“¿Comprenden lo que acabo de hacer? Ustedes me llaman maestro y Señor, y dicen bien.  Pero si yo, que soy Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.  Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn. 13, 12).

Al que pudiendo no huye: Al Hijo de Dios que, ante la tristeza, miedo de morir y angustia no se esconde, no es víctima del bloqueo emocional… sigo al Maestro que ante el momento decisivo de la persecución tal de sus enemigos, valientemente, sale corriendo al corazón del Padre en la oración; sigo al Maestro que es ante Dios Padre sin máscaras, sigo al Maestro que es capaz de llorar, de sudar sangre en presencia de su Papá… sigo al Maestro que pudiendo huir no lo hace, pues la convicción sobre que vivir la voluntad del Padre era su único sentido de vivir, brilla como el amanecer en medio de la noche oscura de Getsemaní.

“Se apartó de ellos como a una distancia de un tiro de piedra, se arrodilló y oraba: Padre, si quieres, aparta de mi esta copa.  Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 41).

Al que sufriendo ama: Al Hijo de Dios que no esconde la realidad del sufrimiento del que es víctima… al Maestro que aprende a asumir el sufrimiento como consecuencia de su compromiso en anunciar con palabras y obras la bondad paternal de Dios que ama, cura, reincorpora y envía.  Sigo al Maestro que, sufriendo persecución, calumnias, golpes, silencios, indiferencias, continúa amando, no ignorando el sufrimiento sino mirándole de frente con humildad y amor… acogiéndolo en compañía del Padre.

“Uno de los ladrones clavado a su lado dijo: Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; pero él, en cambio, no ha cometido ningún crimen” (Lc. 23, 40).

Al que descubre el sentido de morir: Al Hijo de Dios que, convencido de la razón de su vivir descubre el sentido de su muerte no como un acto masoquista sino como consecuencia natural de la fidelidad a la voluntad Dios hasta las últimas consecuencias.  El modo injusto de morir da honor a su modo justo de vivir para Dios y para los demás.  Sigo a Jesús que, ante mis incoherencias e ingenuidades en el camino discipular, me habla al corazón una y otra vez, ayudándome a descubrir primero el sentido de mi vivir como discípula y después el sentido de morir cotidianamente… sigo a Jesús que no se deja llevar sin más, sino que en presencia de Dios descubre el sentido de lo que le rodea para desde ahí entregarse y no reservase nada, incluso su vida.

“Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.  Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn. 15, 12).

Al que perdona 70 veces siete: Al Hijo de Dios que conoce la experiencia no sólo de acercar el corazón del hombre al perdón del Padre, sino que sabe de la experiencia de perdonar… Sigo a Jesús que cuando dijo a Pedro que había que perdonar todas las veces que fueran necesarias, así como el Padre estaba dispuesto a perdonar del mismo modo; no lo decía solo con los labios, sino que tal convicción estaba grabada en su corazón… Sigo al Maestro de los maestros que prendido en la cruz; movido solamente por la experiencia del amor fiel del Padre encuentra la sencilla fuerza del perdón ante quienes han sido los autores de su dolor, de su humillación… sigo al que me recuerda que la experiencia del perdón recibida y ofrecida no es algo añadido a mi condición de discípula sino algo fundante.

“Estando Jesús crucificado en la Cruz dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).

Al que abraza el silencio del Padre confiadamente: Al Hijo de Dios que en el momento de entregar la vida, el aliento, la posibilidad de seguir expresando el amor del Padre a toda la humanidad, abraza el silencio del Padre confiadamente, aferrándose a aquellas palabras que resonaron con fuerza en su corazón en otro momento: “Tú eres mi hijo muy amado” … Sigo a Jesús maestro de fidelidad en el silencio de Dios abrazado como presencia cercana, que no huye ante la aparente indiferencia del que le envió.

“Jesús gritó con voz fuerte: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.  Dicho esto, expiró” (Lc. 23, 46).

Al que se deja amar, curar y resucitar: Al Hijo de Dios que en la oscuridad del sepulcro acoge el amor del Padre, que como él mismo hizo con tantos otros; le toca, le cura, unta su sufrimiento, le contempla, permanece a su lado y en el amor incalculable le comparte de su vida.  Sigo a Jesús que en la oscuridad del sepulcro me susurra lo importante que es dejarme amar, curar y resucitar por él a través de su pueblo, de mis hermanas, de los pequeños de Dios.

