Al leer la frase del título, vino a mi memoria lo que he vivido por  aquí en Querétaro y aún más en algunas ocasiones puntuales: el día 20 de diciembre del 2019, la misa de los enfermos el día 11 de febrero del 2020 en la parroquia del Divino Redentor, las fiestas que Cáritas ofrece a los beneficiarios y voluntarios del comedor social, una comida preparada por las hermanas misioneras agustinas recoletas. ¡Qué bonito! ¡Qué hermoso tocar  el cielo en la tierra!

¡Ahí se puede ver bien claro el cumplimiento de las promesas de Jesús! Los preferidos de Jesús tenían un puesto a la mesa, servidos por las hermanas y por los padres. Resalto aquí una cena grabada en mi memoria y digna de una foto en que uno de los padres sentado al lado de una anciana le ayudó a cortar la carne para que se haga más fácil masticarla… La sonrisa, el brillo en sus ojitos llenaban nuestros corazones de ternura y de gratitud por un Dios que se hace uno entre nosotros, “escondido” en los más necesitados y en los más débiles.

El día 11 de febrero del 2020, en la parroquia del Divino Redentor, otro hecho que me toca y por ello se los comparto, fue la misa de los enfermos, celebración muy emocionante, tanto así que había que cuidar para que las lágrimas no salieran  al verlos llegar  de diferentes lugares  y de diferente forma; cada cual con  su “medio de transporte“: silla de ruedas, bastón, andador y casi todos acompañado de algún familiar; lo que me llamó la atención era ver en cada rostro, aunque sufrido, la alegría reflejada en sus ojitos; se sentían importantes y felices por tener un lugar para ellos. Algunos llegaban diciendo: “Madrecita hace dos semanas que  me confesé, ¿puedo comulgar? Y la otra “mi última confesión fue hace dos meses”, ¡Qué bien hace a uno ver tanta grandeza y pureza de alma! Tanta sencillez… ¡Me quedé  chiquita! Cómo nos enseña todo eso.

En la hora de la unción, todos estaban (acompañados por  los ministros), con sus frágiles manitas abiertas y erguidas al cielo, como  pidiendo la gracia suprema para su curación y liberación.

También fue muy emocionante ver con qué cariño y caridad los padres  atendían a uno por uno. En la comunión, lo mismo, después de la misa, todos fueron convidados a pasar al salón parroquial para disfrutar de una rica y sabrosa comida, donada por una señora y que con mucho cariño les  prepararon  los ministros, la verdad es que se pasaron en esmero y cuidado, cada cual tenía su puesto en la mesa que estaba bien adornada con un hermoso mantel blanco y una maceta con lindas flores. Cuando entré en el salón, le agradecí a Dios por todo ese grupo, que no se contenta en solamente servir, sino en ¡servir bien! Bendito sea Dios por suscitar en la Iglesia personas  que creen    

que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Jacira Bhering da Silva, mar.