OBJETIVO. Vivir como bautizado con carisma sinodal, siendo protagonistas de la fraternidad universal

Contemplar: Nuestro tiempo es tiempo de esperanza a pesar de muchas contradicciones, es el tiempo en que todos los que somos bautizados, somos llamados a ser signo verdadero del Amor fraterno que Jesús dejó en a sus discípulos. Cuando los cristianos hablamos de la fraternidad, de hacer un mundo más fraterno, no hablamos de meros sentimientos que empalagan y quieren ser esos hermanos que ayudan a otros creando un paternalismo incluso hasta dependiente de los más necesitados.

El compromiso como bautizado, es la conciencia plena de sabernos llamados a ser los protagonistas de una vida comprometida con la misión y ante todo ser agentes evangelizadores que van más allá de la sacramentalización del Pueblo de Dios.

Seguimos viviendo en un mundo en que la guerra, la mentira, el engaño, el poder, la corrupción; entre otras tantas situaciones, nos muestran que no existe un compromiso serio, que la fraternidad existe para algunos pero tiene sus matices dependiendo del partido político al que se pertenezca, sociedad, grupo, etc.

La fraternidad y hermandad que Dios quiere en el mundo es totalmente diferente, la fraternidad cristiana hace que acudamos a la Palabra de Dios: a la experiencia que el pueblo de Israel tenía de la fraternidad, que más tarde sería ensanchada cuando Dios nos habló plenamente de ella por medio de su Hijo Jesús. Recordemos que en el Antiguo Testamento existía la fraternidad por sentido de pertenencia, es decir, por pertenecer al mismo pueblo que cree en el mismo Dios y que por tanto tenía que haber solidaridad entre hermanos que creían y pertenecían al pueblo de Israel. Pero en el Nuevo Testamento es Jesús mismo quien nos muestra el Amor, tiene la gran novedad: el amor al prójimo-hermano debe ser como el de Jesús (sea o no judío, samaritano, romano, gentil, sirio-fenicio, etc.), porque el amor de Cristo muestra en su totalidad: la gratuidad, universalidad, y la entrega total, (cristianos, no cristianos, más allá del ecumenismo, con aquellos que no echamos de menos: LGTBIQ+, políticos sacerdotes secularizados, ateos, las minorías).

Ya el Papa San Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Missio, Sobre la permanente validez del mandato misionero, menciona la característica de la espiritualidad misionera “Amar a la iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado” (n. 89), entonces podemos decir que la fraternidad cristiana será el objetivo, lo fundante  en la vida misionera;  así  continua: “El misionero se mueve a impulsos del celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente. El amor de Jesús es muy profundo: él, que «conocía lo que hay en el hombre” (Jn 2,25).

Por tanto si queremos ser misioneros de la fraternidad cristiana, la Fortaleza de espíritu debe ser nuestro sello y rasgo peculiar que ya había señalado San Juan Pablo II en la encíclica mencionada. Los misioneros deben vérselas con numerables pruebas, enfermedades, falta de recursos, amenazas, denuncias … que requieren todas ellas gran fortaleza de Espíritu; pero  si hay algo que el misionero debe tener, es la paciencia y fortaleza es saber que su entrega no tiene los frutos en un año o dos, puesto que se enfrenta a la inconstancia del nativo que mucha veces no está acostumbrado a la generosidad y bondad de los extraños, hay que saber esperar hasta que reconozcan el amor de Dios expresado y vivido en la fraternidad del misionero.

Proponer: 

Podemos decir que el papa Francisco en su mensaje: “Llamados a Edificar la familia Humana”, nos está recordando cuál es nuestro llamado al ser bautizados, nos recuerda nuestra misión, que pertenecemos a una Iglesia, una comunidad evangelizadora. Que al formar parte de una comunidad, vivo inmerso en relaciones con mis hermanos y hermanas y por tanto, soy custodio de su vida, responsable en el sentido más amplio del amor fraterno.