“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.  Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará” (Lc. 24, 5).

Al que conoce la ruta de Emaús: Al Hijo de Dios, al único que está dispuesto a acompañar a todo hombre y mujer por la ruta de Emaús pues él la conoce muy bien; conoce la andadura pesimista e incomprensible que muchas veces hacemos huyendo del fracaso sin darnos la oportunidad de preguntar o de aprender… Sigo al que como buen Maestro discipular sabe escuchar, abrazar y decir las palabras oportunas… al maestro que sabe de caminar al lado de sus discípulos abriendo horizontes, reencendiendo corazones en ardor.

“¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras os hablaba por el camino y nos  explicaba las Escrituras?” (Lc. 24, 32).

Al que libera del miedo y de la confusión: Al Hijo de Dios que lleno de la Vida del Padre visita a cada uno de sus discípulos y discípulas para mirarles una vez más con ternura y fuego amoroso capaz de liberar del miedo y de la confusión, capaz de hacer encender el fuego de la fe y de la esperanza… Sigo a Jesús, el Señor de la Vida que, tras mis negaciones, huidas, omisiones, mirándome con confianza es capaz de hacer germinar en mi interior la alegría de su perdón… y el continuar del camino en libertad.

“Jesús dijo a sus discípulos: ¿Por qué se asustan tanto? ¿Por qué tantas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo.  Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer” (Lc. 24,38).

Al que confía en sus discípulos: Al Hijo de Dios que conociendo con profundidad y con singularidad el corazón de sus discípulos, una vez resucitado, vuelve a mirarlos con confianza, como la primera vez cuando les llamó a seguirle.  Sigo a Jesús, el Maestro; siempre con la esperanza puesta en sus discípulos… sigo a Jesús, el que apuesta por hacer llegar el tesoro del amor del Padre por medio de hombres y mujeres sencillos, frágiles, débiles, imperfectos… Sigo a aquel que prometió permanecer cerca de nosotros, sus discípulos, hasta el final del tiempo.

“Jesús les dijo: vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a   toda la humanidad” (Mc. 16, 15).

Al de las segundas oportunidades ¡Resucitadas… alegres!: Al Hijo de Dios capaz de provocar en el corazón humano la esperanza en el caminar cotidiano hacia la resurrección de esperanzas rotas, de alegrías congeladas, de confianzas encadenadas, de incertidumbres esclavizadas, de silencios sepultados, de amor encerrado…. Sigo a Jesús que, tras llevarme de la mano en su acción durante su vida, su pasión, muerte y resurrección, una vez más me confirma que es el Señor de las segundas oportunidades, vencedor de la muerte y de la fría oscuridad sepulcral… Señor de las segundas oportunidades ¡Resucitadas!…. ¡Alegres!.

Sigo a Jesús… el Nazareno… el Hijo de Dios… el apasionado-muerto y resucitado…
 Jesús de Nazaret, palabra sin fin en tu nombre pequeño, caricia infinita
en tu mano de obrero, perdón del Padre en calles sin liturgia, todopoderoso Señor
en sandalias sin tierras, culmen de la historia creciendo día a día, hermano sin fronteras
en una reducida geografía.
 No eres una mayúscula que no cabe en la boca de los más pequeños,
sino pan hecho migajas entre los dedos del Padre para todos los sencillos.
Tú sigues siendo el agua de la vida, una fuente inagotable
en la mochila raída del que busca su futuro,
un lago azul en el hueco insomne de la almohada,
y un mar tan inmenso que sólo cabe dentro un corazón sin puertas ni ventanas.
 En ti todo está dicho, aunque sólo, sorbo a sorbo, vamos libando tu misterio.
En ti estamos todos, aunque sólo, nombre a nombre, vamos siendo cuerpo tuyo.
En ti todo ha resucitado, aunque sólo, muerte a muerte, vamos acogiendo tu futuro.
Y en cada uno de nosotros sigues hoy creciendo hasta que todo nombre,
raza, arcilla, credo, culmine tu estatura[1].

 Comunidad de Almería

 

 

 

[1] González B. Salmos para “Sentir y gustar internamente”.  Un ayuda para la experiencia de los EE. Pág. 74.