Andaban como ovejas que no tienen pastor

 INTRODUCCIÓN

“La mirada de Jesús. Jesús daba una gran importancia a la manera de mirar de las personas. La mirada de Jesús estaba llena de cariño, respeto y amor. “Al ver a las gentes se compadecía de ellas porque estaban extenuadas como ovejas sin pastor”. Sufría al ver a tanta gente perdida y sin orientación. Le dolía el abandono en que se encontraban tantas personas solas, cansadas y maltratadas por la vida.

En la Iglesia cambiaremos cuando empecemos a mirar a la gente como la miraba Jesús. Nadie hemos recibido de Jesús “autoridad” para condenar sino para curar. No nos llama Jesús a juzgar al mundo, sino a sanar la vida. Nunca quiso poner en marcha un movimiento para combatir, condenar y derrotar a sus adversarios. Pensaba en discípulos que miraran el mundo con ternura. Los quería ver dedicados a aliviar el sufrimiento e infundir esperanza. Esa es su herencia, no otra” (José A. Pagola).

 LECTURA BÍBLICA

1ª lectura: Ex 19,2-6a

2ª lectura: Rm 5,6-11.

 EVANGELIO: Mt 9,36-10,8

 Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis.

 REFLEXIÓN

 1. “Al ver a las muchedumbres se compadecía de ellas”. Jesús veía a las gentes. Y las veía por dentro, con sus problemas, sus dificultades, sus angustias, sus penas. Y no pasaba de largo, ni miraba a otro lado, sino que las metía dentro de su piel, dentro de su corazón compasivo. Por eso no podía seguir adelante sin darle un vuelco el corazón. Sólo cuando metemos a las personas en nuestro corazón, ya no podemos seguir adelante. Cambian nuestros planes, nuestros proyectos y comenzamos a mirar a las personas con la mirada Jesús. Pablo, antes de su conversión, a los cristianos los veía como “enemigos”. Después de convertirse, los miraba como sus hermanos.

 2. “La mies es mucha y los obreros pocos”. ¿Eran pocos los obreros? Si contamos los fariseos, saduceos, escribas, etc., se podrían contar por millares. Y todos trabajaban para Dios, todos se empleaban en la liturgia de la Palabra y en las ceremonias que se realizaban en Jerusalén. Y todos vivían muy bien, con las pingües limosnas del Templo. Pero ésos no interesaban a Jesús. Ninguno de ellos era válido para predicar la Buena Noticia del Reino de Dios. Ahora nos quejamos de que no tenemos sacerdotes. ¿De verdad que son pocos? ¿O son pocos los que se acomodan a lo que exige Jesús? ¿Van ligeros de equipaje? ¿Les preocupa el Reino de Dios por encima del dinero, la fama, el prestigio, el poder? ¿Su mirada está clavada en los pobres, los humildes, los sencillos, los que sufren?

3.Gratis lo habéis recibido, dad gratis. El verdadero discípulo de Jesús vive envuelto en un clima de “gratuidad”. Vive recibiendo gratis el sol, la lluvia, el aire. ¿Alguien paga algo por recibir estos elementos más necesarios? Y gratis recibe la amistad y el cariño. Y gratis ha recibido el supremo regalo de la vocación. “No me habéis elegido vosotros a mí. Yo os he elegido a vosotros”. (Jn 15,9,17). Si el sacerdote vive en un clima de gratuidad, ¿A qué se debe ese afán por el dinero? Si soy objeto de la gratuidad de Dios, debo dar gratis lo que gratis he recibido. No hay por qué preocuparse. Ningún discípulo le pudo echar en cara a Jesús que pasara un solo día sin comer. Eso lo da el Señor por añadidura. En un mundo donde a todo le ponemos precio, lo normal es preguntar: Y eso ¿cuánto vale? Y a lo que no tiene precio lo despreciamos. Pero en el reino traído por Jesús, es bonito responder: eso te lo doy gratis porque gratis lo he recibido. Sólo el que vive inmerso en la gratuidad de Dios, puede hacer de toda su vida un “regalo para los demás”. Una de las perlas de los salmos es ésta: “Sea el Señor tu delicia y Él te dará todo lo que tu corazón pide” (Sal 37,4).

 PREGUNTAS

 1.¿Miro a las personas con la mirada del corazón? En caso afirmativo, ¿Qué consecuencias tiene esta mirada en mi vida?

2. ¿Estoy convencido de que hay que pensar más en la calidad que en la cantidad de las personas dedicadas a Dios?

 3. ¿Qué lugar ocupa actualmente la gratuidad en mi vida cristiana?

 ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ

Jesús tuvo compasión
de «las gentes extenuadas,
como ovejas sin pastor»,
sin prados verdes, sin agua.

Se fijó en los «Doce Apóstoles»
y les hizo una llamada:
Id a proclamar el Reino
con obras y con palabras.

Que enfermos, muertos, leprosos,
salgan «libres» de sus zanjas.
Que los espíritus malos
huyan a la desbandada.

Recordad que Yo, a vosotros,
os salvé por pura gracia:
«Lo que recibisteis gratis,
dadlo gratis» y sin tasa.

Hoy, nos envías a todos,
Señor, por calles y plazas,
a recoger tus «ovejas
perdidas y abandonadas»:

Niños, jóvenes, adultos,
que te volvieron la espalda
y están tristes, aunque piensen
que no les falta de nada.

Que el vacío de sus vidas
conmueva nuestras entrañas.
Señor, que les proclamemos
que Tú eres nuestra esperanza.

(Escribió estos versos José Javier Pérez Benedí)

Fuente: Web de la diócesis de Aragón