Hoy queremos vivir nuestro origen, lo primigenio que nos caracteriza como seguidores de Cristo resucitado que llenos de su Espíritu son capaces de vivir en la “variedad de sus elementos” con sus distintas clases de vocación. Nuestra convocatoria es para construir Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica, Sinodal, porque es constitutivo de la Iglesia, la Sinodalidad.

Muchos nos preguntaremos ¿Cómo será eso? Pues hermanos y hermanas, tendremos que dejar de caminar en vertical, es la propuesta sinodal que nos trae nuestra vocación, el ser protagonistas no implica ser los primeros en nuestros carismas congregacionales o institutos, etc. Pienso que esta vez iremos al paso de todos, escuchando a todos, sin protagonismos superfluos, porque somos convocados a la sinodalidad, y se trata del proyecto de Dios, donde Jesucristo asume ese proyecto y ahora nosotros, por tanto, parte de Dios, que quiere más humanidad, hermandad, compromiso, fraternidad, ruptura y desgarro de mentalidades heredades y viejas.

Para ser los protagonistas de la misión, tendremos que recurrir a algo ya muy conocido por todos, pero que no siempre asumimos, el punto es, el desafío hoy es la HUMILDAD, como valor supremo para una verdadera convivencia fraterna, donde todos son llamados a SER, donde el Amor se hace realidad más allá de las diferencias y nos permite ser evangelizados y evangelizar. La verdadera fraternidad debe llevarnos a ser conscientes del mundo en el que vivimos y su cuidado, porque la fraternidad nos lleva siempre a mirar por “El bien común”, donde el agua ya no es mía porque la pago y me conformo con que no me falte porque tengo derecho de recibirla al vivir en una ciudad, así con la energía eléctrica, los alimentos, el gasto innecesario en tecnología, etc.

Una cuestión más, es que si caminamos juntos, no es ir mudos y sin mirarnos, aquí jugará un papel muy importante la escucha, recordad que la corresponsabilidad recibida en el bautismo es ser profetas que ven y escuchan al gran Pueblo de Dios, por tanto es una escucha incluyente, que vela por los que menos valen o no echamos de menos en la vida, porque el saber escuchar cobra la importancia de hablar con valentía, la línea es saber vivir la diversidad de este Pueblo al que yo también pertenezco, y escuchar a nuestros hermanos LGTBIQ+, escuchar más a la mujeres, los divorciados a quienes nos dicen que podemos renovarnos, escuchar el contexto social y cultural del mundo de hoy (siempre hablamos de los signos de los tiempos, pero no hacemos caso).

Queridos hermanos y hermanas, estamos en tiempos del Espíritu que nos llama a tener MÁS apertura, alegría y disponibilidad, tenemos todos los retos y oportunidades todas que nosotros no nos metemos por nuestra falta de riesgo y profetismo, porque siempre lo hemos hecho así o no vayamos a violentar; seguimos poniéndonos trabas y limites que nos llevan a no tener presencia pública sino privada y además con poca credibilidad. Entonces nuestro estilo de vida tendrá que ser auténtico, libre de ataduras y prejuicios.

Algo más, recordemos que nuestro tiempo está lleno de medios de comunicación, que tienen mucha fuerza tanto para lo bueno como lo malo, por tanto, es importante saber escuchar y también dialogar del sentido de nuestro bautismo de forma más abierta, más cercana, no somos privados, somos públicos, así como Jesús no es sólo de los cristianos, porque “Juan le dijo: Maestro, vimos a uno echando fuera demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no nos seguía.  Pero Jesús dijo: No se lo impidáis, porque no hay nadie que haga un milagro en mi nombre, y que pueda enseguida hablar mal de mí (Mc 9,38-39). Si queremos la verdad, llevemos la palabra de la verdad, evitamos así la manipulación, fomentemos la formación y buena formación universal, con una conciencia clara y recta.

Vamos a caminar en horizontal, como Iglesia que abraza y se expone con sus hermanos, la presencia pública no deja de ser una forma de desarrollar ese compromiso bautismal y esa corresponsabilidad de la Iglesia, dejar nuestros miedos, cultivar la escucha y el diálogo permanente, con naturalidad, con cualquier realidad social, hablar con honestidad y humildad, provocan mayor cercanía a las personas.

