DANDO “A DIOS HONOR Y GLORIA”

Mi nombre es Irma Josefina Bulux Ajpacajá, guatemalteca, soy religiosa Misionera Agustina Recoleta. Llegué a España en el año 2007, para iniciar el noviciado en Salamanca, una ciudad encantadora. Como es natural, los primeros meses no fueron tan fáciles, hay que acostumbrarse, poco a poco, al ambiente, al horario, la comida, al frío y a las altas temperaturas en verano, y hasta la forma de hablar, pero con el tiempo el cuerpo se hace al lugar y una se va acostumbrando. La acogida de la gente fue muy agradable, aún los sigo recordando. Dios les bendiga cada día. 

Mis  dos años de noviciado pasaron volando, tiempos de los que doy gracias a Dios por todo lo vivido. Dios se hace presente de mil maneras, así con mis hermanas de comunidad, como con las personas de la Parroquia o los vecinos del barrio Pizarrales; cada uno de ellos me fue enseñando que a Dios no había que buscarlo en otros acontecimientos, tan importantes, sino que en lo más sencillo de la vida, ahí está Dios, Él se hace presente silenciosamente sin que me dé cuenta. 

 

El noviciado fue un tiempo de encuentro con el Señor, pero no solamente a través de la oración, de la contemplación, sino también con las personas con quienes compartí. 

 

Un día, recuerdo, un niño discapacitado que pertenece a FE y LUZ, me dejó impactada. En una obra de teatro, Javi cantaba a todo pulmón y con todo el corazón, este canto: “…Más allá de mis miedos, más allá de mi inseguridad quiero darte mi respuesta: aquí estoy para hacer tu voluntad, para que mi amor sea decir que sí, hasta el final…”; Javi está en una silla de ruedas y casi no tiene movilidad en las manos, muchas veces he cantado esa canción, pero segura que jamás con la intensidad que la cantaba él. Dios se sirve de los más pequeños para dar lecciones muy buenas, a mí me la dio ese día. 

 

Mis seis meses de Experiencia en la comunidad de san Blas, fueron enriquecedores, es un tiempo en el que compartí de lleno toda la actividad de la comunidad, fue una experiencia inolvidable, el compartir con la gente me enseñaba cada día cosas nuevas, sin ellos saberlo, al mismo tiempo las raíces de mi vocación se estaban profundizando, especialmente como misionera, tengo que olvidarme de mí, para darme por completo a los demás. Mis oraciones para ellos.

 

Unos meses después de mi profesión el 7 de junio del 2009, viajé a Granada, para continuar la formación, como juniora, mi vida dio un giro de 180%, había que adaptarse a la nueva comunidad, y al corre-corre del día a día del colegio; pero fue una experiencia buenísima, en la cual había que combinar los estudios con el trabajo que me tocaba. La comunidad del colegio por ser tan numerosa, y de todas la edades (desde los 25 hasta los 95 años), se presta para aprender de todo un poco; la vida entregada de muchos años invita a continuar el camino, a las de menos edad nos toca continuar sus pasos y seguir dando como han dado tantas hermanas hasta el final. Dios me conceda esa Gracia. Se lo pido todos los días, aunque muchas veces no es fácil, pero sé que Dios me dará las fuerzas para continuar el camino que un día empecé. 

 

El compartir con los docentes y estudiantes me enseñó que el trabajo en equipo sale mejor. Creo que desde la mañana es mejor dar los buenos días al primero que llegue con mucha alegría, para iniciar el trabajo con buen pie, aunque a veces no saludaban, yo les decía buenos días, lo importante era saludar. Disfruté mucho de estar en la recepción del colegio, fue una experiencia única. Cuando ya estaba adaptada a todo ese ritmo, me destinan a una nueva casa. 

 

Es fácil decir que no, pero en realidad me he comprometido a decir sí donde me envíen como Misionera, a ir donde me manden, aun cuando ese lugar no me guste, pero al final veo lo maravilloso que puede ser ese nuevo destino. Ahora toca estar en la Residencia de estudiantes, otro giro de 180% grados: del barullo del colegio a estar en silencio casi todo el día, de nuevo la adaptación, pero el cariño de la comunidad, siempre ayuda a superar cualquier situación. La comunidad de la Residencia me enseñó a entrar en mí misma, para dar lo mejor que pueda con los demás. Y a ser fuerte en el dolor. 

 

Ese año no fue fácil para mí, fueron momentos muy difíciles, la enfermedad de mi Madre y su muerte el golpe más fuerte que haya vivido, pero la oración de cada hermana de las comunidades y de otras personas me ayudaron a superar cada día ese gran dolor, y estoy convencida que también las oraciones han llegado a mi familia, GRACIAS HERMANAS.  Por todo el apoyo recibido, no hay cómo agradecerles.

 

Ahora toca despedirse de nuevo, ahora el viaje es más largo, no es un adiós, sino hasta pronto, las llevaré a cada una en mi corazón, todas me enseñaron un poco de cada cosa, GRACIAS por ello. Nuestra vida Misionera es ésta, aunque nos cueste, pero ahí vamos donde Dios quiere que estemos. Brindando siempre la alegría a los demás y entregarnos hasta donde podamos. Dando “A DIOS HONOR Y GLORIA”. 

 
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