Empecé a visitar a los enfermos en el mes de septiembre. Antes de comenzar las visitas a los enfermos el párroco Padre Domingo, de la parroquia San Fortunato, nos convocó a una reunión a todas las que realizamos esta labor. Estábamos presentes además del Padre Domingo, Paquita, Isabel, Josefina, Amparo y yo.
El plan es visitar a las personas enfermas que piden este servicio a la parroquia y lo permiten sus familiares, o estos mismos lo piden, y viven en el barrio de La Fortuna. Las cuatro señoras que realizan esta labor son mayores, también tienen sus dolores y limitaciones, pero participan en este trabajo pastoral de la parroquia con entusiasmo. Yo les admiro mucho; me dieron mucho ánimo para trabajar con ellas para el honor y la gloria a Dios.
En la reunión, el padre Domingo nos compartió las informaciones y los documentos sobre los enfermos y los ancianos en el tiempo de la pandemia del Papa Francisco. Entre las informaciones nos habló de la soledad, que ha sido más evidente y acusada en estos años a causa de la pandemia. Esa soledad la han experimentado no solo los mayores sino también los jóvenes; la gente tiene un corazón vacío, necesita a Dios, que les llene. Por ello nuestra misión de visitadores es compartir la Palabra y la obra de Dios y ofrecer nuestro amor, cariño, sonrisa, cercanía, escucha, compañía…
El diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) nos ayuda a entender lo que significa e implica la “soledad”, una palabra que se utiliza para referirse a diferentes estados. Existe la soledad vinculada al bienestar, a la creatividad; esta soledad suele ser buscada, deseada, es la que permite a la persona humana sentirse bien, acompañado de uno mismo. Pero también existe la soledad vinculada al malestar, a sentirse solo, al deseo de apoyo social, en cantidad y en calidad, que no corresponde a lo que realmente se percibe. También existe la soledad en compañía. Además, la soledad puede ser social o emocional. En la social predomina la falta de una red de amigos y conocidos, mientras que en la emocional se refiere a una carencia de confidentes íntimos. Y finalmente, en esta lista de referentes a la soledad, hay que tener presente la diferencia que hay entre este término y el aislamiento social: el primero es una percepción subjetiva, el segundo se define como la carencia objetiva de relaciones sociales, siendo lo contrario de la integración social.
Por nuestra forma de vivir, la sociedad considera que la soledad es una de las causas de infelicidad más extendida que hay y que va acompañada del sentimiento de frustración y angustia. Vivimos en una sociedad intercomunicada, en la que las redes sociales deberían hacernos sentir que somos una piña, y resulta que es al revés, que cada vez somos más solitarios y que compartir nuestras necesidades no es tan fácil como pensábamos. La soledad es un estado que provoca emociones, que se emparentan con la ansiedad cuando hay una ausencia: falta alguien. Las situaciones de aislamiento social suelen afectar más a los colectivos más vulnerables, entre los que podemos contar los enfermos y las personas mayores.
Las personas enfermas son mayores, tienen muchos dolores, algunas tuvieron varias operaciones, algunas están muy solas, algunas reciben muy pocas visitas de sus hijos e incluso algunas, ninguna visita, se sienten muy aisladas y aburridas… Cuando las visito veo el rostro de Dios en ellas. Las veo más cerca a Dios porque Él se preocupa sobre todo de los más débiles, también porque lo buscan más a Dios al final de sus vidas. Ellas rezan y rezan, muchas no pueden hacer otra cosa. Tienen la experiencia y la sabiduría de la vida, son tesoros para el mundo, sufren por sus hijos y porque el mundo se aleja de Dios.
Una de ellas me dice: “yo miro y contemplo el rostro de Cristo todos los días”; su cuarto lo llena la figura de Cristo. Como no puede moverse sola, pasa todo el día sentada en el sofá rezando. Siempre está alegre, feliz y agradecida, su sonrisa también me da la fuerza a mí. Otra que tiene más de noventa años, pero hace coser las medallas de la Virgen milagrosa, casi todos los días. Cada vez que voy a visitar a las enfermas me hace feliz, me ayuda vivir, entregarme, amar y servir más a mi Señor amado en día a día.
Esta experiencia me ha servido para aprender, para madurar, a crecer como persona. Para valorar las cosas que verdaderamente tienen importancia en la vida, para vivir cada momento como si fuera el último, para no preocuparme por tonterías, que las hay. Valorar lo más importante en esta vida. AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO. Que le transmita todo el cariño del mundo al enfermo. Las vemos sufrir, sí, y claro que es duro. Pero somos un apoyo esencial para el enfermo.
Señor, queremos acercarnos a los más vulnerables: enfermos, frágiles y solos, mirándolos con tus ojos, con tu compasión, con tu corazón, con tu amor. Señor, ayudamos a ver en ellos tú mismo Hijo Jesús. Que les tratemos como te trataríamos a Ti. Que les respetemos como quieres Tú que les respetemos. Que les ayudemos, como ayudaba a los enfermos tu Hijo Jesucristo. Que sepamos verte en estos más necesitados y hacer todo lo posible para ayudarlos. Que todos aquellos que entre nosotros sufren la epidemia de la soledad, la marginación y el abandono, encuentren en nosotros un amigo. Que tengamos la constancia y el amor para no cansarnos de ayudarlos. Amén.
Francisca Yan, mar