Entonces entró también el otro discípulo,

el que había llegado primero al sepulcro;

vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:

que él había de resucitar de entre los muertos (Jn 20,9).

A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

Queridas hermanas:

¡Aleluya, Cristo ha resucitado! Este es nuestro grito de victoria y toda la Iglesia lo lanza con ímpetu en este momento histórico que vivimos lleno de incertidumbre, dolor y preocupación ante la realidad de la pandemia, crisis sanitaria y económica que nos asolan a nivel mundial. Con la ayuda del Espíritu Santo reconocemos que Cristo, en la resurrección asume todos nuestros dolores y los transforma en esperanza.

El anuncio de la resurrección alienta nuestra vida. Somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte; está vivo, en medio de nosotros, presente en nuestro caminar histórico, lleno de traumas y acontecimientos que nos sobrecogen. Él es manantial de vida nueva, primicia de nuestra participación en la naturaleza divina. Su resurrección nos levanta con una mirada nueva sobre el mundo, la pandemia, la pobreza, la congregación, porque tiene un significado y una fuerza renovadora e integradora para toda la humanidad.

San Pablo en la segunda lectura de este primer domingo de Pascua (Col 3,1-4) nos describe bien qué es la Pascua. Primero, es la resurrección de Jesús. Segundo, es nuestra propia resurrección por el Bautismo. Tercero es su aparición final en gloria, y nosotros, vida suya, también apareceremos con Él en gloria.

Su resurrección nos hace criaturas nuevas. Hombres y mujeres nuevas: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba donde se encuentra Cristo que está sentado a la derecha del Padre”. ¿Cuándo resucitamos? El día de nuestro bautismo se dio nuestra primera resurrección. La final será cuando Jesús vuelva y entonces nuestro cuerpo será configurado también al cuerpo de gloria de Jesús, siendo semejantes a Él. Mientras tanto, ¿cómo tiene que ser nuestra vida? Escondida con Cristo en Dios; escondida por la humildad, la pobreza y el anonadamiento; escondida por la intimidad profunda de la oración, escondida en su dimensión misionera de fe, esperanza y amor. Esto es vivir en Cristo.

De esta forma, transmitiremos unos efectos. Deberíamos ser mujeres invadidas por la potencia del Espíritu, fuertes ante la adversidad, serenas en la alegría y en la esperanza por el don recibido.

La resurrección de Cristo nos hace testigos de la Palabra. Como los discípulos fueron testigos de su muerte y resurrección, también nosotras somos testigos privilegiados. Por nuestra consagración religiosa  somos llamadas a una vida de mayor seguimiento e intimidad con Él. Nuestra vida religiosa debe ser expresión clara, concreta y viva de que Jesús resucitó. Nosotras debemos dar testimonio de perdón, aceptación mutua, detalles fraternos, acogida de las diferencias, servicio incondicional, de descubrir la voluntad de Dios en las mediaciones, de diálogo sincero, corrección fraterna que nos ayuden a crecer como personas y hermanas, sobre todo, testimonio  de que Dios nos ama sin medida y estamos dispuestas a dar la vida sin temor a las dificultades inherentes a la misión.

En la vigilia pascual que celebramos este sábado santo entre toda la riqueza de su simbología podemos recordar  la bendición del agua. Somos bendecidas y hechas hijas de Dios. También se nos entregó  la luz con la que  damos testimonio de Cristo Jesús, Luz verdadera que nos saca de nuestras tinieblas, miedos, pecado e incertidumbres. Ambos, luz y agua, símbolos de nuestro bautismo nos recuerdan que hemos sido injertadas en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Y todo esto dentro de la Iglesia. Pedro, Juan y la Magdalena van al sepulcro. Juan, el discípulo amado,  representa a  los discípulos que creen en Él porque nos ama y lo amamos. Juan, en el decir de Mons. Pironio, representa la Iglesia mística, contemplativa, carismática y del Espíritu. Pedro es a quien el Señor le entregó las llaves; el primer papa. Representa todo lo que la Iglesia tiene de sacramento, de fuerza de Dios, en sus límites humanos, pero es fuerza de Dios. Dios sigue obrando en nosotras, a pesar de nuestros límites.

Pedro y Juan, reciben el testimonio de una simple mujer: Magdalena, que confiesa a Jesús como Señor sin haber entrado al sepulcro: “se han llevado a mi Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Ellos van al sepulcro y creen, cada uno con un proceso diferente. Juan cree al ver el orden del sepulcro, Pedro demora más en su proceso de fe. Los tres se convierten en los primeros ardientes testigos de la resurrección. ¿Qué proceso de fe pascual se va delineando en mi vida, en tantas pascuas que vengo celebrando?

Para terminar, no olvidemos en este tiempo pascual un extracto de la primera circular de Madre Esperanza a la congregación, que viene a colación en estos momentos:

(…) Todas, hermanas muy amadas, debemos rebosar vida sobrenatural y divina; la caridad de Cristo nos urge a que le amemos sin medida, como nos amonesta N.G.P. San Agustín, y al prójimo como a nosotras mismas. Hemos, más que decir con los labios, sentir en la realidad, aquello que dice el apóstol: Mi vivir es Cristo. Y solamente así podremos repetir con verdad y, como Jesucristo, modelo de predestinados: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Para esto nos hemos hecho religiosas misioneras, para vivir plenamente de la vida de Jesucristo y para comunicarla con largueza a las almas que Él redimió. Las palabras dadme almas, oh Señor, y resérvate lo demás, hemos de meditar con frecuencia; más tengamos la seguridad, hermanas mías, que no las hemos de comprender provechosamente mientras las cosas de la tierra, los rumores del mundo, las leyes del siglo, y nuestro amor propio, tengan parte en nosotras; mientras no sepamos renunciar a todo lo que no sea la gloria de Dios.

Quiero insistir mucho en hacerles comprender la trascendencia que tiene para nosotras el vivir del espíritu de Dios (Libro Madre Esperanza, p. 206).

La Virgen, madre del resucitado, madre de la Consolación, nos haga nuevas hoy y testigos luminosos de la resurrección en este mundo ensombrecido por las desgracias. Que ella nos haga amar a esta Iglesia de la que somos miembros, porque, en definitiva, la Iglesia es Cristo en medio de nosotros, como esperanza de gloria.

¡Feliz Pascua de Resurrección! Reciban mi abrazo cariñoso y fraterno.

Leganés, 10 de abril de 2020.

Nieves María Castro Pertíñez

Superiora general