Ante todo debo confesar que hace muchos años la palabra carne, en temas religiosos, no era de mi agrado. La relacionaba con los pecados de la carne, es decir, con el sexto mandamiento. Por eso no decía en el ángelus, “la palabra se hizo carne”, sino “el Hijo de Dios se hizo hombre”.

Pero también he de confesar que hace tiempo, no sé desde cuándo, me encanta esa palabra.  El Verbo se hizo carne, es decir, tomó nuestra naturaleza humana, se hizo uno de nosotros, semejante a nosotros, en todo, menos en el pecado.

Y reflexionando, cuando en la última cena el Señor dice: “Tomad y comed porque esta es mi carne…”, entiendo que dice: Tomad y comed, este soy yo que entrego la vida por vosotros.

Quiere decir que entiendo la palabra “carne”, como “persona”.

Cuando encuentro en el génesis 2, 24: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne”, pienso que ser una sola carne, es tener una unidad, es vivir en comunión. Aunque la relación de “una sola carne” es mucho más que la intimidad física, sí la incluye y se expresa maravillosamente de esta manera bendecida por Dios, pero va más allá.

Para que una pareja se transforme en una sola carne, deben respetarse, tratar de comprender cada uno al otro. El amor es esencial y su objetivo es hacer feliz al otro. Es una vida de unidad espiritual, emocional, física, en la que se comparten proyectos para edificar una familia como la quiere Dios. Todo esto significa conocerse, tener paciencia, perdonarse,
Aunque los dos tendrán intereses únicos, su unidad debe evidenciarse en metas, amistades, celebraciones, alegrías y tristezas mutuas. Ya no se puede pensar en términos de mío (como en mi sueldo, mis vacaciones, mi carro, mis metas), sino en términos de nuestro. Puesto que son uno, todo es común. Yo ya no soy mío. “Soy de mi amada” (Cantares 6:3).

La unión matrimonial implica “dejar padre y madre”. “Dejar” en un sentido físico, y “dejar” en un sentido emocional. Es necesario cortar el “cordón umbilical” para que la nueva pareja pueda caminar por sí sola. Pero “dejar” no significa dejar de cuidar, de amar, porque el cuarto mandamiento siempre será vigente.

Y pensando más, reflexionando más, llego a pensar que cuando en una pareja no hay una sola carne, esa unión aunque esté bendecida por Dios, no surte en ella el efecto de la gracia porque quienes la recibieron no la hacen efectiva. Cuando ha habido engaño, o cuando solo se buscaban intereses personales, no ha habido acción operante de la gracia del matrimonio, aunque hayan tenido muchas bendiciones en una iglesia.

Por otra parte, si un hombre y una mujer, se aman, se respetan, si llegan a ser una sola carne, esa pareja está bendecida por Dios. y lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre, ni las leyes, ni las instituciones.

Elsa Gómez Galindo