Señor, dame esa agua…

INTRODUCCION

Dice Jesús: No importa que seas mujer. No importa que seas samaritana y no te hables con los judíos. No importa que tengas otra religión. Tú le importas a Dios. Dios te ama y tú eres hija suya. Hoy puede ser para ti un gran día. Créetelo. Deja el agua de este pozo que no calma tu sed. Tengo para ti un manantial que nunca se agota. Bebe siempre de esta agua.

LECTURAS

1ª lectura: Ex. 17,3-7

2ª lectura: Ro.5,1-2.5-8

EVANGELIO: San Juan 4, 5 – 42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.» Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.» Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.» En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

REFLEXIÓN

Viene a Jesús una mujer. Y viene con sus prejuicios, con su sed ardiente y con sus ganas de cambiar.

  1. LA SAMARITANA VA A JESÚS CON SUS PREJUICIOS.

De tipo cultural. En aquella sociedad un hombre no podía hablar en público con una mujer. Su machismo exagerado no le permite rebajarse y hablar con un ser inferior. Jesús se pone a hablar con ella con toda naturalidad. Él quiere volver al Proyecto original de Dios donde los hombres y las mujeres van a tener la misma dignidad y los mismos derechos al ser “hijos e hijas de Dios”.

De tipo social. Los judíos y los samaritanos no se pueden ver. Hasta el punto que a los judíos les estaba prohibido usar los objetos de los samaritanos: sus vasijas. ya que se contaminarían. Y Jesús no tiene ningún problema de pedir un trago de agua del cántaro de esa mujer. ¿Ves esa agua? No tiene color. Tampoco las personas… judíos y Samaritanos tenemos el mismo color del agua, el color del amor. Todos somos hermanos.

De tipo religioso. Sólo tenían por inspirados los cinco primeros libros de la Biblia. Los samaritanos son gente extranjera que se había asentado durante el exilio de Babilonia. Lo cierto es que los dos pueblos no se podían ver. Dice la mujer: Nosotros adoramos a Dios en un templo que tenemos en el monte Garicím y vosotros decís que sólo en el templo de Jerusalén se puede adorar a Dios. A este planteamiento dice Jesús: Ni en el Garicím ni en Jerusalén sino en el corazón de cada uno, es decir, “en espíritu y en verdad”. La religión nunca puede ser motivo de división sino de unión. Cuando dos personas tienen a Dios en el corazón no pueden odiarse, ni distanciarse sino amarse.

2. LA SAMARITANA VA A JESÚS CON SU ARDIENTE SED, PERO CON GANAS DE CAMBIAR.

Lo que caracteriza a todo hombre y a toda mujer es la sed. Todos tenemos sed: sed de bienestar, de salud, de cariño. En definitiva, sed de felicidad. Lo peor es que, a veces, erramos el camino. Como tú misma lo has errado. Cinco maridos has tenido y el que ahora tienes tampoco es tuyo. Después de ese despilfarro de amor… ¿eres feliz? ¿No te das cuenta de que el cántaro de la felicidad que llenas todas las mañanas con toda ilusión se te queda vacío al atardecer?… Eso le pasa a tantas personas… Quieren llenar su corazón de dinero, de placer, de poder…y no son felices. ¡Si conocieras el don de Dios!… Yo te daría a ti un agua viva, que calma plenamente la sed… Dame, Señor de esa agua… Aquella mujer constató que aquel hombre era distinto de todos los demás. Le llenaba el alma, le llenaba el corazón… se sentía nueva, distinta, sin necesidad de volver al pecado para ser feliz.

3. LA SAMARITANA SE CONVIERTE EN LA PRIMERA MISIONERA.

Ella es feliz, pero no quiere guardar su felicidad en su corazón, sino llevarla a su pueblo. Ella ha experimentado quien es Jesús y lleva este mensaje a sus paisanos. Ellos mismos se van a convencer de que la mujer les ha dicho la verdad. El apóstol nace de un encuentro al vivo con Jesús. La Samaritana no les dice: Venid a escuchar sino venid a ver, a experimentar. Sólo los convencidos pueden convencer. Sólo los que están llenos, pueden llenar a otros. Sólo los que han hecho una bonita experiencia con Jesús están llamados a contagiar esta misma experiencia.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Escucha ahora quién le pide de beber. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva. Pide de beber y promete beber. Necesita como para recibir, y está sobrado como para saciar. Si conocieras, dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. Pero a la mujer habla todavía veladamente y poco a poco entra en su corazón. Todavía le habla Jesús veladamente, pero poco a poco va entrando en su corazón.

(In Jo ev tr 15,12)

PREGUNTAS

  1. ¿Tengo prejuicios sobre las personas? ¿Sé mirar a cada hombre y mujer como mis hermanos?
  2. ¿Siento sed de Dios? Si alguna vez me he apartado de Dios ¿he sentido que me faltaba el agua, el aire, el pulso, la respiración?
  3. ¿Siento necesidad de dar a conocer a otros el regalo de la fe? ¿Qué hago en medio de este mundo tan apartado de Dios?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Buscamos agua, Señor,

como la «Samaritana»,

para aplacar nuestra sed:

sed del cuerpo y sed del alma.

A la «fuente del poder»

nos acercamos con ansia.

Bebemos copa tras copa

y nuestra sed no se calma.

En la «fuente del consumo»

rellenamos nuestras jarras.

Disfrutamos de caprichos

y nuestra sed no se apaga.

Buscamos fuertes aplausos

en la «fuente de la fama».

Somos la «envidia» de todos

y nuestra sed no se sacia.

Tú, Señor, eres la «FUENTE».

Tú, Señor, eres el «AGUA».

Calma, Señor, nuestra sed

en la «Fuente de tu gracia».

Danos, Señor, «agua viva»,

saltando en nuestras entrañas,

con olor a fe y a amor

y con sabor a esperanza.

Que abramos, Señor, a todos

la puerta de nuestra casa

y les demos a beber

el agua de nuestra cántara.

(Versos de D. José Pérez Benedí)