Por tanto celebremos juntos si “caminamos juntos”, la Comunión, decidamos en comunidad, a luz del evangelio, orando y claro discerniendo, dejemos de ser los sacerdotes y religiosas o religiosos que lo dicen todo, lo organizan todo y el laico sólo ejecuta, ellos tienen proyectos frescos y llenos de Espíritu que nos pueden ayudar a ser Comunión.

Frente a la corresponsabilidad en la misión, nos toca en muchos lugares formar agentes de pastoral profesionales en las distintas dimensiones que se necesiten y tener en cuenta que todo trabajo también merece su salario. Sigamos teniendo el diálogo ecuménico porque el Espíritu nos llevará a la verdad.

Discernir:

Para caminar juntos, tendremos que dialogar para servir mejor y abrir puertas, seamos personas que acogen respetuosamente, con una mente de cultura pluralista, tenemos tan metida la teoría pero la práctica es más costosa, requerimos de mucha salida de nosotros mismos y la Sinodalidad que propone el Papa Francisco es la respuesta que ha suscitado el Espíritu y esto requiere de tiempo, formación, conocimiento de la realidad, comprensión. En esto estamos la minoría porque tenemos miedo al escándalo o a la mala interpretación de las acciones que se realicen. Es verdad que tenemos que asumir la responsabilidad de nuestras actividades, pero no nos limitemos a potenciar sólo lo propio, ayudemos a otros a alcanzar los suyos, hagamos consenso, es decir, “Comunión, participación y misión” (Del texto por una Iglesia sinodal del Papa Francisco).

Tengamos la mente abierta, recordemos que las propuestas que hagamos tendrán que ser evaluadas, revisadas, para poder decidir; pues también habrá que cambiar algunas cosas, nuestra aportación tendrá que ser responsable.

Dejemos de ser ingenuos, tendremos que formarnos en Sinodalidad y de eso está lleno el Nuevo Testamento, seremos educados para la formación de la persona humana, del cristiano, las familias y las comunidades, comenzando por los que formamos y conformamos la Iglesia.

“El camino de la Sinodalidad, es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio” (Papa Francisco). Tendremos que superar ciertas estructuras mentales y no tan mentales con respecto a nuestra estructura jerárquica en la Iglesia. Los pastores de cada arquidiócesis o diócesis tendrán que oler más a sus ovejas, entrar más en comunión colegial con el Obispo de Roma para garantizar los procesos y actos sinodales que se realicen. Resulta esencial la formación de los que llamamos fieles laicos, nos urge reaprender y renovarnos para aprender a discernir y participar. Seamos más que meras consultas, aunque sabemos que las decisiones finales las tomen los obispos, ellos tendrán que escuchar a sus ovejas, a sus laicos, a su pueblo que grita cada vez más fuerte y quiere con toda seguridad ser escuchado, y si Dios escucha, ¿por qué nosotros desde dentro acallamos voces? Y si yo siento esa mirada de Dios ¿Cómo respondo yo? ¿Cómo acojo esta mirada, qué provoca en mí y  a qué me impulsa?

Celebrar:

Hermanos y hermanas hagamos realidad la Sinodalidad a que somos convocados, diría a la llamada de la Sinodalidad desde la vocación que se nos ha otorgado, seamos esa fraternidad que crea lazos infinitos y no sólo con toda la humanidad sino con la misma creación en la que vivimos, cuidemos de ella que también vive y respira, donde queremos caminar juntos,  no hay otro mundo para nosotros sino aquí y ahora para transformarlo en un “mundo para todos de forma más sostenible y responsable (Laudato Si).

Agradezcamos a Dios por este tiempo, porque todo tiempo es Gracia, por el don de la vocación fraterna y sinodal en cada uno de los que vivimos en esta tierra. Agradezcamos las virtudes, los carismas, el testimonio alegre y esperanzador de tantos que hacen el bien aún sin profesar una religión. Sigamos siendo signo escatológico, memoria Iesu.

 María Luisa Ortiz Benítez

Misionera Agustina Recoleta