Algunas estábamos ansiosas. Sabíamos que iríamos a un lugar de clima ideal, pero no conocíamos la casa. Estaba por tanto la curiosidad. Así era. Llegaba el tiempo de nuestros ejercicios espirituales anuales. El 3 de junio comenzaron a llegar las hermanas: algunas de Cali, tanto de la Merced, como del Colegio y de El Limonar, y las de Yopal. Así que el domingo, después del almuerzo ya estábamos preparadas. De Bogotá íbamos todas, las dos que aún estamos en la casa noviciado y todas las de la comunidad San Agustín. Como algunas son bastante limitadas, iba una de las enfermeras para estar atenta a sus necesidades.

El lugar, Chinauta, está relativamente cerca a Bogotá. Salimos pasadas las 2 de la tarde y a las 5:30 estábamos en la casa de encuentros Santa María del Lago de las hermanas Bethlemitas. En la medida que íbamos avanzando, se nos abrían los ojos al contemplar el lugar: zonas verdes muy cuidadas, kioscos para trabajo en grupos, el salón de las meriendas, el comedor, las habitaciones no muy grandes, pero cómodas. Caminando un poco encontramos la capilla pequeña donde tendríamos la oración, la Eucaristía y la exposición diaria del Santísimo.

Además, y muy importante, nos esperaban para ayudarnos con las maletas, con el “bienvenidas”, pero especialmente con la acogida, la disponibilidad y la sonrisa.

Para la cena, ya estaba el sacerdote que nos acompañaría, Carlos Julio Rozo, claretiano. Después de la cena nos dieron algunas indicaciones y el horario, y con las completas terminábamos el día, con el deseo de aprovechar el tiempo que el Señor nos regalaba.

Nos encantó el horario. Una charla del padre en la mañana y otra en la tarde.  El Santísimo expuesto después de las charlas. Tiempo para estar con Él, bien fuera en la capilla o en la contemplación de la naturaleza o en la intimidad de la habitación. Sabemos que no falta la liturgia de las horas, la Eucaristía diaria, el santo rosario y las horas de las refecciones.

En su primera charla, el padre nos recordó e insistió en el silencio, un silencio amable, amoroso, agradable, como un pacto sagrado para escuchar a nuestro querido Señor. En la oración, lugar de la experiencia de Dios, pidiéndole con humildad: ¡Señor, enséñanos a orar! En la escucha amorosa del Señor, colocándonos ante Él como somos, atentas a su Palabra.

Con estas indicaciones, acogidas con amor, con el deseo de responder al Señor, fueron pasando los días. El lenguaje del padre,  pareció sencillo, pero profundo, y a la vez retador, a veces con sus anécdotas que nos hacían reír, pero nos comprometían. Todo tenía que ver con nuestra vida de cada día, con la fidelidad a nuestro carisma, a nuestro ser de consagradas.

Se valió, además de textos evangélicos, de algunos escritos como el de Monseñor Rodríguez Carballo: “Razones para la esperanza en la vida consagrada hoy”.  Fidelidad, significatividad, formación, profetismo, familia carismática… Entendimos cómo el carisma no es nuestro, es don del Espíritu, y el Espíritu lo da a quien quiere. Si amamos el carisma, deseamos que continúe vivo,  y un medio, son los laicos, las fraternidades que beben de las congregaciones, impulsadas por el Espíritu.

De todas maneras, lo importante, centrar nuestra vida en Cristo, sabiendo que estamos consagradas para la misión, por el Reino, y siempre, siempre, hacer brillar el evangelio.

Nos iban quedando preguntas, cada cual anotaría las suyas. Entre otras:

  • ¿A qué tengo que morir para que Cristo viva en mí?
  • ¿A qué debemos morir y cómo morir para encontrar la vida?
  • ¿Qué vida consagrada queremos?
  • ¿Cómo ayudarnos en nuestra experiencia de Dios, en responder en fidelidad, en vivir, cuidar y extender el carisma, don del Espíritu?
  • ¿Dejamos que el sueño de Dios, se realice en nuestras vidas?

Otro documento del que se valió el padre fue el de “Vida fraterna en comunidad” de la CIVCSVA. Entre muchas afirmaciones, comentarios y cuestionamientos, anoto algunos:

  • La vida religiosa es don del Espíritu, tiene su origen en el amor de Dios.
  • Como la Trinidad, creados para la comunitariedad, aceptando y amando al otro como es.
  • En la comunidad de Jesús, había de todo. No era la comunidad perfecta.
  • Dios está en cada hermana, si yo no creo en mi hermana, yo no creo en Dios. ¡Qué duro!
  • La comunidad religiosa es lugar para la experiencia de Dios.

Con la ayuda del pasaje de Lc 24, 13-28, nos habló de la sinodalidad, con sus cuatro elementos: escucha, comunión, participación y misión. La vida consagrada es una encarnación de la Palabra. La oración es la respiración de la esperanza. Como consagradas, se espera de nosotras corresponsabilidad, disponibilidad para la Evangelización.

El ambiente que se vivió en el retiro fue de silencio, de oración. También de dolor y gozo. Ver nuestra vida, como está en relación con Dios, con las hermanas y con la misión, nos duele por los fallos, la falta de fidelidad al Señor, pero a la vez nos gozamos de la paciencia del Señor, de su misericordia, de su amor y perdón, de poder continuar sabiendo que sigue contando con nosotras.

Oramos cada día por nuestro próximo capítulo general. Este acontecimiento depende de cada una de nosotras. Así como pedimos por nuestras hermanas capitulares para que abran su corazón al querer del Espíritu, también nosotras queremos estar atentas y abrir el nuestro y escuchar a Aquél que nos llamó.

Terminamos contentas y agradecidas con Dios por todo lo que nos regaló. Con el padre Carlos Julio y sus sabias reflexiones, con las inquietudes de la V.C. hoy. Por las hermanas que organizaron los retiros y por el lugar que nos acogió.

 

Hermanas de Bogotá