Queridas  hermanas y hermanos:

“Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. (…) Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión: «Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión” (Papa Francisco).

El papa Francisco introduce con estas palabras su mensaje para el mes misionero. Un mes en el que hacemos memoria de nuestra identidad como bautizadas y bautizados, un mes donde los grandes santos de la liturgia, Santa teresita, San Francisco, Santa Teresa, San Lucas, San Simón, San Judas, otros más, y monseñor Ochoa cerrándolo, nos recuerdan la pasión que tuvieron por Cristo, por el Evangelio, por la humanidad herida y desconocedora del mensaje de salvación.

La fuerza del amor de Dios no es una conquista, es un don y por ser don que nunca se acaba y siempre permanece, tenemos que agradecer. Mi primera moción por tanto es invitarnos a ser agradecidas y a confiar más en los dones que hemos recibido como bautizadas en esta congregación pequeña, aparentemente frágil, pero con un corazón que late cuando sirve, no pensando en sí misma sino al estilo de los santos, pensando siempre en los demás.

No podemos dejar de anunciar lo que hemos visto y oído. Pero, ¿qué hemos visto y oído? Yo creo que en medio de mis miserias y pecados siempre he visto con creces la gracia de Dios, su amor infinito, y porque lo he visto en mí, ¿por qué no puedo verlo en los y en las demás? Mi segunda moción por tanto hermanas es mirar desde el corazón, salir de nuestra mirada superficial, a veces herida, a veces egoísta, y centrarnos en la mirada de Cristo que nos ha visto con compasión y nunca nos ha abandonado.

Hemos experimentado la gracia de una vocación especial, una vocación al seguimiento y a la comunión. Díganme hermanas ¿quién ha tenido tanto favor como nosotras, cuando la gente sufre de soledad, de hambre, de abandono, de sin sentido, de mediocridad? Dios nos ha puesto todos los medios para enriquecernos con su gracia, con sus sacramentos, con una buena formación, con una comunidad que nos ha ayudado a crecer y a madurar, aunque muchas veces no lo hayamos notado, por nuestras propias intransigencias y desconfianzas.  Anunciar a Cristo es un mandato del Señor al que tenemos que obedecer saliendo de nuestros miedos, de nuestras cobardías para enfrentar la misión; salir de nuestras comodidades para implicarnos en los gritos que oímos en la tierra y en el entorno donde vivimos.

Por eso, otra moción sería preguntarnos: ¿Qué anuncio yo? ¿Cómo anuncio a Cristo? ¿Vivo desde el corazón de la palabra de Dios mi compromiso? o al contrario, ¿vivo superficialmente, quedándome en otras palabras que no me ayudan a crecer y que recibo a través de WhatsApp, de comentarios mal interpretados, de juicios desconectados de la realidad?, o realmente, ¿aprovecho mi tiempo, el tiempo que es de Dios y no es mío, para leer y rumiar la Palabra, interiorizarla, ponerla en practica, amarla cada vez más y gustar las delicias de un amor que nunca pasa y siempre permanece?

Por último, hermanas: salgamos a los cruces de los caminos e invitemos a todos los que encontremos…Sí hermanas, esta es mi última moción. Hemos vivido con mucho miedo estos dos años de pandemia. Hemos crecido en muchas cosas, pero hemos perdido la práctica de andar, de caminar por los senderos donde están los hermanos pobres, los carentes, los necesitamos de amor. Nos toca salir, planificar en comunidad, cómo hacernos presente allí donde Cristo nos está esperando y cómo abrir las puertas con precaución y protocolo, claro está, a aquellos que tienen sed de Palabra de Dios, a aquellos que quieren descubrir caminos nuevos de vida y sentido, a aquellos que nos buscan para compartir nuestro carisma con sencillez, alegría, caridad y con la humildad de Cristo que es la única que no se copia y pasa por la cruz, cuando asumimos su voluntad.

Mis deseos para este mes misionero es que todas y todos vivamos la Palabra, practicarla, llevándola a la vida con decisiones fuertes de cambio de mentalidad y renovación interior y desde allí ya el anuncio estará hecho, porque será el mismo Cristo el que nos transforme y en cada una de nosotras y nosotros, Él mismo se dará a conocer, por nuestras actitudes y obras.

Monseñor Ochoa siempre, confiando en la providencia divina, desconfiando de su propia humanidad, dijo proféticamente para que nosotras creamos en este presente y sigamos caminando con confianza: Hoy son actuales sus palabras: “No olviden, hermanas, cuando los hombres construimos, escogemos la mejor piedra, los mejores ladrillos y la cal más fuerte…Jesús edifica siempre con cascote, con materiales despreciables, y de ese modo construye obras indestructibles…(Pensamientos).

 Al final de su carta magna nos recordará también que el secreto para atraer a las personas hacia nosotros, hacia la Iglesia, debe ser la humildad, la sencillez, la mansedumbre, la paciencia y la caridad de todas las misioneras agustinas recoletas. ¡Pues que así sea!

La  misión es Cristo mismo….y Él ha prometido que vendrá con gloria al final de los siglos. Que todo sea para la gloria de  Dios y la extensión del Reino. ¡¡Feliz mes misionero!!!

Nieves María Castro Pertíñez, mar